Alguien, no recuerdo quién, dijo una vez que es más difícil ser un caballero que un héroe. Pues para serlo, para ser un caballero o, por lo menos, para mostrar que uno está bien educado hay que tener en cuenta algunos detalles que a simple vista parecen intrascendentes, pero que tienen mucha importancia.
Por ejemplo, evitar a toda costa hablar de dinero y de asuntos relacionados con él, ya que el tema es bastante espinoso. Si tienes mucho, mejor para ti; pero no lo hagas saber, no hagas ostentación, y menos ante los que no tienen ninguno, o tienen poco.
Si no tienes dinero, tampoco te pases la vida llorando ante los demás. Lleva tu pobreza con dignidad.
Logros, éxitos, premios, halagos… Recíbelos con sencillez y humildad y manténlos del mismo modo. Deja que sean los demás los que se refieran a ellos. Y si no se refieren, pues que no se refieran. Nadie te va a quitar el legítimo orgullo y la satisfacción de haber sido laureado. Hay que tener cuidado, además, porque a lo mejor estás presumiendo delante de alguien que tiene tantos lauros como tú, o más.
En otro orden, no te obsesiones con tratar siempre con gente importante e influyente, ni alardees de que conoces, o te codeas con Fulano o con Mengano. Tampoco dés por sentado que sólo tú conoces a Zutano o Perengano. Quien más, quien menos, conoce gente importante y tiene amigos y relaciones influyentes.
Más detalles: hay que procurar ser lo más discreto posible con todo el mundo. Si pedimos permiso para entrar en el escritorio del jefe, pidámoslo también para entrar en la habitación de nuestro hijo adolescente.
Cuidado con la comunicación. No mandar e-mails a troche y moche, ni mucho menos versitos ni cadenas. El e-mail debe ser el último recurso cuando no se encuentra alguien en su teléfono de tierra o en su celular. Con respecto a este último, no olvidar que el destinatario de nuestra llamada puede estar en el coche, conduciendo –en ese caso, el que conduce no debe atender el teléfono-, o en una reunión. En general, tener presente que el teléfono móvil debe usarse cuando verdaderamente sea necesario.
No estoy preconizando la no utilización de la moderna tecnología de las comunicaciones, sino poniendo de manifiesto que no hay que abusar de ella.
Otra cosa de suma importancia. Hay que ser puntual, siempre y por sistema. Hay que, por lo menos, tratar de serlo y de ser ordenado, también. Por lo general, el impuntual es desordenado. Se desordena con el tiempo, como con todo. Tener fama de llegar siempre con retraso a todas partes equivale a tener fama de poco serio.
Si se teme no llegar a tiempo en una ocasión determinada, por lo menos citar a la persona que uno va a ver en un lugar cerrado. El tránsito ya no es una excusa para justificar el habitual retraso de media hora.
No hay que cancelar compromisos a última hora porque de pronto le entren a uno ganas de no ir. Haberlo pensado antes. Hay que acostumbrarse, y esto va para la gente joven, a comprometerse, a tener palabra.
En lugares públicos donde le sirven a uno, sonreír y tratar bien a la gente, siempre y cuando le traten bien a uno, por supuesto. De lo contrario, hay que hacer valer los derechos de uno, que en definitiva es el que paga. Hablando de pagar, es conveniente dejar buenas propinas a la gente que se las gana, así, si uno vuelve al lugar, será bien tratado.
Cuando le inviten, demuestre, si bien discretamente, sin alharacas, su satisfacción y su gratitud.
No confundir la buena costumbre de decirle de vez en cuando algo agradable al prójimo, o resaltar alguna de sus virtudes, personales o profesionales, las que sean, con la obsecuencia.
Si a uno se le ocurre un comentario brillante, o hace, o tiene algo realmente bonito, o grato, en algún sentido, siempre será bueno hacérselo notar. Pero alabarlo constantemente para ganarse su gratitud, o su consideración, es obsecuencia.
Si una persona excedida de peso está tratando de bajarlo con gran sacrificio y se le nota que ha adelgazado bastantes kilos, será bueno decírselo a fin de estimularlo, pero si no es así y uno dice sin motivo ni fundamentos: “Fulano, estás mucho más delgado”, se expone a que le digan: “¡Pues esta semana he engordado 2 kilos!”. Uno queda como un idiota, o como un obsecuente.
No hay que ser narcisista. Se cometen muchas estupideces cuando uno va de Narciso por la vida, mirándose en los charcos de la calle. Hay un libro buenísimo, que recomendamos con todo entusiasmo: “¿Por qué las personas inteligentes cometen estupideces?”, de Mortimer Feinberg y John J. Tarrant, de 300 páginas, editado por Granica Comunicación (Buenos Aires, Barcelona, México). Está plagado de estupideces que no se sabe por qué ni cómo cometieron personas inteligentes y que ocuparon cargos y lugares de importancia en la política, la cultura, la sociedad y otros medios.
Recordemos, sin ir más lejos, que la estupidez de Watergate, agregada a su excesiva confianza en sí mismo, le costó a Richard Nixon la presidencia de Estados Unidos.
