Ya no se baila, ya
no baila nadie, ya nadie va a bailar a ninguna parte, salvo algunas señoras y
algunos señores animosos.
Destaco entre los últimos
en estas líneas con afecto a mi colega –y sin embargo amigo- Alberto “Papucho”
Ledesma, que creo que va regularmente a tanguear altanero a no sé dónde.
A mí me hubiera
fascinado saber bailar el tango, saber bailar, vaya.
El papel que hacía
yo de joven en los bailes, en Madrid, era desastroso. Me defendía malamente con
el pasodoble en los bailongos populares del Agudo o La Bombilla, la “Bombi”
para los castizos, la del novio cajista de imprenta de aquel chotis que bordaba
Nati Mistral.
Los bailes que se
recuerdan en la zarzuela “La Gran Vía”: “Porque en un baile de criadas y de
horteras a mí me gustan las cocineras…”.
¡A mí también me
gustaban, que bien lozanas y hermosotas estaban, con sus carrillos lustrosos y
magníficas expansiones pectorales! Pero no ligaba ni a tiros.
Después, con los
años, uno aprendió a suplir sus falencias con algún artificio y cierta labia y
las cosas mejoraron.
Los viajes, además
–y los idiomas, con los que están muy ligados-, te proporcionan muchas
oportunidades.
Pero el baile: ¡ah,
el baile, qué cosa extraordinaria es el baile, saber bailar bien, ser un buen
bailarín!
Como Fred Astaire,
¡qué tío!. No era muy alto, ni buen mozo y estaba un poco escuchimizado. ¡Pero
qué elegancia la suya, y cómo bailaba! Yo creo que fue el mejor en lo suyo. Sus
películas con Ginger Rogers hicieron historia y jamás podrán olvidarse.
Aquí lo tenemos,
bailando con ese monumento de mujer que era Cyd Charisse, a quien se llevaba de
puro guapo –guapo a la argentina-: ¡puñetazo, exhibición de revólver niquelado
con cachas de nacar…y un vals Boston! ¿O era un “shimmy”?
Creo que no era
ninguna de las dos cosas, pero no importa; lo que fuera.
¡Cómo me hubiera
gustado vivir en aquellos tiempos, y sobre todo bailar como Fred Astaire!
© José Luis Alvarez Fermosel
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