domingo, 11 de septiembre de 2011

In memoriam


Un decenio ha transcurrido ya de uno de los más espantosos asesinatos en masa perpetrados en los últimos tiempos. Es el día de hoy que no se sabe por quién, o por quiénes, ni por qué. ¡Cómo si tuviera que haber un por qué para provocar un horror semejante!
No hace falta ningún esfuerzo para cerrar los ojos y volver a ver las horrorosas imágenes que un mundo estremecido y espantado pudo contemplar aquel día, aquel día aciago del 11 de setiembre de 2001.
Sigue escuchándose la voz de las víctimas que claman justicia y punición. Sabemos que nunca se sabrá nada, que jamás podrá probarse nada, que nunca se castigará a nadie; y que si mañana se terciara, por deseo de los verdugos, cometer otra infamia similar, se cometería, sin ningún genero de dudas. Así estamos, así vivimos.
Reina un desquiciamiento general. Hace mucho tiempo que el mundo no es más el mundo de nuestra infancia: de alegría ingenua de barriletes remontados en claros cielos de primavera, y nuestros padres contándonos cuentos de Grimm, o de Andersen, junto a nuestras almohadas, antes de que nos sorprendiera el sueño. Hasta las guerras tenían entonces unas normas, que enseguida dejaron de cumplirse.
Deseamos con tanto ahínco que los culpables sean descubiertos y castigados ejemplarmente -¡sí, todavía, hoy, siempre!- como dolor seguimos sintiendo por las víctimas y por sus familias.
Pero ya se dejó de investigar, cesó la indagación.
Se yuxtaponen hipótesis, conjeturas, sospechas, algunas de estas últimas fundadas, pero es igual. El caso está abierto, pero cerrado.
Pese nuestra maldición sobre los victimarios. Siempre recordaremos con tristeza a las víctimas y a sus deudos. El recuerdo ha hecho callo en nuestra alma, como un hueso que se fractura. Pero el dolor sigue latiendo lenta y sordamente, como los dolores que cuesta mucho mitigar.

© José Luis Alvarez Fermosel

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