El "bluejean", o los "blue jeans", o los pantalones vaqueros, o el "jean" por antonomasia ¿es la prenda más elegante que se ha inventado en los últimos años? ¿Tiene al menos significado, impronta, da idea de vigor, potencia, libertad...?
Manuel Lamarca, uno de los más conspicuos diseñadores argentinos de moda, sostiene que sí. Tal vez elegante no sea el término exacto para definir el "jean". Quizás ya nada sea elegante.
Lo cierto es que elegante, común, incómodo, inexplicablemente caro...-; prenda de andar por casa, por la calle y de llevar, combinada con el clásico "blazer" azul marino de botones metálicos hasta en las reuniones sociales, fue en principio el uniforme único del obrero norteamericano y desde hace tiempo cubre sin distinción de clases sociales ni costumbres las piernas de la mayoría de los jóvenes, y no tan jóvenes habitantes del mundo, desde Groenlandia hasta Ushuaia.
Los primeros "jeans", o los primeros en los que uno empezó a fijarse -y a preguntarse si no merecería la pena incorporarlos a su guardarropa-, los lucían en las películas Anne Margret -¡qué bien le sentaban...!-, James Dean y otras actrices y actores de Hollywood.
Alguno de los usuarios era patizambo, pero no importaba. Ese defecto, remarcado por el "jean", imprimía cierto carácter: daba la impresión de que llevarlo significaba haberse pasado la vida, o una buena parte de ella, montando a caballo en Arizona o en Jerez de la Frontera.
Al principio los "jeans" vinieron de los Estados Unidos en las maletas de los turistas. Enseguida se esparcieron por todas partes y pudo adquirírselos -eso sí, a precios siderales- en las tiendas de ropa que vendían prendas importadas.
Ser poseedor de un par de pantalones vaqueros entonces era casi como tener una joya de familia, valga la exageración.
Pronto se fabricaron en todo el mundo. En dos categorías: los de tela verdad y los de imitación, ya que como siempre, como en todo, el "ersatz", el sucedáneo surgió simultáneamente con el producto original.
Hasta el criollo, en pleno campo, reemplazó no ya a las antiguas bombachas, sino a los pantalones negros amarrados a la cintura con una cuerda de esparto por los "jeans" de tela verdad o de tela mentira, qué más da.
La tela verdad se logra por la decoloración que le produce el uso prolongado. Pero como ese proceso es lento, se aceleró hirviendo el "jean" en agua -como la tela loden impermeable, de origen austríaco, de los abrigos verdes de los cazadores de las campiñas británicas-. O se restregó el duro lienzo azul con piedras para imprimirle una patina que se consideraba imprescindible, si uno pretendía lucirla en su quintaesencia.
Después se llegó al extremo de desflecar el "jean" por las bocamangas y de desgarrarlo a la altura de la rodilla, el muslo y el trasero, lo cual le dio un toque no ya desenfadado, sino “sexy”.
Dentro de ese estilo, los “jeans” fueron estrechándose, ciñéndose, casi convirtiéndose en una segunda piel. Y se hicieron todavía más “sexy”.
Es decir, los hicieron más “sexy” las mujeres, que además los “aggiornaron” y sofisticaron estampándoles flores de otra tela, o incrustándoles abalorios.
De tela de "jean" se confeccionaron también camperas, camisas, chalecos, incluso trajes –yo tuve uno hecho a medida que fue la envidia de todos mis amigos-, bolsos, cinturones, carteras e incluso tapas de agendas para… ''la cartera de la dama y el bolsillo del caballero", hasta que salieron las agendas electrónicas.
Todo el mundo, cualquiera que sea su edad, sexo y condición es afecto al "jean", que rompió todas las barreras y llegó a todas partes.
Ingresó en las oficinas y las fábricas, forrando las piernas de las mujeres y marcándoles el traste, y ya lo llevan mujeres y hombres, incluso en los teatros de ópera y las fiestas de gala, combinado con blusas de raso o chaquetas de esmóquin.
Ni las bermudas, ni el pantalón pescador, ni los “shorts” ni ninguna otra prenda consiguió desplazar y mucho menos sustituir al vaquero.
Los hermanos españoles Marciano le dieron al “jean” americano el toque del diseño europeo.
