Todas las hojas de todos los árboles se han muerto en un otoño que todavía le pone a uno en los ojos chispitas de verano.
Un tiempo loco en relojes rotos de viejas verbenas y bailongos de chalequeras, señoritos mal de familia bien y algún macarra enteco de pelo grasiento y antiguas patillas de boca de hacha.
¿Qué ha pasado aquí, qué está pasando? ¿Quién ha venido? ¿Por qué este calor, de pronto, que nos arrebola la cara verdosa y nos pone los pulsos a cien?.
Vienen fantasmas. Bailarinas del cabaret “Morocco”, camarutas de “Arachu”, en la carretera de Sarriá; un payaso de cara enharinada y la roja nariz de todos los payasos; música de organillo y olor a quemado. Venecia sin ti, aquellas noches y todo eso.
Una brisa antigua trae un aroma de coñac y tabaco negro. Puñetazo en la mandíbula y tente tieso.
Bulevar y esquinas difusas. “Rincón, rinconcito, esquinita de una calle sin faroles y árboles chiquititos…”, clamaba el alferez de guardia en la nieve.
Chaqueta de ante y al café “Roma”. De Piccadilly al Arco de Cuchilleros. “Unos ojos muy negros van por el Prado…”
La noche no se termina nunca. “¡Bailan ustedes con la orquesta de Gianni Ales…!”. O sea, que estamos en la Costanilla de los Angeles y la madrugada se cuaja en azules presentidos.
Todavía se podía encontrar uno con duquesas en el “Molino Rojo”, en la calle Tribulete, y el cronista de la voz ronca escribía a matacaballos en la mesa de mármol del viejo café, tosiendo y sin dejar de fumar. (La pitillera de oro firmada por el rey Alfonso XIII y al lado las cerillas de la cocinera. Dandismo).
Una rumba lejana, un bocinazo, Voy camino del sotabanco. Las cuevas de “Sésamo”.
¿Por qué te fuiste…? No, si es que no he venido. Y el coche al ralenti y el desgarrón en el traje Príncipe de Gales y el romántico tango.
No, señora, yo no fumo “Players”; ya nadie fuma “Players”: quizás Lemmy Caution…
-Vengo de “El Trocadero”
-¡Quite de ahí! ¡Usted viene de Bucarest!
Han apuñalado a un prestamista cerca del Cuartel del Conde Duque. Gitanos y caballos.
En el bar, los fantasmas juegan al mus bajo una luz roji verde de lámparas nefastas e incitantes. El bailarín bajito no puede publicar su novela.
¿Pero qué está pasando aquí, oiga usted? ¿Quién se ha ido, quién viene?
Un tiempo loco en relojes rotos de viejas verbenas y bailongos de chalequeras, señoritos mal de familia bien y algún macarra enteco de pelo grasiento y antiguas patillas de boca de hacha.
¿Qué ha pasado aquí, qué está pasando? ¿Quién ha venido? ¿Por qué este calor, de pronto, que nos arrebola la cara verdosa y nos pone los pulsos a cien?.
Vienen fantasmas. Bailarinas del cabaret “Morocco”, camarutas de “Arachu”, en la carretera de Sarriá; un payaso de cara enharinada y la roja nariz de todos los payasos; música de organillo y olor a quemado. Venecia sin ti, aquellas noches y todo eso.
Una brisa antigua trae un aroma de coñac y tabaco negro. Puñetazo en la mandíbula y tente tieso.
Bulevar y esquinas difusas. “Rincón, rinconcito, esquinita de una calle sin faroles y árboles chiquititos…”, clamaba el alferez de guardia en la nieve.
Chaqueta de ante y al café “Roma”. De Piccadilly al Arco de Cuchilleros. “Unos ojos muy negros van por el Prado…”
La noche no se termina nunca. “¡Bailan ustedes con la orquesta de Gianni Ales…!”. O sea, que estamos en la Costanilla de los Angeles y la madrugada se cuaja en azules presentidos.
Todavía se podía encontrar uno con duquesas en el “Molino Rojo”, en la calle Tribulete, y el cronista de la voz ronca escribía a matacaballos en la mesa de mármol del viejo café, tosiendo y sin dejar de fumar. (La pitillera de oro firmada por el rey Alfonso XIII y al lado las cerillas de la cocinera. Dandismo).
Una rumba lejana, un bocinazo, Voy camino del sotabanco. Las cuevas de “Sésamo”.
¿Por qué te fuiste…? No, si es que no he venido. Y el coche al ralenti y el desgarrón en el traje Príncipe de Gales y el romántico tango.
No, señora, yo no fumo “Players”; ya nadie fuma “Players”: quizás Lemmy Caution…
-Vengo de “El Trocadero”
-¡Quite de ahí! ¡Usted viene de Bucarest!
Han apuñalado a un prestamista cerca del Cuartel del Conde Duque. Gitanos y caballos.
En el bar, los fantasmas juegan al mus bajo una luz roji verde de lámparas nefastas e incitantes. El bailarín bajito no puede publicar su novela.
¿Pero qué está pasando aquí, oiga usted? ¿Quién se ha ido, quién viene?
© José Luis Alvarez Fermosel
2 comentarios:
José Luis: lo felicito por esta nota. Es hermosísima y ud. es brillante escribiendo. ¿Se nota mucho que soy fana suya? Felices Pascuas. Soy de Monte Grande y mi nombre es Ana. Lo leo y escucho siempre.
Ana: Sí, se nota. Felices Pascuas para ti también. Trataré de esmerarme para no defraudarte desde la radio ni desde el blog. Gracias y cariños.
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