martes, 21 de mayo de 2013

Tabernas de Madrid



Si es o no invención moderna,
vive Dios que no lo sé,
pero delicada fue
la invención de la taberna.
(Baltasar de Alcázar)

Desvíate de todo camino que no te conduzca a la taberna.
(Omar Khayyam)

Edamus, bibamus, gaudemus: post morten, nulla voluptas.
(Epitafio atribuído al antiguo rey asirio Asurbanipal o Sardanápalo, que traducido literalmente del latín al español, quiere decir: “Comamos, bebamos  y  seamos  felices; porque tras la muerte no hay placer”. La formulación de la frase guarda relación con la bíblica “Comamos, bebamos, que mañana moriremos” (Is. 22’13; 1 Car 15’32).

Mi amigo uruguayo Andrés Heguaburu se fue de una posada y se instaló en una taberna, y le va bien.
El Diccionario del Español Actual de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos dice: La taberna es un establecimiento de carácter popular en que se sirve vino y otras bebidas, y a veces también comida, lo cual es rigurosamente cierto, pero dicho así resulta un poco insipido.
Cosa que no es precisamente la taberna, tasca, mesón o sitio parecido, todos ideales para estar en ellos sin otra cosa que hacer que plantarse frente a un chato de vino o una caña –vaso de cerveza tirada a presión- y algunas tapas, o municiones de boca.
En las tabernas puede uno permanecer todo el tiempo que quiera, pensando en la inmortalidad del cangrejo o cualquier otro tema por el estilo, en paz consigo mismo y con el prójimo.
La taberna es una institución más seria que otras con más prensa, y da lo mismo que haya en ella mucha gente o poca, que sea grande o chica, que estén a la vista o no los grandes odres de vino y los carteles de toros, o de “bailaoras” o cantantes de flamenco pegados en las paredes, ocasionalmente descascaradas.
En las tabernas uno se refresca o se entibia, según la estación del año y lo que coma y lo que beba; se hace un alto en el camino, se reune con amigos o se dedica a la observación de lo que le rodea, que suele ser animado, colorido y simpático.

El diario no se lee en la taberna

El diario no se lee en la taberna. El diario se lee en el café, que es su lugar. En el café hay mesas y terturlias. La taberna es más de mostrador. Casi nunca hay taburetes, que son propios del bar que antes llamábamos americano.
En la taberna no se está más del tiempo necesario para trasegar el vino, porque enseguida hay que ir a otra, y luego a otra, donde uno seguirá bebiendo y comiendo hasta que su cuerpo y su espíritu estén confortados y alegres.
En España ha habido y hay tabernas famosas, como la de El Alabardero, muy cerca del Palacio Real, en Madrid; la de Antonio Sánchez, en la calle Mesón de Paredes; la de Los Conspiradores, en el Madrid de los Austrias; Quitapenas, cerca de la Puerta del Sol y otras que han devenido comederos, como La Fuencisla, Casa Paco o La Ancha.
La taberna ha sido inmortalizada por libros, poemas, canciones y zarzuelas. Concha Piquer, soberana indiscutible de la romanza dramática, se refiere a la Taberna del Pez Espada en una de sus desgarradas tonadillas. La tabernera del puerto fue una de las mejores zarzuelas del maestro Pablo Sorozábal.
Otra taberna de tronío es La Tia Cebolla, donde es fama que el tío Carcoma se proveía de cebollas para su desayuno, que se componía de una cebolla y un pedazo de pan. En el almuerzo sólo comía un plato de verdura cocida. Vivió hasta los 98 años, totalmente lúcido.

La tasca del muerto

Casi todas las tabernas tienen historia, o por lo menos su anecdotario. Algunas tienen también su leyenda, como La Tasca del Muerto, que estaba en el corazón del viejo Madrid y lamentablemente cerró sus puertas hace ya mucho tiempo.
Estaba emplazada en los bajos de una casa de varios pisos. En el primero de ellos se velaba un día a un difunto y cuentan que éste, irritado por las tonterías que decían sus parientes y amigos en la habitación de al lado, se levantó, abrió la ventana y salió por ella deslizándose por la sábana mortuoria, que convirtió en un remedo de las cuerdas con nudos de los presos.
El muerto entró en la taberna, en la que curiosamente no había nadie, quizá porque era muy temprano, y se acodó en el mostrador.
El dueño, que estaba dentro preparándose para la faena del día, salió ajustándose el mandil y cuando vio al muerto le dio un ataque al corazón y se quedó frito.
Desde entonces al establecimiento se le llamó La Tasca del Muerto, en honor o recuerdo no se sabe de cual de los dos.
En una taberna del popular barrio de Tetuán de Madrid leí yo un día el siguiente manifiesto, que transcribo al pie de la letra:

“¿Qué tiene un vaso de vino? Vale 0,45 euros y da derecho a:
usar palillos, gastar servilletas, ver la televisión, sentarse en una silla, ocupar una mesa, hacer aguas mayores y menores, gastar papel y agua, lavarse las manos con jabón, utilizar el secador, tirar colillas al suelo, jugar a los dados, cartas o dominó, conocer gente y reír o quejarse en voz alta. Y, encima, decir que el dueño gana mucho dinero.”

© José Luis Alvarez Fermosel

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