Por ejemplo, evitar a toda costa hablar de dinero y de asuntos relacionados con él, ya que el tema es bastante espinoso. Si tienes mucho, mejor para ti; pero no lo hagas saber, no hagas ostentación, y menos ante los que no tienen ninguno, o tienen poco.
Si no tienes dinero, tampoco te pases la vida llorando ante los demás. Lleva tu pobreza con dignidad.
Logros, éxitos, premios, halagos… Recíbelos con sencillez y humildad y manténlos del mismo modo. Deja que sean los demás los que se refieran a ellos. Y si no se refieren, pues que no se refieran. Nadie te va a quitar el legítimo orgullo y la satisfacción de haber sido laureado. Hay que tener cuidado, además, porque a lo mejor estás presumiendo delante de alguien que tiene tantos lauros como tú, o más.
En otro orden, no te obsesiones con tratar siempre con gente importante e influyente, ni alardees de que conoces, o te codeas con Fulano o con Mengano. Tampoco dés por sentado que sólo tú conoces a Zutano o Perengano. Quien más, quien menos, conoce gente importante y tiene amigos y relaciones influyentes.
Más detalles: hay que procurar ser lo más discreto posible con todo el mundo. Si pedimos permiso para entrar en el escritorio del jefe, pidámoslo también para entrar en la habitación de nuestro hijo adolescente.
Cuidado con la comunicación. No mandar e-mails a troche y moche, ni mucho menos versitos ni cadenas. El e-mail debe ser el último recurso cuando no se encuentra alguien en su teléfono de tierra o en su celular. Con respecto a este último, no olvidar que el destinatario de nuestra llamada puede estar en el coche, conduciendo –en ese caso, el que conduce no debe atender el teléfono-, o en una reunión. En general, tener presente que el teléfono móvil debe usarse cuando verdaderamente sea necesario.
No estoy preconizando la no utilización de la moderna tecnología de las comunicaciones, sino poniendo de manifiesto que no hay que abusar de ella.
Otra cosa de suma importancia. Hay que ser puntual, siempre y por sistema. Hay que, por lo menos, tratar de serlo y de ser ordenado, también. Por lo general, el impuntual es desordenado. Se desordena con el tiempo, como con todo. Tener fama de llegar siempre con retraso a todas partes equivale a tener fama de poco serio.
Si se teme no llegar a tiempo en una ocasión determinada, por lo menos citar a la persona que uno va a ver en un lugar cerrado. El tránsito ya no es una excusa para justificar el habitual retraso de media hora.
No hay que cancelar compromisos a última hora porque de pronto le entren a uno ganas de no ir. Haberlo pensado antes. Hay que acostumbrarse, y esto va para la gente joven, a comprometerse, a tener palabra.
En lugares públicos donde le sirven a uno, sonreír y tratar bien a la gente, siempre y cuando le traten bien a uno, por supuesto. De lo contrario, hay que hacer valer los derechos de uno, que en definitiva es el que paga. Hablando de pagar, es conveniente dejar buenas propinas a la gente que se las gana, así, si uno vuelve al lugar, será bien tratado.
Cuando le inviten, demuestre, si bien discretamente, sin alharacas, su satisfacción y su gratitud.
No confundir la buena costumbre de decirle de vez en cuando algo agradable al prójimo, o resaltar alguna de sus virtudes, personales o profesionales, las que sean, con la obsecuencia.
Si a uno se le ocurre un comentario brillante, o hace, o tiene algo realmente bonito, o grato, en algún sentido, siempre será bueno hacérselo notar. Pero alabarlo constantemente para ganarse su gratitud, o su consideración, es obsecuencia.
Si una persona excedida de peso está tratando de bajarlo con gran sacrificio y se le nota que ha adelgazado bastantes kilos, será bueno decírselo a fin de estimularlo, pero si no es así y uno dice sin motivo ni fundamentos: “Fulano, estás mucho más delgado”, se expone a que le digan: “¡Pues esta semana he engordado 2 kilos!”. Uno queda como un idiota, o como un obsecuente.
No hay que ser narcisista. Se cometen muchas estupideces cuando uno va de Narciso por la vida, mirándose en los charcos de la calle. Hay un libro buenísimo, que recomendamos con todo entusiasmo: “¿Por qué las personas inteligentes cometen estupideces?”, de Mortimer Feinberg y John J. Tarrant, de 300 páginas, editado por Granica Comunicación (Buenos Aires, Barcelona, México). Está plagado de estupideces que no se sabe por qué ni cómo cometieron personas inteligentes y que ocuparon cargos y lugares de importancia en la política, la cultura, la sociedad y otros medios.
Recordemos, sin ir más lejos, que la estupidez de Watergate, agregada a su excesiva confianza en sí mismo, le costó a Richard Nixon la presidencia de Estados Unidos.
© José Luis Alvarez Fermosel
Anterior:
“No es cuestión de dinero” (http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2007/12/no-es-cuestin-de-dinero.html)
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