Más que antecesor
del invierno, el otoño parece haberse convertido estos días en su heraldo,
anticipándonos un frío que no es normal en estas fechas.
Antes nos regaló unos
días templados, luminosos, cumplida ya una buena parte de su mandato.
Tendió sobre la
ciudad atrafagada y ruidosa una lámina finísima de celofán color de ámbar
viejo, miel nueva o resina fresca. Y transfiguró a personas y paisajes,
envolviendo a unas y otros en una capa sutil, como de seda china, e
imprimiéndoles una serenidad y un sosiego tendentes a que la gente deponga su
frenesí habitual, sustituyéndolo por un deseo de captar cosas bellas, llevarse
bien con el prójimo, tratar bien a los animales y disfrutar de cuanto bueno
tenemos alrededor.
Los árboles, ahora
estremecidos, no parecían sufrir la pérdida de sus hojas, que crujían y crujen bajo
las suelas de nuestros zapatos. Pero no era el de las hojas caídas un quejido
en dìas como los pasados, cuando pareció que se había firmado un armisticio en
la lucha con la vida y uno podía verlo todo sin anteojeras.
Amables estaciones
de transición
Días de otoño, de
primavera, amables estaciones de transición –con su carga poética-, en los que
está bien, o mejor, es pertinente, por no decir indispensable pasear por un
bulevar, o sentarse en alguna de las pocas terrazas que van quedando; porque
por la tarde la brisa trae ya un presentimiento de invierno: una estación poco
o nada amable pero que cuando quiere da una tregua, a diferencia del verano,
que es implacable.
La bebida ideal, sea
la hora que sea, es un Bloody Mary acompañado
por unas aceitunas negras, porque las verdes son más bien saladas y el Bloody Mary tiene su propìa sal.
Pasará a nuestro
lado una señora madura de buen ver, con un Fox
Terrier blanco y gris de ojos vivaces; una pareja de jóvenes que se ve que
no son pareja, ella y él con sus mochilas al hombro, como los soldados en los cuadros
antiguos; y un muchacho con gafas y unos libros bajo el brazo que está
empezando a quedarse calvo, pero no le importa,
y hace bien.
La música para días
como estos, que vienen envueltos en papel para regalo, ha de ser la rapsodia España, de Chabrier, que no era español,
sino francés.
Si a la caída de la
tarde se escucha desde lejos el toque de oración, no tendremos más remedio que
agradecer, con voluntad al menos de jaculatoria al otoño o la primavera, según
la estación, por estos “(…) días azules y
este sol de la infancia de Antonio Machado (1).
(1) Los últimos
versos del poeta. Se le encontraron escritos en un papel cualquiera en un
bolsillo de la chaqueta, inmediatamente después de morir.
© José Luis Alvarez Fermosel
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