jueves, 16 de agosto de 2012

No es cuestión de tardar mucho


Algunos piensan que hay que pagar lo que sea, desde el arreglo de un caño de la cocina hasta la pintura de un cuadro por un pintor de fama por el tiempo que se tarda en hacer el trabajo.
Dejando aparte el hecho de que el tiempo de un profesional vale dinero, aunque no haga nada, lo que hay que pagar es la calidad del trabajo, así se tarde en hacerlo diez minutos o  dos horas.
Al taller de Whistler –de quien recordamos otra anécdota en un “post” anterior- llegó un día un acaudalado hombre de negocios y le pidió que le hiciera un retrato.
Así lo hizo Whistler -que llevaba pintando más de medio siglo- en tres horas, poco más o menos. Le pidió cien guineas al magnate, a quien el precio le pareció muy caro y, en consecuencia, se negó a pagar.
Whistler, ni corto ni perezoso, llevó el asunto a los tribunales.
- No es justo pagar cien guineas por un cuadro que se pintó sólo en tres horas –dijo el “businessman”.
- ¿Es cierto, tardó usted sólo tres horas? –le preguntó el magistrado a Whistler.
- Sí, señoría –le respondió el pintor-, pero me costó cincuenta y cuatro años aprender a hacerlo en tres horas.
El juez falló a favor de Whistler y el millonario tuvo que desembolsar las cien guineas y hacerse cargo de las costas del juicio, los honorarios del abogado y la Biblia en verso, como pasa cuando se pierde un juicio.
(Algunos lo perdieron -el juicio- a temprana edad y jamás lo recuperaron...)

Hay que saber dar el martillazo

Cuando yo vivía en Madrid, un conocido mío llevó un día su coche a un taller para que le echaran un vistazo, pues el motor hacía un ruido que no parecía normal.
El mecánico examinó el auto brevemente, tomó un martillo y le arreó un martillazo fenomenal a determinada pieza del motor.
El propietario del coche lo puso en marcha. El ruido había desaparecido.
- Son cien duros (quinientas pesetas de la época) –dijo el mecánico.
- ¿Cómo? -se asombró el automovilista. ¡Quinientas pesetas por un martillazo! Hágame usted ahora mismo una factura con todas las de la ley; en cuanto la tenga me voy con ella a un juzgado y ya vamos a ver.
- Muy bien –dijo el mecánico-
Y le extendió una factura en la que se leía: “Arreglo de automóvil Seat 600: por dar un martillazo, una peseta; por saber dónde darlo, cuatrocientas noventa y nueve pesetas”.
El dueño del Seat, que no era ningún necio, rompió la cuenta, pago los cien duros y se fue.

Otra de coches

Una vez me quedé en Miami, frente a un supermercado, con el coche cerrado, el motor en marcha y la llave de contacto puesta. Hablando de boludos, como hablábamos el otro día…
Después de probar infructosamente unas cuantas llaves de amables automovilistas, que me las prestaron para ver si podía abrir la puerta de mi coche con alguna de ellas, llamé a un cerrajero cuyo número de teléfono encontré en una guía que había en el supermercado.
En menos de un cuarto de hora llegó conduciendo lo que era un verdadero taller ambulante. Era bajo, pelirrojo, desenvuelto y se notaba enseguida que tenía mucha calle.
En cuanto le expliqué cuál era mi problema se proveyó de un alambre doblado por la punta que tomó de su furgoneta-taller; se acercó al autó, introdujo el alambre por la juntura de una de las ventanillas traseras, la hizo bajar, metió por ella el alambre, desconectó el seguro que mantiene la puerta cerrada herméticamente, la abrió, entró en el coche, apagó el motor, sacó la llave y me la dio. Todo esto en no más de un minuto. No es cuestión de tardar mucho, es cuestión de saber. El que no sabe lo hace mal, y además tarda mucho.
El cerrajero ambulante, mi salvador, me cobró cuarenta y cinco dólares, que le pagué en el acto, agradecido.
Lo importante, como dicen los americanos, es el “know how”: saber hacer lo que uno tiene que hacer; y hacerlo bien, claro.

© José Luis Alvarez Fermosel

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