viernes, 30 de septiembre de 2011

Troteras y danzaderas


Troteras y danzaderas constelan desde hace tiempo ambas aceras de la calle de la Montera de Madrid, que va desde la Puerta del Sol, en pleno centro, hasta la Red de San Luis, en la Gran Vía.
Vendedoras de amor de todas las nacionalidades, colores, tallas, edades y tarifas montan una perenne centinela apenas animada de día por un guiño, un gesto o unas pocas palabras en voz baja, con harta frecuencia de un idioma báltico de ásperas consonantes y también de un cálido americano del sur. Ojo, que también las hay de Lugo o de Cartagena, y que nadie se ofenda. La venta de amor es tan antigua como el mundo y no tiene fronteras.
El asunto, en la calle de la Montera de Madrid, como en muchas calles y lugares del mundo es cuestión de pararse, ver, escoger… y pagar, naturalmente, lo cual, constituye la lógica retribución por el servicio prestado.
Alguna de la gente que pasa en horas de la mañana o de la tarde, muy poca, la verdad, y toda perteneciente al sexo masculino, echa un vistazo con cierta indulgencia y sigue su camino.
Pero el “comercio carnal” nocturno, que diría un cronista de revista sicalíptica del siglo XIX, con su secuela de voces airadas, discusiones, exigencias, regateos, rendiciones de cuentas y la sirena de algún coche patrulla de la policía, de cuando en cuando, incomoda e irrita a los vecinos, que han hecho y siguen haciendo, hasta hora sin ningún resultado, todo lo posible por despejar las veredas de la calle en que viven.

Los versos del Arcipreste

A las troteras y danzaderas se refiere el Arcipreste de Hita en aquel verso: “Después fise muchas cántigas de dança é troteras…” Y de ahí tomó el asturiano Ramón Pérez de Ayala el título de su novela “Troteras y danzaderas”.
El también escritor y periodista español –de Murcia- Pedro Massa, que fue muchos años corresponsal del diario ABC de Madrid en Buenos Aires, descubrió que por las 400 páginas de la obra de Pérez de Ayala desfila una serie de ilustres literatos y pensadores españoles de comienzos y mediados del siglo pasado.
Entre ellos, el mítico José Ortega y Gasset –de entonces 29 años-, enmascarado bajo el nombre de “Antón Tejero”. Su circunstancial biógrafo dice: “Aunque sus obras completas apenas si llegan a dos docenas de artículos, bagaje tan flojo le ha valido la admiración de muchos, la envidia de no pocos y el respeto de todos. De talento retórico nada común, propende a formular sus pensamientos en términos paradójicos y epigramáticos, por lo cual se le ha acusado en ocasiones de oscuro”.
Ortega escribió de Pérez de Ayala en el diario “El Imparcial” de Madrid, en 1910: “Representa, entre los nuevos escritores, la tradición castiza del estro fecundo, que suele faltarnos a los demás. Tal vez los pequeños defectos de su estilo provengan de una vena demasiado exuberante, a la que no ha logrado poner cauce y continencia”.

Un notorio antecedente

En cuanto a la calle de la Montera, hay al menos un antecedente notorio en materia de…trotes y danzas.
Durante el reinado de Felipe III –que se extendió de 1598 a 1621- una bella trotera, viuda del montero mayor del reino, desencadenaba noche tras noche tumultos tan escandalosos y tan frecuentes escaramuzas de galanes, que se disputaban sus favores espada en mano, que hubo de recurrirse al Tribunal de Fe y salieron a relucir las cruces y pendones de la Inquisición y amenazas, a son de clarín, de anatemas, juicios y castigos contra quien ofreciera “espectáculos heréticos y diera lugar a muertes violentas”.
Para no morir tostada en las piras de romero del Santo Oficio, la jarifa desapareció más rápidamente que canta un gallo, pero su recuerdo y su nombre quedaron. Y, como era la viuda del montero, y a ella le llamaban la “Montera”, pues esa vía cobró a partir de entonces el nombre de calle de la Montera.
Pedro Massa, que fue en sus últimos años decano de los corresponsales extranjeros en Argentina –lo poco extranjero que es aquí un español-, recuerda este episodio, entre otros igualmente poco conocidos, y a varias personalidades conocidísimas de los mundos de la literatura, la música, la pintura, la danza y otras artes y oficios en su libro “Españoles”, que tuvo la gentileza de dedicarme, conservo en un lugar destacado de mi biblioteca y releo con mucha frecuencia.

Ilustración:
Cuadro de Jorge Rando

© José Luis Alvarez Fermosel

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