Se nos ha uniformado de "jean", ya desde hace tiempo. No sé si eso es bueno. Tampoco lo habría sido que a los hombres se nos hubiera uniformado de frac con condecoraciones, sin tener en cuenta que no todo el mundo posee un frac y condecoraciones que prenderse en la solapa, como quien se pone una flor.
El eslogan "la arruga es bella" se lanzó por intereses industriales y económicos. Ciertos fabricantes de tejidos sabían que las telas que iban a colocar en el mercado se arrugarían más de lo normal, como la del “jean”, y decidieron hacer una moda de la arruga.
El modista español Adolfo Domínguez dijo al respecto que "aquello fue una especie de milagro, una feliz coincidencia. ¿Qué pasó con el eslogan, la conexión generacional, el aire de libertad...? La respuesta sigue siendo 'no se sabe’”.
Quizá la verdad en ésto de las vestiduras, los vestidos e incluso los revestimientos resida, como en tantas otras cosas, en el término medio.
Ni la arruga es bella, ni la arruga es fea, ni todo "jean" ni nunca "jean".
Que nosotros, los caballeros, imitáramos ahora aquí a Jorge Newbery o a "Macoco" Alzaga sería disparatado; como lanzarse "a rebours", a lo Jean Lorraine, en busca de la turbia emoción de los bajos fondos vestidos como George Clooney, que no se quita el esmóquin en los anuncios comerciales que protagoniza ni siquiera en las pausas.
En fin, que cada cual lleve lo que quiera -"jean" incluido-; pero, por favor, que vaya bien vestido, como dijo un día en Barcelona Jakob Kraus, presidente de la Federación Mundial de maestros sastres.
—¡Pero si ya no hay sastres!
—Tiene usted razón, señora; ¿le gustan mis nuevos, es decir, mis viejos "jeans"...?
Manuel Lamarca, uno de los más conspicuos diseñadores argentinos de moda, sostiene que sí. Tal vez elegante no sea el término exacto para definir el "jean". Quizás ya nada sea elegante.
Lo cierto es que elegante, común, incómodo, inexplicablemente caro...-; prenda de andar por casa, por la calle y de llevar, combinada con el clásico "blazer" azul marino de botones metálicos hasta en las reuniones sociales, fue en principio el uniforme único del obrero norteamericano y desde hace tiempo cubre sin distinción de clases sociales ni costumbres las piernas de la mayoría de los jóvenes, y no tan jóvenes habitantes del mundo, desde Groenlandia hasta Ushuaia.
Los primeros "jeans", o los primeros en los que uno empezó a fijarse -y a preguntarse si no merecería la pena incorporarlos a su guardarropa-, los lucían en las películas Anne Margret -¡qué bien le sentaban...!-, James Dean y otras actrices y actores de Hollywood.
Alguno de los usuarios era patizambo, pero no importaba. Ese defecto, remarcado por el "jean", imprimía cierto carácter: daba la impresión de que llevarlo significaba haberse pasado la vida, o una buena parte de ella, montando a caballo en Arizona o en Jerez de la Frontera.
Al principio los "jeans" vinieron de los Estados Unidos en las maletas de los turistas. Enseguida se esparcieron por todas partes y pudo adquirírselos -eso sí, a precios siderales- en las tiendas de ropa que vendían prendas importadas.
Ser poseedor de un par de pantalones vaqueros entonces era casi como tener una joya de familia, valga la exageración.
Pronto se fabricaron en todo el mundo. En dos categorías: los de tela verdad y los de imitación, ya que como siempre, como en todo, el "ersatz", el sucedáneo surgió simultáneamente con el producto original.
Hasta el criollo, en pleno campo, reemplazó no ya a las antiguas bombachas, sino a los pantalones negros amarrados a la cintura con una cuerda de esparto por los "jeans" de tela verdad o de tela mentira, qué más da.
La tela verdad se logra por la decoloración que le produce el uso prolongado. Pero como ese proceso es lento, se aceleró hirviendo el "jean" en agua -como la tela loden impermeable, de origen austríaco, de los abrigos verdes de los cazadores de las campiñas británicas-. O se restregó el duro lienzo azul con piedras para imprimirle una patina que se consideraba imprescindible, si uno pretendía lucirla en su quintaesencia.
