martes, 28 de mayo de 2013

Nieve



Madrid es coherente en lo que al tiempo se refiere. En invierno hace frío, no unos pocos días: todo el invierno. Y nieva, casi siempre tres veces.
Al principio es una gloria ver cómo cae la nieve, tan suavemente como una pluma de cisne en  un campo crepuscular, tapizando tejados, marquesinas, las ramas de los árboles, los cables del tendido eléctrico, los techos de los coches estacionados…
Si en los días venideros no sigue nevando, pero hace mucho frío, la nieve se hace hielo y es entonces cuando las aceras se convierten poco menos que en pistas de patinaje, y se multiplican los resbalones, las caídas y las fracturas de huesos.
Al producirse el deshielo la nieve se licua, se mezcla con el polvo y la suciedad que dejan las pisadas en las veredas y pasa a ser una suerte de lodo claro.
La Naturaleza suele ofrecernos bellezas efímeras: la nieve, los atardeceres, esa neblina que parece hecha de encaje y súbitamente se transforma en aguacero, provocando inundaciones y trastornos.
Por no hablar de otros fenómenos atmosféricos que destruyen edificios, hogares y cobran vidas.
Cuando ya sólo queda nieve en los picachos de la sierra de Guadarrama, florecen los almendros. Esa triunfal eclosión es como un toque de clarín que anuncia la llegada de la primavera a la ciudad atrafagada, ruidosa y con gente que siempre tiene prisa.
Para saber cuando va a nevar hay que mirar al cielo, que adquiere un color gris panza de burro, antes de que empiecen a caer los primeros copos. En esos momentos no hace frío.
Cuando comienza a nevar, es una delicia abrir la boca y dejar que algún copo se pose en la lengua y nos deje ese gusto un poco terroso que no es desagradable, sino todo lo contrario.
La nieve es muy beneficiosa para el campo, en el que suele decirse: “Año de nieves, año de bienes” .
Los niños hacen muñecos de nieve en los jardines y plazas y le ponen en la cara unas viejas gafas del abuelo y una zanahoria como nariz.
A la salida del colegio se entablan divertidas batallas con bolas de nieve.
En plena nevada hay que meterse en un bar y pedir un capuchino, o mejor un café irlandés. Tampoco estará mal gratificarse con una copa de un brandy añejo, o de aguardiente de Chinchón –el extra seco es muy parecido al alcohol quirúrgico de 90 grados-.
En Madrid se aproxima el verano. El invierno ya quedó en el recuerdo y con él la nieve, promotora de los deportes invernales, con su sentido navideño y su papel de heraldo de Papá Noel, lo cual la torna simpática y al mismo tiempo le imprime carácter.

© José Luis Alvarez Fermosel

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