viernes, 7 de marzo de 2008

Las tortas de Rosa Low-Tane

Conocí a Rosa Low-Tane -cuyo marido fue amigo de Freud- hace varios años. Tenía una heladería donde en invierno, claro, no vendía helados, sino una dulce, alegre y policroma variedad de tortas oriundas de Galitzia (1).
Doña Rosa, que en esa época debía tener unos 7O años, era delgada y coqueta. Se cuidaba mucho su hermoso cabello blanco, que llevaba siempre cuidadosamente peinado. En el fondo de sus ojos azules bailoteaba una pícardía luminosa que nunca se apagaba. Esgrimía delicadamente modales cortesanos.
Le gustaba la música a doña Rosa. No se perdía una función del Colón, al que estaba abonada y se compraba casetes –todavía no habían aparecido los compactos- de música clásica y valses vieneses.
La heladería estaba en Honorio Pueyrredón, en el límite entre Villa Crespo y Caballito. Doña Rosa preparaba con amor y humor sus tortas, entre las que destacaba la de miel, manzana, coco y limón.
Allí, en el mostrador, frente a la puerta flanqueada por bancos de sólida madera oscura, he comido el mejor strudel de manzana y nueces de mi vida.
Doña Rosa preparaba también los knishes de papa y los beigalej en forma de herradura, rellenos de queso blanco.
Doña Rosa tenía un hijo, Jacobo, que a veces se ocupaba de la heladería. Era un hombre corpulento, extravertido, de frondosa barba color sal y pimienta, un poco ampuloso, que había viajado por una buena parte de Europa y sabía lo suyo y lo del vecino de comidas, bebidas, música, mujeres, paisajes y violines y recordaba las teorías de Maimónides y Judá Halevy, éste último autor del más rotundo y sombrío madrigal que poeta alguno haya dedicado a una mujer:
"Oh, amada: a través de tu carne palparé tus huesos, para reconocerte el día de la resurrección".
Un vecino, bajito, socarrón, caía por la heladería casi todas las tardes y contaba chascarrillos, apoyado en un gran frigorífico antiguo y esmaltado.
Al atardecer, los gorriones revoloteaban sobre las copas de los árboles de la avenida Honorio Pueyrredón y salían mujeres de los mercados, empujando sus changuitos.
Se iba el sol y era hora de beberse en paz una ginebra.


(1) Región de Europa Central, al norte de los montes Cárpatos.



© José Luis Alvarez Fermosel

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Hola, Caballero, qué alegría encontrarlo online! Yo conocí accidentalmente el lugar de Rosa. Eran bárbaras las tortas y no estoy muy seguro pero me parece que también preparaban, no sé si por encargo o para los muy conocidos, el Don Pedro. Un gusto leerle y escucharlo por la radio.Felicito su blog. Un gran abrazo. Tony (de Almagro)

Anónimo dijo...

Efectivamente, Tony, en ese lugar tan simpático preparaban el Don Pedro, muy bien, por cierto. Yo me tomé varios. Gracias y saludos cordiales.