domingo, 30 de septiembre de 2007

El títere y el viento


Por la calle de los fantasmas, del brazo del Dormilón, va “Guaira” Castilla al casamiento del Zorro, con un esmóquin de hojas de margaritas, flanqueado por niños y muñecos azules.
“Guaira” Castilla es en realidad Gabriel Castilla, el mejor titiritero de América, o por lo menos de la América de habla española. Pero todo el mundo le llama “Guaira”.
(“Guaira” quiere decir viento en quechua, el dulce idioma del indio altiplánico, primitivamente hablado en Bolivia, Perú, Ecuador y difundido después de la conquista española por Colombia y el norte de Chile y de la Argentina.)
Nacido en Salta –en el noroeste argentino, en la frontera con Bolivia-, de poco más de 50 años, Gabriel Castilla es titiritero por definición, vocación y herencia, ya que su padre, Manuel Castilla, movía en la década del ’40 con Carlos L. García Bes por Argentina, Bolivia y Perú, tiernos muñecos de trapo a mano limpia en retablillos rústicos y entrañables.
Movía los títeres, el padre del “Guaira”, como el mismo “Guaira”: “con manos fáciles y alegre corazón, con manos fáciles para asir y retener, para retener y soltar...”, como en los versos de “El Caballero de la Rosa”.
“Guaira” Castilla, o “El Guaira”, desempeñó mil oficios, entre los cuales el de bibliotecario. Pero lo que más le gustó siempre fue viajar, siempre con sus títeres para chicos y grandes a cuestas, representando obras de Carlos L. García Bes, del clásico entre los clásicos, el inolvidable Javier Villafañe, Carlos Vaca y su hermano Leopoldo Castilla, titiritero y poeta como él.
Su currículo es impresionante. Viajes por Uruguay –en el Río de la Plata se hacen los mejores títeres de América y quizá del mundo-, Bolivia, Brasil, Venezuela, Puerto Rico, República Dominicana, toda la Argentina, de norte a sur y de este a oeste, casi toda España y otros países de Europa. La Secretaría General de la Unión Internacional de Marionetas le recomendó para trabajar en Nueva York. Fue invitado a varios festivales internacionales de títeres.
De estatura media, fuerte, de pelo negro y rizado, con algunas canas y el ademán escueto, “Guaira” envaina un vaso de vino tinto. Estamos en “La Parrillita”, en el populoso barrio de Villa Crespo de Buenos Aires. Nos llegan retazos de la zamba salteña “La López Pereira”, en la voz potente de Héctor Corvalán.

-- “Guaira”, ¿qué es el títere?
-- Una mística del gesto, el escorzo hecho poesía, la mímica hablada sin palabras. Es, también, un mensaje, una forma de expresión artística, un método de comunicación. Y, para mí, la razón de mi vida.
-- “El títere –añade “Guaira” Castilla- es, o significa un código de acercamiento al hombre, al que se brinda todo lo que se puede brindar con otro medio de expresión artística. Con el títere se puede hacer lo que se hace con los pinceles, la pluma o el buril”.

Su técnica es la del guante, la más difícil. Hace cualquier cosa, cualquier maravilla con una mano, con un pequeño fragmento de madera noble. Sostiene que Argentina ha heredado la técnica del guante de García Lorca, que es la mejor de Latinoamérica y se está perdiendo, por su dificultad.
“Guaira” se reconoce discípulo de Villafañe, al que califica de “gran maestro”, gran difusor del títere en América Latina, uno de los pocos que han paseado el títere argentino por todo el mundo.
.
-- ¿Hay títeres para niños y títeres para adultos?
-- No, hay títeres, simplemente. Lo que pasa es que el niño participa más, constituye el público más puro y, a la vez, el más exigente. Te marca el clima. Y te lo puede romper, también.
-- ¿Qué se necesita para ser titiritero?
-- Pasión. Y luego, claro, dominio de la expresión, habilidad manual.

