lunes, 27 de mayo de 2013

Va de refranes



Debe procurarse hablar sin ofender a nadie. Entre otras cosas porque frecuentemente la ofensa vuelve como un búmeran y se estrella contra nosotros. Resulta entonces que fuimos por lana y salimos trasquilados, y he aquí el primer refrán de la serie.
El siguiente no es menos expresivo: Lengua sabia a nadie agravia, es decir, lo mejor es hablar –pensando antes en lo que se va a decir- de manera tal que a nadie ofendan nuestras palabras.
Se encontraba un día en Madridu en una comida el pensador español José Ortega y Gasset, sentado frente por frente a un hombre de negocios, muy próspero desde fecha reciente.
Apenas trasegados unos pocos vasos del sabroso vino de Rioja, al nuevo rico se le soltó la lengua y empezó a despotricar contra los filósofos y los pensadores, mofándose de ellos y estableciendo, con esa asombrosa firmeza del ignaro, que los filósofos no sirven ni para hacer la “o” con un canuto.
- Creo –sentenció- que el término filósofo es sinónimo de tonto; porque, vamos a ver, ¿qué distancia separa a un filósofo de un bobo?
- Justamente –respndió Ortega- el ancho de una mesa.
Al detractor de los pensadores le hubiera venido como anillo al dedo otro proverbio: A quien pregunta lo que no debe, se le responde lo que no quiere.
Porque al hablar de lo que se ignora –que es tan común- más de una vez se injuria o se agravia al prójimo, que no se merece el mal trato que le dispensamos todos, en general.
Otras veces, lo único que se logra hablando sin saber de la misa a la media es hacer el ridículo.
Como aquel afamado político que acudió a la Universidad de Salamanca para decir unas palabras en la inauguración del curso lectivo.
Al final de su discurso, como remate que mostrara bien a las claras su erudición, quiso utilizar una expresión en latín y recordó. “Como dijo aquél: Mens sana in corpore insepulto”.
El último dicho, por hoy:  Donde las dan las toman y callar es bueno.

José Luis Alvarez Fermosel

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