Mientras los nutricionistas y otros expertos en adelgazamiento dicen una cosa y luego otra, y se entrecruzan sus prescripciones y ellos dan marcha atrás cada dos por tres, practicando el “donde dije digo, digo Diego”, se multiplica la difusión de dietas que nadie sabe de dónde vienen y proliferan los chismes y los mitos acerca de la mejor manera de bajar de peso.
La gente (gorda) ya no sabe qué hacer ni a quién acudir, ni qué dieta seguir para bajar de peso: si la de la luna, la de los astronautas, la de las bananas, ésta, la otra o la de más allá.
Yo, humildemente, me atrevería a recomendar la dieta Quintana.
“Jack” Quintana es un viejo y querido amigo. Hace mucho tiempo que no lo veo. Lo último que supe de él fue que poco tiempo después de perder a Florence, su esposa –que era inglesa y una mujer espléndida, como él-, se afincó en Brasil. Espero que siga allí y sea feliz.
Quintana era asiduo concurrente a los almuerzos de los miércoles del Club Francés de Buenos Aires, en los que nos reuníamos un grupo de políticos, diplomáticos, abogados, economistas, periodistas veteranos y alguno bisoño, como lo era yo entonces.
Presidía esos almuerzos mi entrañable amigo Mario Blanco, que nos dejó infaustamente hace algunos años.
Mario había recorrido el mundo, o al menos una buena parte de él como diplomático. Era un hombre inteligente, culto, distinguido, con sentido del humor, de palabra fácil y una vitalidad arrolladora.
A pesar de la diferencia de edad que nos separaba, nos hicimos muy amigos. Era un gran hispanista, lo cual nos unió todavía más.
Pero a lo que iba: a “Jack” Quintana. “Jack”, hombre de estatura media, estaba un poco metido en carnes, y no sin motivo ni fundamento, pues era persona de buen diente y, como tal, comía de todo en cantidades que podrían calificarse de considerables. Así que iba poniéndose cada vez más robusto.
De tanto en tanto se hacía un agujero nuevo en el cinturón. Un día descubrió que no se podía abrochar la chaqueta. Empezó a cuidarse, ¡pero aquéllos almuerzos del Club Francés, los asados de los domingos, la cervecita de media tarde con los maníes, los palitos, las papas fritas, cuando no el jamón cocido, el salamín, el queso, las aceitunas…!
Un día, pasado bastante tiempo, me lo encontré en la calle. ¡Era otra persona! ¡Había adelgazado una barbaridad! Se había convertido en un hombre esbelto; no tenía “enbonpoint”, como denominan los franceses a la barriga respingona, también llamada curva de la felicidad. Se podía abrochar todos los trajes. Se lo veía feliz, contento consigo mismo y con la vida.
- Pero, “Jack”, ¿qué has hecho? –le pregunté-.
- Adelgazar.
- Sí, ya lo veo; pero, ¿cómo?
- Comiendo menos.
- ¿Nada más?
- ¡Nada menos!
“Jack” Quintana me dijo después, ya sentados en un café, tomando unas cervezas, que cuando estaba a punto de convertirse en gordo decidió no serlo y se impuso una dieta.
- ¿Cuál? –le pregunté-.
- La dieta Quintana.
- ¿En qué consiste?
- Ya te lo he dicho: en comer menos. Si antes, por ejemplo, me despachaba con dos milanesas grandes, dos huevos fritos y una porción enorme de papas fritas, cuando decidí rebajar unos kilos empecé a comer una milanesa normal, sin huevos y menos papas fritas. Si tomaba, como estamos haciendo ahora, una cerveza, pedía una botella pequeña y unos trocitos de queso, y no una grande y una picada. ¿Te pongo más ejemplos?
- No, “Jack”; no es necesario, ya veo que la cosa funciona.
Así que ni la dieta de la luna, ni la del sol, ni la de las estrellas: la dieta Quintana. Y si se puede hacer algo de ejercicio aeróbico todos los días, mejor. Ir al gimnasio a “hacer fierros” no adelgaza.
La gente (gorda) ya no sabe qué hacer ni a quién acudir, ni qué dieta seguir para bajar de peso: si la de la luna, la de los astronautas, la de las bananas, ésta, la otra o la de más allá.
Yo, humildemente, me atrevería a recomendar la dieta Quintana.
“Jack” Quintana es un viejo y querido amigo. Hace mucho tiempo que no lo veo. Lo último que supe de él fue que poco tiempo después de perder a Florence, su esposa –que era inglesa y una mujer espléndida, como él-, se afincó en Brasil. Espero que siga allí y sea feliz.
Quintana era asiduo concurrente a los almuerzos de los miércoles del Club Francés de Buenos Aires, en los que nos reuníamos un grupo de políticos, diplomáticos, abogados, economistas, periodistas veteranos y alguno bisoño, como lo era yo entonces.
Presidía esos almuerzos mi entrañable amigo Mario Blanco, que nos dejó infaustamente hace algunos años.
Mario había recorrido el mundo, o al menos una buena parte de él como diplomático. Era un hombre inteligente, culto, distinguido, con sentido del humor, de palabra fácil y una vitalidad arrolladora.
A pesar de la diferencia de edad que nos separaba, nos hicimos muy amigos. Era un gran hispanista, lo cual nos unió todavía más.
