El descubrimiento de la vírgula de Cristóbal Colón por una reputada catedrática española de Comunicación ha revuelto un avispero en el que zumban nuevas investigaciones y se desempolvan añejas teorías del pasado, investigaciones y teorías tendentes a demostrar que Colón era un zascandil, un tramposo, un mercenario, un tarambana, un macarra, un tipo de avería y judío, o goy, y gay, catalán, o portugués, o italiano, o vikingo y “(…) colchonero, rey de bastos, caradura o polizón”.
Se ha dicho que América nace del trabajo de ingenieros, agrimensores, astrónomos, antropólogos, geólogos, geógrafos, paleontólogos y otros científicos de varias nacionalidades –menos la española-, provistos de teodolitos, cintas métricas, telescopios, tablas de logaritmos, compases y últimamente el carbono catorce.
Para otros, América se descubrió gracias al vuelo de unos loros.
Ese gran escritor y académico de la Española que fue Agustín de Foxá dijo ya a mediados de la década del cincuenta lo que sigue:
Según Von Hagen, Suramérica comienza en diciembre de 1734, cuando la “Académie de Sciences”, de París, encarga a La Condamine las mediciones del arco del meridiano en el Ecuador.
Esta fecha se quiere hacer válida y contraponerla a nuestro “12 de Octubre”. Como si engendrar un hijo fuera menos importante que explicarle una asignatura (ya enseñada, por otra parte) del bachillerato.
Con el viejo truco de la Ciencia -con mayúscula- se nos quiere arrebatar el alma de América.
Los hombres de La Condamine llevan a París, con unción, religiosa, trozos del volcán Chimborazo.
América se abre a la civilización por las cajas de hoja de lata para guardar insectos, por los estantes y las pinzas. De nada sirven las catedrales barrocas edificadas en pleno Trópico, los autos sacramentales en los Andes nevados de Arequipa, las Universidades de San Marcos de Lima, las imprentas de Méjico, funcionando ochenta años antes que las inglesas en Norteamérica. Lo importante es el teodolito, no la Cruz. Los vasos sagrados de los incas son analizados químicamente. Histéricamente gritará el geógrafo francés D'Auville: “¡Traedme ángulos, señores, y triangulaciones! ¡Yo soy implacable con las leyendas!”
Porque hay que llevar a la joven América la manía senil y cartesiana del racionalismo; urge acabar con las leyendas del fabuloso “Lago de Manoa”. Es preciso exportar al Nuevo Mundo el tedio de clínica de Europa.
Se presenta a La Condamine, a Humboldt, a Darwin, a Spruce, como heroicos descubridores, en un continente bárbaro y cerrado, en plena selva virgen.
¡Curiosa amnesia de más de dos siglos y medio de cultura teológica y científica, de perfectas cartas marineras, de bibliotecas, de libros de ciencia, de diccionarios indígenas!
Porque Humboldt, con su casaca color tabaco, con espigas y amapolas bordadas, se despide de un Carlos IV, pintado por Goya, en los jardines de Aranjuez, antes de emprender el viaje hacia América. Y lleva cartas de recomendación del Rey, con su sello de cera, para sus Gobernadores y Capitanes generales de las Indias.
Y anteriormente, La Condamine, que había partido acompañado de nuestro gran matemático Jorge Juan y Santacilla y del joven científico Antonio de Ulloa, había reposado en las ciudades del virreinato, en mansiones con sedas, cornucopias y retratos al óleo, y enamorado a señoritas que cantaban romanzas al piano, bajo verdes o rojas velas perfumadas.
Y todos ellos encontraron en plena selva posadas reales y misiones de jesuítas, que les proporcionaron piraguas, con tripulación y hierbas medicinales, y toda clase de noticias e indicaciones para navegar por inmensos ríos, ya explorados.
En esta terca obsesión de ignorar lo hispánico, tengo noticia de que se ha publicado un libro titulado “Contribución de los españoles al descubrimiento de América”. Sería tanto como afirmar la leve influencia de Jesucristo en la Iglesia Católica.
Porque es muy fácil, cuando un mundo está ya descubierto y conquistado, y honda y profundamente colonizado, introducir “con alma botánica o eléctrica” la “botella de Leyden” o estudiar los “excrementos marinos de las islas Guaneras”.
