Psicólogos, sociólogos, semiólogos, otros científicos e investigadores, y también alguien con ganas de buscar el pelo en la leche están ya intentando encuadrar al macho posmo, buscándole un lugar, la pertenencia a un grupo; quieren hacerlo conformar una escuela, insertarlo en un determinado estamento de la sociedad; estudian su… “filosofía” -¡como si tuviera alguna!-.
(Abro un paréntesis para recordar que filósofo es aquél que crea un sistema filosófico, no el que tiene muchas y buenas ideas, o el que piensa y dice cosas inteligentes, que en todo caso sería un pensador, o el que escribe difícil. Ningún escritor tiene derecho a dificultar deliberadamente la lectura al lector; eso se llama pedantería o insuficiencia. Este es el caso del que no tiene nada que decir y entonces lo dice en un lenguaje muy complicado para disimular que no está diciendo absolutamente nada.)
Volviendo a la filosofía, hoy en día se le pega la etiqueta de filósofo a cualquiera que hable o escriba pomposamente de esto, lo otro y lo de más allá, y se refiere uno con gran ligereza a la filosofía de éste y de aquél, en vez de referirse a su pensamiento, sus teorías o sus opiniones.
Esa es una de las características de esta sociedad posmoderna tan vacía y pretenciosa, que se distingue por la subversión de valores, la confusión, la poca o ninguna visión de la realidad circundante, la entronización de iconos y mitos, la moral acomodaticia y el esnobismo.
Con la pretensión de etiquetar al macho posmo, sin tener idea de lo que es en realidad, sólo por querer adjudicarle una definición y sin reconocer su inmadurez, su inmovilismo, su indolencia, su inercia, ciertos estudiosos de las generaciones lo comparan nada menos que con Ulises –el de Homero, no el de Joyce-, arropando la idea de que el macho posmo navega por los mares procelosos de una era difícil y erizada de peligros.
Expertos de los Estados Unidos dicen que son la “nueva generación” Odisea, que se niega a crecer y que su paso por la vida es eso: una odisea.
El diario La Nación de Buenos Aires recogió algunas de esas definiciones y opiniones en un artículo de Fabiola Czubaj en el que se dice que un tal doctor –no se explica en qué disciplina- William Galston sostuvo en un diario británico que la palabra odisea sintetiza la idea de la exploración permanente.
Pero el macho posmo no explora nada, se limita a centrarse en sí mismo y a fortalecer sus dependencias: de pá, de má, de su pareja, cuando la tiene –siempre por poco tiempo- y fundamentalmente de sus artilugios electrónicos.
Parece ajustarse más a la realidad el licenciado Miguel Espeche, coordinador general del Programa de Salud Mental Barrial del hospital Pirovano de Buenos Aires, cuando dice a La Nación que “muchos chicos no quieren crecer si hacerlo significa transformarse en ‘eso’ que son sus padres en lo que a gozo por vivir se refiere. Entonces la disyuntiva que se les plantea es difícil: o ser niños eternos o sucumbir a una visión de la adultez homologable a la pérdida de la pasión y la caída en un estrés perpetuo y quejoso de su propio destino”.
Yo creo que el macho posmo no sufre de estrés, ni se queja de su destino por la sencilla razón de que su destino le importa un rábano: él está a lo que pinte, a lo que venga, según su propia confesión. Esto ni se aproxima al “carpe diem” de Horacio, que preconizaba el aprovechamiento de lo actual y el placer de lo futuro. El macho posmo no aprovecha nada y su sensación del placer está muy diluída. El “laissez faire” es lo más parecido a su… “filosofía”, pero no nos referimos a la política económica liberal impulsada por los fisiócratas en Francia en el siglo XVIII cuando decimos "laissez faire".
Investigadores estadounidenses –ya hemos dicho que el macho posmo está en todas partes-, explicaron al diario británico “The Sunday Times” que el llamado por nosotros macho posmoderno, o macho posmo se sitúa en una etapa comprendida entre la adolescencia y la adultez, dado que posee rasgos distintivos propios que la define, como la falta de compromiso o la postergación indefinida de obligaciones que hasta ahora correspondían a esa edad.
