jueves, 8 de septiembre de 2011

Paciencia

Según los diccionarios –entre ellos el de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos, que es uno de mis preferidos-, paciencia es la capacidad de soportar sufrimientos o molestias sin protestar o rebelarse, esperar con tranquilidad y sosiego y perseverar en una actividad larga y pesada.
Paciencia es también una galleta redonda, abultada y dura. Ejemplo:Eulalia me trajo paciencias de Tudela. Se le llama paciencia al peralte inferior del asiento de una silla de coro que sirve de apoyo a quien está de pie.
Paciencia y barajar. Se usa para expresar o aconsejar paciencia. Ejemplo: ¿Es eso lo que Juan quiere ahora?, pues paciencia y barajar.
¿Será la paciencia una virtud en sí misma, o por sí misma, o un desprendimiento de una de las potencias del alma, la voluntad, y se relacionará directamente con algunas particularidades de ésta, como el autodominio, la disciplina, la templanza?
La escritora argentina Silvina Bullrich, mujer de fuerte carácter, se encocoraba cuando le decían: “¡Tenga paciencia!”. Escribió un artículo en el diario La Nación de Buenos Aires en el que decía, entre otras cosas, que esa paciencia que se exigía bastante debía tenerla ya todo el que sufre los embates de la vida, como la enfermedad, la pobreza, la vejez y con harta frecuencia las tres juntas.

Los inconvenientes de todos los días

Para afrontar la enfermedad, la pobreza y la vejez hacen falta un valor enorme y mucha fuerza de voluntad. Y cuando uno tambalea, o cae, la virtude que se despliega es la resignación, que no es lo mismo que la paciencia.
Discrepé entonces con Silvina Bullrich, y así se se lo hice saber con gran tiento para que no se enfadara, porque yo creo que la paciencia se necesita más para soportar los inconvenientes, los alfilerazos que sufrimos todos los días, incluido el domingo, cuando se nos quema el asado justo en el momento en que están llegando los primeros invitados, o cuando casi terminado ya un artículo que no nos está saliendo bien, se cae el sistema con el artículo bajo el brazo y no vuelve más. Ah, nuestro técnico está en Copenhague, adonde se fue a hacer un curso y no vuelve a Buenos Aires hasta dentro de dos semanas.
Tampoco es fácil aguantar estoicamente toda una tarde al pelmazo que toca el timbre de la puerta de tu casa para visitarte sin haberte avisado por lo menos el día anterior.
O que se te llene de pronto la cocina de hormigas –suelen ser rubias-, o que te vayas a poner tu traje favorito –si uno usa traje, ¡qué antigüedad!- y descubras que no te puedes abrochar el pantalón, porque aunque no te hayas dado cuenta tu abdómen ha experimentado en los últimos tiempos un sensible engrosamiento.
Un día te despiertas con un hermoso forúnculo en la mitad de la frente, otro se te da por ponerte un reloj que te gusta mucho y resulta que no lo encuentras por ningún rincón de la casa. Probablemente no aparezca nunca.
El fin de semana que habías pensado salir de excursión, llueve torrencialmente desde la mañana del sábado a la del lunes.
Ahí es donde se necesitan grandes dosis de paciencia, porque la bronca es cruel y es mucha.
Cuando se producen los desastres, cuando se plantean los problemas difíciles, uno levanta en seguida la guardia, aprieta la mandíbula, se dispone a luchar con uñas y dientes, se acoraza -en el fondo ya está preparado-, ya sabe que necesita virtudes más fuertes que las que se precisan,  como la paciencia, para conjurar los inconvenientes de todos los días, que también joroban lo suyo, sobre todo cuando se suceden los unos a los otros.

© José Luis Alvarez Fermosel

No hay comentarios: