Un 15 de agosto como
hoy, hace 45 años, moría en Bruselas el pintor belga René François Ghislain
Magritte.
El callado artista
que pintaba hombres cayendo del cielo, con sus sombreros hongos y sus abrigos (Golconda, 1953), y al que fascinaban las
manzanas como imágenes pictóricas, se sirvió de las grandes obras del pasado
para mostrar una nueva cara de la realidad, un punto de vista nunca visto sobre
el mundo y las imágenes que lo representan.
Quizás la fuerza
expresiva de figuras fáciles de “reconocer”, pero imposibles de “comprender”, hizo
de Magritte uno de los pintores más conocidos, reproducidos y queridos.
Fue en sus comienzos
ilustrador publicitario. Esa formación se refleja en toda la producción del
artista.
Su descubrimiento de
las obras metafísicas de De Chirico le impulso a formar combinaciones
“imposibles” de personajes, paisajes y objetos, definidos con un dibujo de
total inmovilidad y nitidez.
Ejecutadas con una
técnica figurativa impersonal, las obras de este surrealista brillante, introvertido
y humilde como persona, son en su mayoría extraños “collages” visuales, enigmas
poéticos que influyen en las múltiples relaciones entre las imágenes, la
realidad, los conceptos y el lenguaje.
En 1930 volvió
definitivamente a Bruselas. Su estilo estaba ya consolidado, a excepción de un
breve período en el que retomó el modelo estilístico de Renoir.
© José Luis Alvarez Fermosel
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