Se ha dicho que América nace del trabajo de ingenieros, agrimensores, astrónomos, antropólogos, geólogos, geógrafos, paleontólogos y otros científicos de varias nacionalidades –menos la española-, provistos de teodolitos, cintas métricas, telescopios, tablas de logaritmos, compases y últimamente el carbono catorce.
Para otros, América se descubrió gracias al vuelo de unos loros.
Ese gran escritor y académico de la Española que fue Agustín de Foxá dijo ya a mediados de la década del cincuenta lo que sigue:
Según Von Hagen, Suramérica comienza en diciembre de 1734, cuando la “Académie de Sciences”, de París, encarga a La Condamine las mediciones del arco del meridiano en el Ecuador.
Esta fecha se quiere hacer válida y contraponerla a nuestro “12 de Octubre”. Como si engendrar un hijo fuera menos importante que explicarle una asignatura (ya enseñada, por otra parte) del bachillerato.
Con el viejo truco de la Ciencia -con mayúscula- se nos quiere arrebatar el alma de América.
Los hombres de La Condamine llevan a París, con unción, religiosa, trozos del volcán Chimborazo.
América se abre a la civilización por las cajas de hoja de lata para guardar insectos, por los estantes y las pinzas. De nada sirven las catedrales barrocas edificadas en pleno Trópico, los autos sacramentales en los Andes nevados de Arequipa, las Universidades de San Marcos de Lima, las imprentas de Méjico, funcionando ochenta años antes que las inglesas en Norteamérica. Lo importante es el teodolito, no la Cruz. Los vasos sagrados de los incas son analizados químicamente. Histéricamente gritará el geógrafo francés D'Auville: “¡Traedme ángulos, señores, y triangulaciones! ¡Yo soy implacable con las leyendas!”
Porque hay que llevar a la joven América la manía senil y cartesiana del racionalismo; urge acabar con las leyendas del fabuloso “Lago de Manoa”. Es preciso exportar al Nuevo Mundo el tedio de clínica de Europa.
Se presenta a La Condamine, a Humboldt, a Darwin, a Spruce, como heroicos descubridores, en un continente bárbaro y cerrado, en plena selva virgen.
¡Curiosa amnesia de más de dos siglos y medio de cultura teológica y científica, de perfectas cartas marineras, de bibliotecas, de libros de ciencia, de diccionarios indígenas!
Porque Humboldt, con su casaca color tabaco, con espigas y amapolas bordadas, se despide de un Carlos IV, pintado por Goya, en los jardines de Aranjuez, antes de emprender el viaje hacia América. Y lleva cartas de recomendación del Rey, con su sello de cera, para sus Gobernadores y Capitanes generales de las Indias.
Y anteriormente, La Condamine, que había partido acompañado de nuestro gran matemático Jorge Juan y Santacilla y del joven científico Antonio de Ulloa, había reposado en las ciudades del virreinato, en mansiones con sedas, cornucopias y retratos al óleo, y enamorado a señoritas que cantaban romanzas al piano, bajo verdes o rojas velas perfumadas.
Y todos ellos encontraron en plena selva posadas reales y misiones de jesuítas, que les proporcionaron piraguas, con tripulación y hierbas medicinales, y toda clase de noticias e indicaciones para navegar por inmensos ríos, ya explorados.
En esta terca obsesión de ignorar lo hispánico, tengo noticia de que se ha publicado un libro titulado “Contribución de los españoles al descubrimiento de América”. Sería tanto como afirmar la leve influencia de Jesucristo en la Iglesia Católica.
Porque es muy fácil, cuando un mundo está ya descubierto y conquistado, y honda y profundamente colonizado, introducir “con alma botánica o eléctrica” la “botella de Leyden” o estudiar los “excrementos marinos de las islas Guaneras”.
© José Luis Alvarez Fermosel
2 comentarios:
¡Bravo, Caballero! Por fin alguien, y tenía que ser ud. que se ocupara del tema de Colón. A mi no me importa nada de lo que que quieran investigar, decir, hablar, bla, bla, bla... Lo más importante es que fue el descubridor de América y ese mérito no se lo puede quitar nadie, diciendo lo que quieran decir, o investigando lo que quieran investigar. Buenísimo el post. Cordial abrazo y lo sigo siempre. Alberto Fuentes.
¡Bueno, al menos hay 2 personas -tú y yo- que piensan lo mismo, basándose en el sentido común, que ya se sabe que es el menos común de los sentidos! Gracias por tus amables palabras y un abrazo.
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