Naturaleza muerta
dieron en llamar a este hermoso cuadro que en realidad está lleno de vida, de
vidas prietas entre las páginas de libros tan añosos que quizás ya sean
antigüedades que ofrecerse en subastas.
Su pátina les da
encanto y llama a respeto, los ennoblece e intrigan las historias de los
personajes que los pueblan, o de las que que escribieron sus autores.
El violín es un
contrapunto perfecto. Las palabras bien puestas, unas tras otras, tienen
música, suenan a una música que muy bien podría emanar de ese noble y romántico
instrumento que tanto se luce en las grandes orquestas, en la música de cámara
y en las manos expertas del solista.
¡Cuánta sabiduría
puede haber sobre esa mesa de roble, llena de antiguos libros con mucha vida
entre sus páginas abarquilladas color marfíl!
El violín, testigo
mudo, acaso pudiera brindar una música un tanto enigmática pero amable, aún hoy,
si manos de artista lo hicieran vibrar.
Recordemos la
sentencia de Alfonso X el Sabio: “¡Tened viejos amigos, leed viejos libros,
quemad viejos leños, bebed viejos vinos…!”.
© José Luis Alvarez Fermosel
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