Pero a lo que iba: a “Jack” Quintana. “Jack”, hombre de estatura media, estaba un poco metido en carnes, y no sin motivo ni fundamento, pues era persona de buen diente y, como tal, comía de todo en cantidades que podrían calificarse de considerables. Así que iba poniéndose cada vez más robusto.
De tanto en tanto se hacía un agujero nuevo en el cinturón. Un día descubrió que no se podía abrochar la chaqueta. Empezó a cuidarse, ¡pero aquéllos almuerzos del Club Francés, los asados de los domingos, la cervecita de media tarde con los maníes, los palitos, las papas fritas, cuando no el jamón cocido, el salamín, el queso, las aceitunas…!
Un día, pasado bastante tiempo, me lo encontré en la calle. ¡Era otra persona! ¡Había adelgazado una barbaridad! Se había convertido en un hombre esbelto; no tenía “enbonpoint”, como denominan los franceses a la barriga respingona, también llamada curva de la felicidad. Se podía abrochar todos los trajes. Se lo veía feliz, contento consigo mismo y con la vida.
- Pero, “Jack”, ¿qué has hecho? –le pregunté-.
- Adelgazar.
- Sí, ya lo veo; pero, ¿cómo?
- Comiendo menos.
- ¿Nada más?
- ¡Nada menos!
“Jack” Quintana me dijo después, ya sentados en un café, tomando unas cervezas, que cuando estaba a punto de convertirse en gordo decidió no serlo y se impuso una dieta.
- ¿Cuál? –le pregunté-.
- La dieta Quintana.
- ¿En qué consiste?
- Ya te lo he dicho: en comer menos. Si antes, por ejemplo, me despachaba con dos milanesas grandes, dos huevos fritos y una porción enorme de papas fritas, cuando decidí rebajar unos kilos empecé a comer una milanesa normal, sin huevos y menos papas fritas. Si tomaba, como estamos haciendo ahora, una cerveza, pedía una botella pequeña y unos trocitos de queso, y no una grande y una picada. ¿Te pongo más ejemplos?
- No, “Jack”; no es necesario, ya veo que la cosa funciona.
Así que ni la dieta de la luna, ni la del sol, ni la de las estrellas: la dieta Quintana. Y si se puede hacer algo de ejercicio aeróbico todos los días, mejor. Ir al gimnasio a “hacer fierros” no adelgaza.
© José Luis Alvarez Fermosel
"La dieta de la rumorología alimenticia"
por Almudena Doménech (EFE):
(http://blogs.periodistadigital.com/vidasaludable.php/2008/09/01/la-dictadura-de-la-rumorologia-alimentic)
4 comentarios:
Muy buenas tardes José Luis.
Ya hacía mucho que no andaba por aquí, y en esta calurosa tarde de Las Palmas, se me pasó por la mente , la idea de visitar su pagina de nuevo y leer su contenido, que siempre ayuda al deleite de los sentidos y aquí estoy de nuevo con Vd.
Quería comentarle algo que me ha estado rondando la cabeza desde hace tiempo, pero que no me atrevía a comunicarle.
Hace ya bastantes años, compartí trabajo y morada con un sobrino de Pedro Chicote. Se llamaba Miguel Angel, aunque todos lo conocíamos por Ramiro, que era su segundo nombre.
Ramiro siempre hablaba de su hermano José Antonio en Argentina, que al parecer se había casado con una muchacha de esa nacionalidad y allá que se quedó el hombre.
Posteriormente tuve el placer de conocer a su familia, ya que fuí invitado a pasar algunos días en su casa de Cuenca, donde conocí a otro tío, que había sido jefe de banquetes del Pardo y que vivía con ellos.
Los años pasaron y cada uno seguimos nuestro camino, aunque tuvimos varios encuentros en diferentes ciudades, y en diferentes épocas.
Ramiro, siguiendo los caminos de su hermano, terminó radicándonse en Buenos Aires hace ya bastantes años, cosa que supe por que así me lo hizo saber.
En 1999, tuve la ocasión de efectuar un viaje a esa hermosa ciudad y pude contactar con él brevemente y conocer el local que había montado en pleno centro. No pudimos vernos mas, ya que yo partiría a los dos días y él, tenía asuntos que solucionar, aquélla tarde en que nos encontramos.
Le escribí en un par de ocasiones, pero no he recibido contestación.
Hace un año, hablé con su hermano que se encontraba en España y me dijo que seguía en Buenos aires.
Cuando tenga Ud media hora libre podría psarse por este local que lleva el nombre de nuestro querido Chicote.
La dirección es
Av. Córdoba 645
Saludos afectuosos.
armando.
Armando: Si paso por ahí, entraré y después te contaré. Pero necesito tu e-mail. Saludos cordiales.
Indudablemente la "Dieta Quintana" pinta más que eficaz, yo trato de ponerla en práctica salvo cuando me ponen por delante alguna exquisitez, de esas que no veremos nuevamente, en esos momentos la gula pasa a aser el pecado más terrible y hace estragos en mi férrea voluntad.por lo demás me da mucha pena aquellos que han pasado a la obesidad mórbida de la que tanto se habla estos últimos tiempos.
Un abrazo caballero y muchos saludos desde la Patagonia.
Tienes mucha razón, Susy, ¿quién se resiste, por ejemplo, a un buen salmón ahumado o, a la hora del té, una buena porción de torta galesa? Hagamos el sacrificio con tal de tener una buena figura. Gracias por tu simpático mensaje y saludos cordiales.
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