Yo creo que habría que reirse más. Habría que tener la risa más fácil. Todos tendríamos que reírnos más y mejor. La gente de risa fácil suele ser gente limpia de corazón. En Argentina se ríe uno del prójimo, no se le hace reir o se ríe uno con él. La prueba es que la cargada y la “cachada” son el deporte nacional, o por lo menos uno de ellos. Esta es una regla que, naturalmente, tiene sus excepciones.
Un día le hice reir hasta llorar a mi amigo Héctor López Ferreira: una mañana de invierno lluviosa y hostil, de esas en las que uno se maldice por no haberse quedado remoloneando en la cama con el pretexto de que está resfriado, en vez de lanzarse a la calle atrafagada y fría, con charcos en los baches de las veredas y gente con la cara verdosa yendo de mala gana de un lugar a otro, arrebujada en sus impermeables y bajo paraguas que da vuelta el viento.
Estábamos en una cafetería del centro de Buenos Aires. Era tan temprano que los mozos no habían terminado de bajar las sillas puestas sobre las mesas la noche anterior. Alguien lavaba el piso. Olía al café que se estaba haciendo y al hojaldre de las medialunas. Un olor reconfortante.
A López Ferreira y a mí nos habían dejado otra vez en la estacada. Quiero decir que no nos habían pagado un dinero que nos tenían que pagar por un trabajo que habíamos hecho conjuntamente. Yo estaba indignado, porque no termino de hacerme a la idea de que se considere natural -como hacen muchos-, que a uno no le paguen por su trabajo. El tiempo de un profesional vale dinero, aunque no haga nada.
Yo había escrito una carta de protesta -iqué ingenuo…!- que me proponía hacer llegar a los autores de la tranfulla. Era una carta muy sarcástica, casi vitriólica. En un momento dado la saqué del portafolios y se la di a López Ferreira, que estaba frente a mí, sentado a una mesa cercana a un ventanal del café, a través del cual se veía caer la lluvia, oblícua y fastidiosa.
López Ferreira se quitó las gafas de lejos y empezó a leer. Al tercer párrafo ya lloraba de risa. Yo sentí que mis tensiones se aflojaban y que mi indignación disminuía hasta que terminó por disiparse por completo. Mi amigo y yo no habíamos cobrado, ni ninguno de los dos iba a cobrar. Pero en una mañana tan desastrosa y con el ánimo tan bajo, yo había sido capaz de hacer reir a carcajadas a un ser humano. Le había hecho un regalo y, al reírme yo también, me lo había hecho a mí mismo.
Que uno se ría con frecuencia no significa que no sea serio, que no tome las cosas serias con seriedad.
Bienvenidas sean entonces las bromas y los chistes. El bromista, eso sí, no debe gastar bromas pesadas ni el contador de chistes contar uno tras otro, compulsivamente.
Reirse a mandíbula batiente, siempre y cuando sea con motivo y fundamento, claro está, no es una falta de seriedad ni una frivolidad, sino incluso algo que los médicos recomiendan.
Hacerle reír al prójimo, sobre todo en los tiempos que corren, es una obra de caridad.
Un día le hice reir hasta llorar a mi amigo Héctor López Ferreira: una mañana de invierno lluviosa y hostil, de esas en las que uno se maldice por no haberse quedado remoloneando en la cama con el pretexto de que está resfriado, en vez de lanzarse a la calle atrafagada y fría, con charcos en los baches de las veredas y gente con la cara verdosa yendo de mala gana de un lugar a otro, arrebujada en sus impermeables y bajo paraguas que da vuelta el viento.
Estábamos en una cafetería del centro de Buenos Aires. Era tan temprano que los mozos no habían terminado de bajar las sillas puestas sobre las mesas la noche anterior. Alguien lavaba el piso. Olía al café que se estaba haciendo y al hojaldre de las medialunas. Un olor reconfortante.
A López Ferreira y a mí nos habían dejado otra vez en la estacada. Quiero decir que no nos habían pagado un dinero que nos tenían que pagar por un trabajo que habíamos hecho conjuntamente. Yo estaba indignado, porque no termino de hacerme a la idea de que se considere natural -como hacen muchos-, que a uno no le paguen por su trabajo. El tiempo de un profesional vale dinero, aunque no haga nada.
Yo había escrito una carta de protesta -iqué ingenuo…!- que me proponía hacer llegar a los autores de la tranfulla. Era una carta muy sarcástica, casi vitriólica. En un momento dado la saqué del portafolios y se la di a López Ferreira, que estaba frente a mí, sentado a una mesa cercana a un ventanal del café, a través del cual se veía caer la lluvia, oblícua y fastidiosa.
López Ferreira se quitó las gafas de lejos y empezó a leer. Al tercer párrafo ya lloraba de risa. Yo sentí que mis tensiones se aflojaban y que mi indignación disminuía hasta que terminó por disiparse por completo. Mi amigo y yo no habíamos cobrado, ni ninguno de los dos iba a cobrar. Pero en una mañana tan desastrosa y con el ánimo tan bajo, yo había sido capaz de hacer reir a carcajadas a un ser humano. Le había hecho un regalo y, al reírme yo también, me lo había hecho a mí mismo.
Que uno se ría con frecuencia no significa que no sea serio, que no tome las cosas serias con seriedad.
Bienvenidas sean entonces las bromas y los chistes. El bromista, eso sí, no debe gastar bromas pesadas ni el contador de chistes contar uno tras otro, compulsivamente.
Reirse a mandíbula batiente, siempre y cuando sea con motivo y fundamento, claro está, no es una falta de seriedad ni una frivolidad, sino incluso algo que los médicos recomiendan.
Hacerle reír al prójimo, sobre todo en los tiempos que corren, es una obra de caridad.
© José Luis Alvarez Fermosel
4 comentarios:
¡Ah, Caballero Español! ¡Cuánta razón tiene! Yo mismo, ni bien leí esta nota hice mi mea culpa. ¡Cuántas veces le habré hecho bromas a mi hijastro que es un poquito rengo! Ud. logró que después de leerlo fuera a hablar con él y pedirle disculpas. Terminamos amigasos como jamás lo había pensado. Por otra parte, ud. me trajo a la memoria al querido Fontanarrosa que era un genio. Gracias por hacerme recapacitar. Un gran abrazo. Julián (de Rosario)
Julián:¡qué bien que mi recuerdo sobre una mañana de carcajadas haya servido para que no le gastes más a tu hijastro! estas son las cosas que nos hacen ver que nuestro mensaje tiene sentido y a veces redunda en algo positivo. Un abrazo.
Sí, tiene razón. Habría que reírse más. No es fácil, mucho más con los problemas que estamos pasando en la Argentina en estos momentos. Pero la risa da oxígeno, al menos un poco. Aunque le parezca mentira, tengo alguien que a mi me saca siempre una sonrisa por lo menos: es mi gato que se tomó la costumbre de subirse a la mesada cuando cocino y si ve que estoy distraída, me esconde algo: una cuchara, un tenedor, etc. Le deseo lo mejor y me encanta su blog y su labor en la radio. ¿Volverá a leer como hacía antes? Gracias por todo. Gaby (Escobar)
Gaby: La risa es el remedio infalible, como decía el "Reader's Digest". Siempre alguien o algo, como un gato bromista, nos pueden hacer reír si nosotros ponemos de nuestra parte. Gracias por tus elogios. Yo también te deseo lo mejor. Algún día leeré algo en la radio, que te dedicaré. Si quieres que lea algo especial, o que haya leído antes, dímelo. Un beso grande.
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