“Guaira” revela que su género es la pantomima, que investiga y estudia constantemente. Sus obras favoritas son “Celos”, “El hipo”, “El dormilón”, “Historia con las flores”. Sus personajes, “La gallina que pone huevos”, “El vampiro”, con el que empezó a experimentar.
Escribe relatos de sus experiencias de titiritero trotamundos: una suerte de memorias adelantadas, hojas sueltas de su rica bitácora viajera. Toca la guitarra. Es “amiguero” por devoción. Lee constantemente poesía, sobre todo –“me he criado entre poetas...”-

-- ¿Mensaje?
-- Habría que ser niño o titiritero.

“El Guaira”. El viento...


© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 29 de septiembre de 2007

El whisky de los poetas

Jorge Edwards es un narrador, ensayista y diplomático chileno nacido en Santiago en 1931. Autor de las novelas “El peso de la noche”, "Los convidados de piedra", "El anfitrión", varios libros de cuentos, ensayos, columnas y magnífico cronista, recoge en “El whisky de los poetas” ochenta y dos “relatos no ficticios” de impecable factura, amenísimos y coloridos, que escribió entre 1968 y 1994. En ellos se explaya sobre literatura, política, economía, viajes y recuerdos.
Edwards obtuvo, entre otros, los premios Casa de las Américas, Nacional de Literatura y Cervantes.
"El whisky de los poetas", de 345 páginas, fue publicado en 1997 por la editorial Santillana, S.A. (Alfaguara).
© José Luis Alvarez Fermosel


viernes, 28 de septiembre de 2007

La cama y la mesa

Un viejo refrán español reza: "En la mesa y en el juego se conoce al caballero". En lugares más íntimos, como el dormitorio, también.
En el galanteo sexual es tan importante sa­ber qué hacer como qué no hacer. Por ejemplo, nada de prisas al des­nudarse. El caballero se despojará, en primer lugar, del saco y la corbata; a renglón seguido de los zapatos y las medias; después, de la camisa y, por último, de los pantalones y los calzoncillos con un sólo movimiento. No deben dejarse nunca las medias puestas, como se ve en las comedias nor­teamericanas.
La dama se quitará primero el ves­tido. Si lleva "panties" (medibachas), debe sacárselos rápidamente porque tienden a marcar el estómago. Otra co­sa: la lencería femenina es muy importante; tiene un componente erótico del que carecen las prendas íntimas masculinas y hay que saber aprovecharlo.
Todo, en todos los aspectos, es impor­tante: tiene el valor personal que cada uno sepa darle y saber hacer­lo es síntoma de buen gusto.
Sabido es que cuando se come hay que limpiarse la boca con la servilleta antes y después de beber, que no hay que cernirse sobre el plato como un gavilán sobre una paloma, ni separar los codos de los costados como si se fuera a volar y que los cubiertos que se utilizan al final son los que se colocan más cerca del plato.
Recordemos que en la mesa hay que evitar a toda costa hablar de política, fútbol, enfermedades, religión y sexo, que los espárragos y el ma­risco se pueden comer con la ma­no y que en una mesa como Dios manda no deben figurar nunca si­fones, palilleros con mondadientes y flores de perfume tan intenso que predomine sobre el de los alimentos.
Las presentacio­nes han de ser rápidas: se da el nombre y el apellido y, desde luego, es prefe­rible estrecharle la mano a una se­ñora que pecar por exceso besu­queando. La señora es quien tiene que dar la mano al señor y no al revés. A las damas nunca se les manda un abrazo al despedirse de ellas después de una conversa­ción telefónica, y nunca hay que enviarles una docena de rosas sino once o trece, pues de lo contrario parece que fue la secretaria quien se ocupó de un asunto tan personal y delicado.
Como dijo Alvaro Mutis, la caballerosidad y la refinada cortesía son la mejor muestra de civilización, el sazonado fruto de una gran cultura y el producto de un buen tono incrementado durante varias generaciones.


