¿Será el Espíritu Santo en forma de paloma, como suele representárselo, el que ha descendido del cielo y se ha posado sobre un hombro del señor del gesto entre soterradamente humorístico y un sí es no es de aquí estoy yo tan tranquilo y viene esta paloma a darme la lata? ¿O será la paloma de la paz, que se hace presente por fin, aunque sin laurel en el pico, y a partir de ahora el mundo dejará de estar desquiciado y de ser violento?
No nos hagamos ilusiones. Ni el Espíritu Santo, ni la paloma de la paz, ni nada esotérico ni espiritual. Sencillamente, una paloma callejera, con poca o ninguna vergüenza, ha escogido un hombro del señor rubiasco porque le ha caído bien y ahí se siente cómoda y a salvo.
Las palomas son dóciles. De ahí que se dejen manipular por magos y prestímanos, como hemos visto tantas veces en los circos.
El señor que le cede su hombro a la paloma parece de natural tranquilo, aunque da la sensación de que se puede enfurruñar, llegado el caso. Tiene la barba desordenada y el bigotazo manchado de nicotina. Se toca con una boina y mira a la paloma, y la paloma le mira a él. Quizás se conozcan de antes, o estén conociéndose. En cualquier caso, no parece que se lleven, o que se vayan a llevar mal; es más, tarde o temprano se van a hacer amigos.
La paloma y el hombre componen una escena callejera y simpática, en tonos azules.
Si fueramos a sutilizar las cosas, la estampa podría ser más un cuadro que una fotografía. Un cuadro que no hubiera desdeñado pintar Picasso en su época azul, si bien con el consiguiente retorcimiento. Picasso sabía de palomas.
Nos molesten o no, hay que dejar que las palomas se acerquen a uno. Si no se le acercan es que uno no es buen bicho.
No nos hagamos ilusiones. Ni el Espíritu Santo, ni la paloma de la paz, ni nada esotérico ni espiritual. Sencillamente, una paloma callejera, con poca o ninguna vergüenza, ha escogido un hombro del señor rubiasco porque le ha caído bien y ahí se siente cómoda y a salvo.
Las palomas son dóciles. De ahí que se dejen manipular por magos y prestímanos, como hemos visto tantas veces en los circos.
El señor que le cede su hombro a la paloma parece de natural tranquilo, aunque da la sensación de que se puede enfurruñar, llegado el caso. Tiene la barba desordenada y el bigotazo manchado de nicotina. Se toca con una boina y mira a la paloma, y la paloma le mira a él. Quizás se conozcan de antes, o estén conociéndose. En cualquier caso, no parece que se lleven, o que se vayan a llevar mal; es más, tarde o temprano se van a hacer amigos.
La paloma y el hombre componen una escena callejera y simpática, en tonos azules.
Si fueramos a sutilizar las cosas, la estampa podría ser más un cuadro que una fotografía. Un cuadro que no hubiera desdeñado pintar Picasso en su época azul, si bien con el consiguiente retorcimiento. Picasso sabía de palomas.
Nos molesten o no, hay que dejar que las palomas se acerquen a uno. Si no se le acercan es que uno no es buen bicho.
© José Luis Alvarez Fermosel
2 comentarios:
Todo, José Luis, todo: la foto y la nota (sobre todo ésta) es poesía. Ud. es un gran maestro para "pintar" una foto (excelente, por cierto)con una descripción extraordinaria. Lo admiro mucho y me gusta mucho escucharlo por radio. Raúl (Bella Vista)
Querido Raúl: un millón de gracias por tu mensaje, que es por de más gratísimo y estimulante. Gracias por seguirme fielmente. Un abrazo.
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