jueves, 27 de diciembre de 2012

El vino ha muerto



Hace algunos años, un grupo de artistas plásticos liderados por Ari Brizzi –a  quien tuve el gusto de conocer personalmente- decretó que la pintura había muerto.
Ahora, varios aficionados al vino, al buen vino, hemos decretado su muerte. Uno de nosotros tuvo la oportunidad de mostrarlo como un negro corazón infartado, como una rara fruta semejante al membrillo otoñal de García Lorca, petrificado como lava volcánica, como una piedra azul oscuro no precisamente apta para joyería.
El vino ha muerto con tal bronca que hizo estallar las copas, que son grandes lágrimas que representan o simbolizan la tristeza de quienes a partir de ahora tendremos que beber cerveza, fernet o whisky con el asado criollo, lo cual no parece así como muy ortoxo.
El vino ha muerto, sí, intoxicado por manipulaciones varias y perversas y harto de que esnobs, tilingos, cursis, ignaros, ciertos catadores, ingenieros y otras personajes de otras runflas denominen sus aromas con nombres de frutas, verduras, plantas, cereales, hierbas, perfumes y materiales como cuero crudo, madera, tela, goma y yeso.
Hay que ver también los nombres que le ponen: Argumentos, Componentes, Pete, Tata, La Finca de mi Hermano, Los lirios…
El vino ha muerto también al verse decolorado –el vino tinto- y pasar del rojo rubí al negro, que deja las copas manchadas de violeta.

El vino blanco        

El vino blanco no pudo soportar que se le imprimieran otros colores y sabores que nunca le fueron propios, así como que se le restara fuerza y se le adulterara, cambiando sus sabor por el de una especie de mezcla de zumo de limón, agua de Vichy catalán y un poco de azúcar. Se le hizo “pétillant” sin motivo ni fundamento. Se le afrutó, caramelizó y aun se le ahumó.
Al vino tampoco le fue posible resistir verse vendido a precios exorbitantes, sin que pudiera dejar oir, “lui meme”, sus lamentos por un abuso tan grande.
Se puso de moda furiosa el Malbec, que exportamos a raja cincha. La moda –de la mano del “marketing”- entristeció a los vinos genéricos o de corte, que se hacen con varios tipos de uva, se bebieron toda la vida y ya antes del advenimiento del posmodernismo empezaron a quedarse relegados.
Consciente de que sus fieles amigos ya no le hacen los honores que merece, utilizan “ersatzs” de garabatillo y tristean por los tabernas bebiendo alcoholes destilados, se sentió postergado, desvirtuado y lo que es peor, desterrado, arrumbado, enviado a países remotos.
Al vino le dio un telele, rompió las copas y ahora tendremos que ingurgitar aguas saborizadas y bebidas de cola con el bife de chorizo.

© José Luis Alvarez Fermosel

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