Madrid es coherente
en lo que al tiempo se refiere. En invierno hace frío, no unos pocos días: todo
el invierno. Y nieva, casi siempre tres veces.
Al principio es una
gloria ver cómo cae la nieve, tan suavemente como una pluma de cisne en un campo crepuscular, tapizando tejados,
marquesinas, las ramas de los árboles, los cables del tendido eléctrico, los
techos de los coches estacionados…
Si en los días
venideros no sigue nevando, pero hace mucho frío, la nieve se hace hielo y es
entonces cuando las aceras se convierten poco menos que en pistas de patinaje,
y se multiplican los resbalones, las caídas y las fracturas de huesos.
Al producirse el
deshielo la nieve se licua, se mezcla con el polvo y la suciedad que dejan las
pisadas en las veredas y pasa a ser una suerte de lodo claro.
La Naturaleza suele
ofrecernos bellezas efímeras: la nieve, los atardeceres, esa neblina que parece
hecha de encaje y súbitamente se transforma en aguacero, provocando
inundaciones y trastornos.
Por no hablar de
otros fenómenos atmosféricos que destruyen edificios, hogares y cobran vidas.
Cuando ya sólo queda
nieve en los picachos de la sierra de Guadarrama, florecen los almendros. Esa triunfal
eclosión es como un toque de clarín que anuncia la llegada de la primavera a la
ciudad atrafagada, ruidosa y con gente que siempre tiene prisa.
Para saber cuando va
a nevar hay que mirar al cielo, que adquiere un color gris panza de burro, antes
de que empiecen a caer los primeros copos. En esos momentos no hace frío.
Cuando comienza a
nevar, es una delicia abrir la boca y dejar que algún copo se pose en la lengua
y nos deje ese gusto un poco terroso que no es desagradable, sino todo lo
contrario.
La nieve es muy
beneficiosa para el campo, en el que suele decirse: “Año de nieves, año de bienes” .
Los niños hacen muñecos
de nieve en los jardines y plazas y le ponen en la cara unas viejas gafas del
abuelo y una zanahoria como nariz.
A la salida del
colegio se entablan divertidas batallas con bolas de nieve.
En plena nevada hay
que meterse en un bar y pedir un capuchino, o mejor un café irlandés. Tampoco
estará mal gratificarse con una copa de un brandy añejo, o de aguardiente de
Chinchón –el extra seco es muy parecido al alcohol quirúrgico de 90 grados-.
En Madrid se
aproxima el verano. El invierno ya quedó en el recuerdo y con él la nieve, promotora
de los deportes invernales, con su sentido navideño y su papel de heraldo de
Papá Noel, lo cual la torna simpática y al mismo tiempo le imprime carácter.
© José Luis Alvarez Fermosel
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