Si es o no invención moderna,
vive Dios que no lo sé,
pero delicada fue
la invención de la taberna.
vive Dios que no lo sé,
pero delicada fue
la invención de la taberna.
(Baltasar de
Alcázar)
Desvíate de todo
camino que no te conduzca a la taberna.
(Omar
Khayyam)
Edamus, bibamus,
gaudemus: post morten, nulla voluptas.
(Epitafio atribuído
al antiguo rey asirio Asurbanipal o Sardanápalo, que traducido literalmente
del latín al español, quiere decir: “Comamos, bebamos
y seamos felices; porque tras la muerte no hay placer”. La formulación de la frase guarda relación
con la bíblica “Comamos, bebamos, que mañana moriremos” (Is. 22’13; 1
Car 15’32).
Mi amigo uruguayo
Andrés Heguaburu se fue de una posada y se instaló en una taberna, y le va
bien.
El Diccionario del
Español Actual de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos dice: La taberna es un establecimiento de carácter
popular en que se sirve vino y otras bebidas, y a veces también comida, lo
cual es rigurosamente cierto, pero dicho así resulta un poco insipido.
Cosa que no es
precisamente la taberna, tasca, mesón o sitio parecido, todos ideales para estar
en ellos sin otra cosa que hacer que plantarse frente a un chato de vino o una
caña –vaso de cerveza tirada a presión- y algunas tapas, o municiones de boca.
En las tabernas puede
uno permanecer todo el tiempo que quiera, pensando en la inmortalidad del
cangrejo o cualquier otro tema por el estilo, en paz consigo mismo y con el
prójimo.
La taberna es una
institución más seria que otras con más prensa, y da lo mismo que haya en ella
mucha gente o poca, que sea grande o chica, que estén a la vista o no los
grandes odres de vino y los carteles de toros, o de “bailaoras” o cantantes de
flamenco pegados en las paredes, ocasionalmente descascaradas.
En las tabernas uno
se refresca o se entibia, según la estación del año y lo que coma y lo que beba;
se hace un alto en el camino, se reune con amigos o se dedica a la observación
de lo que le rodea, que suele ser animado, colorido y simpático.
El diario no se lee
en la taberna
El diario no se lee
en la taberna. El diario se lee en el café, que es su lugar. En el café hay
mesas y terturlias. La taberna es más de mostrador. Casi nunca hay taburetes,
que son propios del bar que antes llamábamos americano.
En la taberna no se
está más del tiempo necesario para trasegar el vino, porque enseguida hay que
ir a otra, y luego a otra, donde uno seguirá bebiendo y comiendo hasta que su
cuerpo y su espíritu estén confortados y alegres.
En España ha habido
y hay tabernas famosas, como la de El
Alabardero, muy cerca del Palacio Real, en Madrid; la de Antonio Sánchez, en la calle Mesón de
Paredes; la de Los Conspiradores, en el Madrid de los
Austrias; Quitapenas, cerca de la
Puerta del Sol y otras que han devenido comederos, como La Fuencisla, Casa Paco o
La Ancha.
La taberna ha sido
inmortalizada por libros, poemas, canciones y zarzuelas. Concha Piquer, soberana
indiscutible de la romanza dramática, se refiere a la Taberna del Pez Espada en
una de sus desgarradas tonadillas. La
tabernera del puerto fue una de las mejores zarzuelas del maestro Pablo
Sorozábal.
Otra taberna de
tronío es La Tia Cebolla, donde es
fama que el tío Carcoma se proveía de cebollas para su desayuno, que se
componía de una cebolla y un pedazo de pan. En el almuerzo sólo comía un plato
de verdura cocida. Vivió hasta los 98 años, totalmente lúcido.
La tasca del muerto
Casi todas las
tabernas tienen historia, o por lo menos su anecdotario. Algunas tienen también
su leyenda, como La Tasca del Muerto,
que estaba en el corazón del viejo Madrid y lamentablemente cerró sus puertas
hace ya mucho tiempo.
Estaba emplazada en
los bajos de una casa de varios pisos. En el primero de ellos se velaba un día
a un difunto y cuentan que éste, irritado por las tonterías que decían sus
parientes y amigos en la habitación de al lado, se levantó, abrió la ventana y
salió por ella deslizándose por la sábana mortuoria, que convirtió en un remedo
de las cuerdas con nudos de los presos.
El muerto entró en
la taberna, en la que curiosamente no había nadie, quizá porque era muy
temprano, y se acodó en el mostrador.
El dueño, que estaba
dentro preparándose para la faena del día, salió ajustándose el mandil y cuando
vio al muerto le dio un ataque al corazón y se quedó frito.
Desde entonces al
establecimiento se le llamó La Tasca del Muerto,
en honor o recuerdo no se sabe de cual de los dos.
En una taberna del
popular barrio de Tetuán de Madrid leí yo un día el siguiente manifiesto, que
transcribo al pie de la letra:
“¿Qué tiene un vaso de
vino? Vale 0,45 euros y da derecho a:
usar palillos, gastar
servilletas, ver la televisión, sentarse en una silla, ocupar una mesa, hacer
aguas mayores y menores, gastar papel y agua, lavarse las manos con jabón,
utilizar el secador, tirar colillas al suelo, jugar a los dados, cartas o
dominó, conocer gente y reír o quejarse en voz alta. Y, encima, decir que el
dueño gana mucho dinero.”
© José Luis Alvarez Fermosel
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