© José Luis Alvarez Fermosel

Callao


El hombre camina envuelto
En un espeso silencio
Y es peso sobre su espalda
la carga de una palabra
que a nadie le va diciendo.
Es paso lento su andar
en el espacio nocturno
mientras, despacio, el mundo
cambia un poco de lugar.
Esposo fiel, el silencio
abraza mudo a la noche
y es pozo de los misterios
que callan todas las voces.
El hombre va por la calle
con el corazón contento
porque le brota de adentro
una canción de silencio.
Va el hombre sobre el asfalto
caminando sin apuro
y de puro caminar
la ciudad se le hace canto,
muda canción sin palabras
que labra el cielo callado.
Canto profundo, infinito
va desplegando el silencio
mientras, con labios cerrados,
el hombre va caminando
por el horizonte inmenso
de la avenida, Callao.

© Adela Basch


Nacida en Buenos Aires en 1946, Adela Basch es egresada de Letras y ha escrito más que el “Tostao”, que nadie sabe quién fue pero que debió ser un señor que escribió mucho. Todo lo que ha escrito Adela Basch es muy bueno.
Fundó hace un lustro Ediciones Abran Cancha. Viaja mucho por Argentina.
Es polígrafa, polifacética, polivalente, polimétrica, políglota… Tiene sentido del humor: un gran e irreprimido sentido del humor. Casi nadie lo tiene hoy día. Que Dios la guarde.

martes, 25 de septiembre de 2007

Gozar en Gozo


La isla Gozo, cercana a la de Malta (en el Mediterráneo, entre Túnez y Atenas), tiene entre otras cosas bonitas muchos monumentos y reliquias de la nobleza británica victoriana: la de los coroneles en la India, el té de Ceilán y Jack el Destripador.
Como se hizo en España con antiguos castillos que se convirtieron en los llamados paradores de turismo –con la misma fachada y un lujo asiático por dentro-, las casas de campo de Gozo, de casi medio milenio de antigüedad, han sido restauradas y acondicionadas y hoy funcionan como hoteles de cinco estrellas, con largos pasillos con alfombras de color escarlata, amplias terrazas para tomar el sol y varias piscinas.
El casco de la estancia Razzette Ankara, fronteriza con la pequeña ciudad de Gharb, tiene cinco enormes habitaciones decoradas con muebles antiguos y una gran piscina bordeada de cocoteros, con un jacuzzi anexo.
El pescado fresco y los mariscos constituyen la base de la gastronomía local.
Todas las agencias de viajes pueden diagramar una ruta a su medida.
-- Entonces…
-- No, no: la isla de Edmundo Dantés era la de Montecristo…
-- Es que…
-- Sí, sí, la isla de Gozo está cerca, pero …


© José Luis Alvarez Fermosel

El macho posmo en ojotas




El último alarido de la moda posmoderna

Se dice en el diario “online” Minuto Uno, de Chiche Gelblung, que las ojotas dejaron de ser “mersas” para convertirse en “cool”.
Si por “cool” entendemos fresco, en español, la verdad es que las ojotas son frescas. Pero “cool” equivale aquí y ahora a “de onda”, o a “fashion” en el lenguaje del macho posmo, usuario a “full” de ese calzado tan sentador y que combina tan bien con las bermudas, prenda de mucho predicamento hoy en día entre los machos posmo (1).
La experta en “marketing” Angela Hirata ha reposicionado, como se dice ahora, las ojotas hawaianas. “Lanzamos un producto que hoy es objeto de deseo”, sostiene Hirata, directora de Alpargatas en San Pablo. Objeto de deseo, ahí es nada: suena a película de Buñuel.
El “jean” o pantalón vaquero se llevó mucho. Descontracturados “yuppies” de la City los usaban con el “blazer” y la camisa sin corbata, abierta al cuello amarronado por la luz de la cama solar. Eran otros tiempos. Hoy el “jean” se ve mayormente en los asados o en los “countries”.
Para otras ocasiones y lugares están los pantalones de lino –que se arrugan tanto, gracias a Dios- o las bermudas. Y a partir de ahora las hawaianas, claro.
Yo he visto ya en lugares céntricos de Buenos Aires a “brokers” con pantalones de sarga, camisas de polo de marca y hawaianas sin calcetines.
El presidente electo de Paraguay, el ex obispo Fernando Lugo calza siempre ojotas. Cuando tiene que vestir las cambia por unas sandalias franciscanas. En invierno se pone calcetines.

