viernes, 22 de abril de 2011

Filósofos y sabios

La máxima aspiración de un filósofo es formular premisas generales cuya validez sea universal, no importa dónde ni cuándo.
Schopenhauer, Bergson, Kant, Hegel y otros pensadores de primerísimo nivel alcanzaron ese objetivo.
Sus verdades sólo podían se relativas, dado que eran impugnadas por otros filósofos.
Estamos hablando de filósofos, no de licenciados, o doctores en Filosofía y Letras, o profesores de filosofía como el español Fernando Savater, a quien todo el mundo llama filósofo y él mismo dice: “’Fhilosophe’, con minúscula traviesa y morbo gálico, es por antonomasia zascandil, opina sobre cualquier cosa sin ser experto en nada, es en resumen un 'metomentodo'. Al Filósofo con mayúscula se le considera un personaje sumamente abstracto, un tipo que no se mete en nada. Admito que mi talante se aproxima más al de Voltaire que al de Zubiri”.
Filósofo –¡cuántas veces se ha dicho en todas partes!- es el creador de un sistema filosófico, o de una corriente de pensamiento.
José Ortega y Gasset, de quien José Pla dijo con corrosiva ironía: “¡Ortega, gran orador!”, seguía en su estilo literario todos los meandros que se le presentaban, como un conferenciante divagador, hasta que estaba tan lejos del tema inicial que ya daba lo mismo.
Francisco Umbral decía que en el caso de las divagaciones de Ortega, éste pensaba que lo mejor era dejarlo para otro día. El "otro día" orteguiano no llegó nunca, pero esto, que tanto se le reprochó, es lo que le hace más moderno, más actual, más vivo.
- Un sistema, Pepe, un sistema -le decían en la tertulia.
Pero Pepe no tenía tiempo ni ganas de organizarse un sistema, de invertebrarse, cuando se pasó la vida predicando "la Historia como sistema".

Más cerca de la verdad absoluta

Más cerca de la verdad absoluta estuvieron los anónimos prohombres de la cultura china, a quienes se debe el conocimiento y divulgación de tres grandes desgracias humanas:
Primera: amar y no ser amado. Segunda: querer dormir y no poder. Tercera: esperar y que no lleguen.
Otros filósofos menos importantes de los que citamos antes dijeron cosas como las siguientes: “La democracia es un pequeño y duro núcleo de anuencia colectiva, rodeado por una rica gama de diferencias individuales; una gran empresa es una institución que da órdenes terminantes y después impide cumplirlas; la consigna de todos los ejércitos del mundo es apresurarse y después esperar”.
El escritor francés Pierre Riffard reveló que algunos filósofos desplegaron simultáneamente otras actividades, como el inglés Francis Bacon, que fue conde, diputado, juez, ministro de Justicia y se le honró con el tratamiento de Sir.
Casi todos los filósofos fueron varones (99 por ciento) y comunicaron su saber mediante libros (98 por ciento), mientras estuvieron solteros (70 por ciento). Bastantes fueron huérfanos y expatriados (54 por ciento).
Un filósofo puede ser feo. El más feo de todos parece ser que fue Sócrates.
Según el escritor Riffard se puede llegar a ser rico con la filosofía. Séneca era poseedor de una gran fortuna en sestercios al morir.

La burocracia

Tampoco le fue mal a Northcote Parkinson, de nacionalidad británica, cuyos libros fueron traducidos a catorce idiomas y vendidos a carradas. Casi todos sus apuntes se refieren a la burocracia, de la que dijo, entre otras cosas, que “(…) todo gasto aumenta hasta cubrir el dinero que le fue asignado; la demora es la forma más letal de la negativa; los funcionarios se fabrican trabajos entre sí y la eficacia de una conversación telefónica está en proporción inversa al tiempo que consume”.
Entre los filósofos de segunda fila destaca el nombre de Bernard Baruch, un financiero de Nueva York que asesoró a varios gobernadores estadounidenses durante el siglo veinte.
Este Baruch no tuvo nada que ver con el holandés Baruch Spinoza, cuya filosofía puede considerarse como la quintaesencia del panteísmo.
El otro Baruch dijo una vez: “Viejo es aquel que tiene 15 años más que yo”. Esta acotación puede ser válida para todas las edades y todas las geografías.
El mérito adicional de Bernard Baruch es que vivió hasta los 105 años (1870/1975) y cuando murió no había cerca ningún hombre de 110 años.

© José Luis Alvarez Fermosel

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