Otros investigadores coinciden en que la demora en abandonar la adolescencia se está convirtiendo más en una forma de vida que en una etapa de formación para la edad adulta.
Esa visión se aproxima más a la realidad. El macho posmo sería, pues, un adultescente o un adulto adolescente con la mentalidad, los gustos, los temores, las manías, los tics y otras singularidades de la adolescencia, a las que el macho posmo suma su falta de ideario, su desinterés por otras realidades o individuos y su carencia de capacidad de compromiso con una causa, una creencia, una determinación, ni siquiera una pasión.
La psiquiatra Graciela Moreschi reconoció en declaraciones a La Nación que este fenómeno “responde a los valores de inmediatez y presente permanente propios del posmodernismo, que atentan contra el esfuerzo, el proyecto mediato y el futuro”.
No nos engañemos, ni engañemos a nadie: el macho posmo no forma parte de ninguna corriente de pensamiento ni de escuela filosófica alguna. No puede compararse en lo más mínimo con el audaz e ingenioso aventurero Ulises, protagonista de “La Odisea” de Homero, ni su vida es una odisea.
El macho posmo es sólo un hombre desganado, asexuado, indiferente, indeciso, ausente, que se debate entre un nomadismo desangelado, su obsesión por las comunicaciones sin tener nada que comunicar y la distancia que toma de la familia refugiado, sin embargo, en su seno y dilatando “ad infinitum” la constitución de la suya.
No son felices, aunque están muy lejos de la poética melancolía del romanticismo y del sentimiento trágico de la vida unamuniano. Tampoco son infelices en su nirvana signado por la computadora, la “Playstation”, el teléfono móvil y otras herramientas de la alta tecnología que usan sobre todo para jugar.
Hace unos días le oí decir a uno, encogiéndose de hombros: “Mientras tenga celular…”.
Esa es una de las características de esta sociedad posmoderna tan vacía y pretenciosa, que se distingue por la subversión de valores, la confusión, la poca o ninguna visión de la realidad circundante, la entronización de iconos y mitos, la moral acomodaticia y el esnobismo.
Con la pretensión de etiquetar al macho posmo, sin tener idea de lo que es en realidad, sólo por querer adjudicarle una definición y sin reconocer su inmadurez, su inmovilismo, su indolencia, su inercia, ciertos estudiosos de las generaciones lo comparan nada menos que con Ulises –el de Homero, no el de Joyce-, arropando la idea de que el macho posmo navega por los mares procelosos de una era difícil y erizada de peligros.
Expertos de los Estados Unidos dicen que son la “nueva generación” Odisea, que se niega a crecer y que su paso por la vida es eso: una odisea.
El diario La Nación de Buenos Aires recogió algunas de esas definiciones y opiniones en un artículo de Fabiola Czubaj en el que se dice que un tal doctor –no se explica en qué disciplina- William Galston sostuvo en un diario británico que la palabra odisea sintetiza la idea de la exploración permanente.
Pero el macho posmo no explora nada, se limita a centrarse en sí mismo y a fortalecer sus dependencias: de pá, de má, de su pareja, cuando la tiene –siempre por poco tiempo- y fundamentalmente de sus artilugios electrónicos.
Parece ajustarse más a la realidad el licenciado Miguel Espeche, coordinador general del Programa de Salud Mental Barrial del hospital Pirovano de Buenos Aires, cuando dice a La Nación que “muchos chicos no quieren crecer si hacerlo significa transformarse en ‘eso’ que son sus padres en lo que a gozo por vivir se refiere. Entonces la disyuntiva que se les plantea es difícil: o ser niños eternos o sucumbir a una visión de la adultez homologable a la pérdida de la pasión y la caída en un estrés perpetuo y quejoso de su propio destino”.
Yo creo que el macho posmo no sufre de estrés, ni se queja de su destino por la sencilla razón de que su destino le importa un rábano: él está a lo que pinte, a lo que venga, según su propia confesión. Esto ni se aproxima al “carpe diem” de Horacio, que preconizaba el aprovechamiento de lo actual y el placer de lo futuro. El macho posmo no aprovecha nada y su sensación del placer está muy diluída. El “laissez faire” es lo más parecido a su… “filosofía”, pero no nos referimos a la política económica liberal impulsada por los fisiócratas en Francia en el siglo XVIII cuando decimos "laissez faire".
Investigadores estadounidenses –ya hemos dicho que el macho posmo está en todas partes-, explicaron al diario británico “The Sunday Times” que el llamado por nosotros macho posmoderno, o macho posmo se sitúa en una etapa comprendida entre la adolescencia y la adultez, dado que posee rasgos distintivos propios que la define, como la falta de compromiso o la postergación indefinida de obligaciones que hasta ahora correspondían a esa edad.
Otros investigadores coinciden en que la demora en abandonar la adolescencia se está convirtiendo más en una forma de vida que en una etapa de formación para la edad adulta.
Esa visión se aproxima más a la realidad. El macho posmo sería, pues, un adultescente o un adulto adolescente con la mentalidad, los gustos, los temores, las manías, los tics y otras singularidades de la adolescencia, a las que el macho posmo suma su falta de ideario, su desinterés por otras realidades o individuos y su carencia de capacidad de compromiso con una causa, una creencia, una determinación, ni siquiera una pasión.
La psiquiatra Graciela Moreschi reconoció en declaraciones a La Nación que este fenómeno “responde a los valores de inmediatez y presente permanente propios del posmodernismo, que atentan contra el esfuerzo, el proyecto mediato y el futuro”.
No nos engañemos, ni engañemos a nadie: el macho posmo no forma parte de ninguna corriente de pensamiento ni de escuela filosófica alguna. No puede compararse en lo más mínimo con el audaz e ingenioso aventurero Ulises, protagonista de “La Odisea” de Homero, ni su vida es una odisea.
El macho posmo es sólo un hombre desganado, asexuado, indiferente, indeciso, ausente, que se debate entre un nomadismo desangelado, su obsesión por las comunicaciones sin tener nada que comunicar y la distancia que toma de la familia refugiado, sin embargo, en su seno y dilatando “ad infinitum” la constitución de la suya.
No son felices, aunque están muy lejos de la poética melancolía del romanticismo y del sentimiento trágico de la vida unamuniano. Tampoco son infelices en su nirvana signado por la computadora, la “Playstation”, el teléfono móvil y otras herramientas de la alta tecnología que usan sobre todo para jugar.
Hace unos días le oí decir a uno, encogiéndose de hombros: “Mientras tenga celular…”.
© José Luis Alvarez Fermosel
2 comentarios:
Querido Caballero: Tiene toda la razón del mundo. Como psicóloga que soy y ejerzo, no comparto lo que afirman mis colegas. Creo que están buscando un "diagnóstico" para justificar sus charlas y escritos. A no ser, que no capten aún cómo son estos tipos de seres que ud. describe. Le puedo contar que tengo un hijo (de 40 años) que es parecido al que describió por la radio: se divorció y se instaló en mi casa sin siquiera hablarme y preguntarme si yo estaba de acuerdo. Para él, como soy su "má", tengo obligación de alojarlo. Y no es que no pueda automantenerse pero a mí no me da ni un peso. ¡Es tremendo! Un beso grande. María Julia (de Tortuguitas)
No sabes, Marijuly, la moral que me da contar con tu anuencia, tanto más cuanto que eres una profesional. Lo malo de todo ésto es que por puro esnobismo la moda y los modos del macho posmo se van extendiendo porque mucha gente, incluso mayor, cree que son "cool". Y en esta maldita era posmoderna de lo que se trata es de ser "cool" a toda costa. Muchas gracias por tu mensaje, paciencia con tu posmo y cariños.
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