Hace algunos años,
un grupo de artistas plásticos liderados por Ari Brizzi –a quien tuve el gusto de conocer personalmente-
decretó que la pintura había muerto.
Ahora, varios
aficionados al vino, al buen vino, hemos decretado su muerte. Uno de nosotros
tuvo la oportunidad de mostrarlo como un negro corazón infartado, como una rara
fruta semejante al membrillo otoñal de García Lorca, petrificado como lava
volcánica, como una piedra azul oscuro no precisamente apta para joyería.
El vino ha muerto
con tal bronca que hizo estallar las copas, que son grandes lágrimas que
representan o simbolizan la tristeza de quienes a partir de ahora tendremos que
beber cerveza, fernet o whisky con el asado criollo, lo cual no parece así como
muy ortoxo.
El vino ha muerto,
sí, intoxicado por manipulaciones varias y perversas y harto de que esnobs,
tilingos, cursis, ignaros, ciertos catadores, ingenieros y otras personajes de
otras runflas denominen sus aromas con nombres de frutas, verduras, plantas,
cereales, hierbas, perfumes y materiales como cuero crudo, madera, tela, goma y
yeso.
Hay que ver también
los nombres que le ponen: Argumentos,
Componentes, Pete, Tata, La Finca de
mi Hermano, Los lirios…
El vino ha muerto
también al verse decolorado –el vino tinto- y pasar del rojo rubí al negro, que
deja las copas manchadas de violeta.
El vino
blanco
El vino blanco no
pudo soportar que se le imprimieran otros colores y sabores que nunca le fueron
propios, así como que se le restara fuerza y se le adulterara, cambiando sus
sabor por el de una especie de mezcla de zumo de limón, agua de Vichy catalán y
un poco de azúcar. Se le hizo “pétillant” sin motivo ni fundamento. Se le
afrutó, caramelizó y aun se le ahumó.
Al vino tampoco le
fue posible resistir verse vendido a precios exorbitantes, sin que pudiera
dejar oir, “lui meme”, sus lamentos por un abuso tan grande.
Se puso de moda
furiosa el Malbec, que exportamos a raja cincha. La moda –de la mano del
“marketing”- entristeció a los vinos genéricos o de corte, que se hacen con
varios tipos de uva, se bebieron toda la vida y ya antes del advenimiento del
posmodernismo empezaron a quedarse relegados.
Consciente de que
sus fieles amigos ya no le hacen los honores que merece, utilizan “ersatzs” de
garabatillo y tristean por los tabernas bebiendo alcoholes destilados, se sentió
postergado, desvirtuado y lo que es peor, desterrado, arrumbado, enviado a países
remotos.
Al vino le dio un telele,
rompió las copas y ahora tendremos que ingurgitar aguas saborizadas y bebidas
de cola con el bife de chorizo.
© José Luis Alvarez Fermosel
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