Después se llegó al extremo de desflecar el "jean" por las bocamangas y de desgarrarlo a la altura de la rodilla, el muslo y el trasero, lo cual le dio un toque no ya desenfadado, sino “sexy”.
Dentro de ese estilo, los “jeans” fueron estrechándose, ciñéndose, casi convirtiéndose en una segunda piel. Y se hicieron todavía más “sexy”.
Es decir, los hicieron más “sexy” las mujeres, que además los “aggiornaron” y sofisticaron estampándoles flores de otra tela, o incrustándoles abalorios.
De tela de "jean" se confeccionaron también camperas, camisas, chalecos, incluso trajes –yo tuve uno hecho a medida que fue la envidia de todos mis amigos-, bolsos, cinturones, carteras e incluso tapas de agendas para… ''la cartera de la dama y el bolsillo del caballero", hasta que salieron las agendas electrónicas.
Todo el mundo, cualquiera que sea su edad, sexo y condición es afecto al "jean", que rompió todas las barreras y llegó a todas partes.
Ingresó en las oficinas y las fábricas, forrando las piernas de las mujeres y marcándoles el traste, y ya lo llevan mujeres y hombres, incluso en los teatros de ópera y las fiestas de gala, combinado con blusas de raso o chaquetas de esmóquin.
Ni las bermudas, ni el pantalón pescador, ni los “shorts” ni ninguna otra prenda consiguió desplazar y mucho menos sustituir al vaquero.
Los hermanos españoles Marciano le dieron al “jean” americano el toque del diseño europeo.
Se nos ha uniformado de "jean", ya desde hace tiempo. No sé si eso es bueno. Tampoco lo habría sido que a los hombres se nos hubiera uniformado de frac con condecoraciones, sin tener en cuenta que no todo el mundo posee un frac y condecoraciones que prenderse en la solapa, como quien se pone una flor.
El eslogan "la arruga es bella" se lanzó por intereses industriales y económicos. Ciertos fabricantes de tejidos sabían que las telas que iban a colocar en el mercado se arrugarían más de lo normal, como la del “jean”, y decidieron hacer una moda de la arruga.
El modista español Adolfo Domínguez dijo al respecto que "aquello fue una especie de milagro, una feliz coincidencia. ¿Qué pasó con el eslogan, la conexión generacional, el aire de libertad...? La respuesta sigue siendo 'no se sabe’”.
Quizá la verdad en ésto de las vestiduras, los vestidos e incluso los revestimientos resida, como en tantas otras cosas, en el término medio.
Ni la arruga es bella, ni la arruga es fea, ni todo "jean" ni nunca "jean".
Que nosotros, los caballeros, imitáramos ahora aquí a Jorge Newbery o a "Macoco" Alzaga sería disparatado; como lanzarse "a rebours", a lo Jean Lorraine, en busca de la turbia emoción de los bajos fondos vestidos como George Clooney, que no se quita el esmóquin en los anuncios comerciales que protagoniza ni siquiera en las pausas.
En fin, que cada cual lleve lo que quiera -"jean" incluido-; pero, por favor, que vaya bien vestido, como dijo un día en Barcelona Jakob Kraus, presidente de la Federación Mundial de maestros sastres.
—¡Pero si ya no hay sastres!
—Tiene usted razón, señora; ¿le gustan mis nuevos, es decir, mis viejos "jeans"...?
© José Luis Alvarez Fermosel
Nota relacionada:
“El “jean” nació en plena fiebre del oro” (http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/09/el-jean-naci-en-plena-fiebre-del-oro.html)
2 comentarios:
Estimado Caballero Español: si yo fuera esa señora a la que ud. le pregunta si le gustan sus nuevos o viejos jeans yo le contestaría que ¡me encantan! y no sólo por sus jeans sino por cómo los luce. Lo admiro mucho, leo siempre su b log y lo escucho por radio. Cariños. Silvia (de Caballito)
Estimada Silvia: ¡Olé! Hacía mucho tiempo que no me dedicaban un piropo. Hay que ver la moral que me has dado. Mañana me pongo los "jeans" y me voy a pasear por todo Buenos Aires. Muchas gracias por tu simpático mensaje y por ser oyente fiel. Cariños.
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