La elefanta Rosie parece querer echarse una siestita, pero con su amigo, al que tiene agarrado del pie con la trompa.
El amigo de Rosie es el actor estadounidense Robert Pattinson, que con la actriz de su misma nacionalidad, Reese Witherspoon acaba de filmar Agua para elefantes, basada en el “best seller” del mismo título de Sara Gruen, también norteamericana, sobre el circo.
He visto varios circos por dentro en mi vida. Entrevisté en ellos a funámbulos, magos, payasos, “écuyères” y domadores, cuando en los circos se exhibían animales amaestrados –a veces por procedimientos “non sanctos”-, pero nunca vi un elefante de cerca, más cerca que en los zoos.
Sé que el elefante es un animal dócil y simpático, que seguro de sí mismo, en su imponencia, no tiene por qué ser, ni siquiera parecer fiero, o agresivo.
El hecho de ser tan grande no le impide comunicarse con el hombre, y tener una buena relación con él. Casi siempre es el hombre el que se niega a relacionarse con el animal, con cualquier animal que no sea de trabajo, que trabaje para el hombre.
Todo el personal de la película Agua para elefantes -no sólo los actores- disfrutó enormemente con los animales que intervinieron en el film, en particular con la elefanta Rosie, que se ha quedado sola otra vez y está muy triste.
Los animales, también los grandes, como los elefantes –Rosie pesa 4500 kilos-, se entristecen cuando se los deja; algunos, como los perros, se mueren.
Nunca olvidaré aquel día en que acompañé a mi hijo Juan Ignacio al club hípico donde tenía el caballo que iba a montar en un derby.
Terminada la prueba, cuando mi hijo llevaba el caballo al box, después de haberlo duchado con una manguera, vimos un caballejo rubio y más bien pequeño, que sacaba la cabeza por el box, como los otros, y a mí me pareció igual que todos.
Pero mi hijo, tomándome por el hombro, exclamó: “¡Papá, este caballo está triste!”.
Y lo sacó a pasear un rato bajo el sol radiante de la primavera.
© José Luis Alvarez Fermosel
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