Entrar por una
ventana suele ser mejor que salir por ella. Depende, como todo, de las
circunstancias.
Por esta ventana –que
como puede apreciarse en la fotografía no es una ventana, sino una puerta que
parece una ventana- se accede a uno de esos lugares con los que sueñan los
aficionados al comercio y el bebercio, lugares que no tienen, por lo
general, sofisticación alguna.
Como este recinto
lujoso en su esquematismo de nobles materiales comestibles y bebestibles,
enmarcado por unas no menos nobles y venerables piedra y madera.
Verduras, varias
latas que han de contener condumios más sabrosos, vinos, licores…
¡Qué mejor tributo
puede rendirse a la naturaleza, y a tan espléndida muestra como es ésta piedra
dura y gris, que se asemeja al turrón de almendra en el interior, que abriendo
unas latas y unas botellas y mandándose un homenaje!
Degustación, se lee en pequeñas letras amarillas en un cartel a
la izquierda. ¡Espléndida palabra! Degustar es un verbo sensual que le alegra a
uno las pajarillas del alma.
Este lugar es ideal
para degustar. Aunque parece un cuadro pintado en la roca. Es una ventana
abierta generosamente al manducante, quizás un peregrino, quizás un catador. Se
llama, ¡miren ustedes lo que son las cosas del comercio y el bebercio!, “La
Manduca”.
El manducante es una
persona que se incorpora a uno de estos sitios donde se manduca y tropieza con
un trozo de humanidad afanosamente manducante, dijo el sabio.
“La Manduca” está en Las Palmas, capital de la
provincia de Gran Canaria, la más oriental de las Islas Canarias.
Las llaman las Islas
Afortunadas. Con razón.
© José Luis Alvarez Fermosel
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