-- ¿Se pueden llevar las ojotas con medias?
-- ¡Naturalmente, así quedan elegantísimas! Pero hay que procurar que no nos pase lo que al norteamericano Paul Wolfowitz, presidente del Banco Mundial, que estando en Turquía fue invitado a visitar la mezquita de Selimiya, en Estambul, y al descalzarse para entrar, según el ritual musulmán, se vio que… ¡tenía ambos calcetines agujereados y, al parecer, no muy limpios! Así fue retratado y las fotos dieron la vuelta al mundo.
-- ¡Qué papelón!
-- Y tanto. Hubo gente que dijo que a una persona que anda por el mundo con las medias rotas y sucias no se le puede encomendar que presida nada.
-- ¡Hombre, eso es una una exageración!
-- Si a usted le parece…
-- Qué sé yo… Pero, ¿tiene usted algo más sobre ojotas y medias?
-- Sí, escuche ésto: un amigo médico me contó que estando un día en el patio de comidas de un centro comercial, vio cómo una escalera mecánica se le comía una ojota a un señor, que realizó denodados esfuerzos por rescatarla. Pero ganó la máquina, como siempre. La escalera, rugiente, entrecortada, dando saltos, deglutió la ojota y depositó al señor en la primera planta. Eso sí, con un pie con una ojota y el otro desnudo.
-- Habrá que llevar un par de ojotas de repuesto en la mochila por si nos pasa lo que al pobre señor del “shopping”
-- Buena idea.
-- ¿Las señoras llevan también ojotas?
-- Desde luego, y hay que ver lo bien que les sientan. A las señoras les sienta bien todo.

El macho posmo, una de cuyas obsesiones es estar a la última moda, se apresta a reemplazar las zapatillas de básquetbol, que lleva siempre sucias, y los pesados borcegos con cordones por las ojotas. Tendrá que seguir la norma del Juanito (2): “Debes lavarte los pies cada dos meses o tres”.
Dicen que las estrellas y los astros de Hollywood usan hawaianas a toda hora y en toda ocasión. Dentro de poco aparecerán también con ellas en el cine. El hecho de que no estuvieran de moda cuando se filmaron las mejores películas norteamericanas impidió, por ejemplo, que vieramos a Humphrey Bogart en Casablanca enfundado en su impecable esmóquin blanco, con el nudo de la corbata de lazo perfectamente hecho, la raya del pantalón bien marcada… ¡y ojotas!
Habrá que pensar en un modelo para los atuendos de gala.
José María Pemán decía que la etiqueta exige una naturalidad tranquila. ¡La naturalidad y la tranquilidad que tendremos que tener para lucir “comme il faut” el esmóquin… y las ojotas en vez de los antiquísimos zapatos de charol!


1) N. del A. Esta nota está plagada de expresiones en inglés, contra mi costumbre. Pero en la terminología del macho posmo las hay por docenas. Al escribir sobre él, sus modos y modas, uno no puede dejar de ser fiel a esos términos, a fin de que el lector se compenetre más y mejor con esta figura tan conspicua de la sociedad posmoderna-
2) N. del A. Supuesto manual de buenos modales para jóvenes que satiriza el gran humorista español Wenceslao Fernández Flórez en su relato “Meditaciones sobre el ‘Juanito’”, contenida en su libro “Las gafas del diablo” (Colección Austral de Espasa Calpe, Argentina, 1948).

© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 22 de septiembre de 2007

Últimas noticias de Perón y su tiempo






















La reseña precedente se lee en una de las solapas de este nuevo libro de Rogelio García Lupo, editado por Vergara-Grupo Zeta, de 313 páginas. ($ 34,00; U$A 10,98)
Rogelio García Lupo, uno de los mejores periodistas de investigación de América Latina, propone un viaje por el tiempo de Perón, deteniéndose en su persona y sus actos de gobierno. El libro, escrito con el lenguaje claro y directo que caracteriza a los buenos periodistas, relata una serie de historias apuntaladas por una exhaustiva documentación, cuyos protagonistas son personajes ya inscriptos en el gran libro de la historia: políticos, militares, espías, magnates, arribistas y aventureros de toda laya: Roberto Bosch, José María Frontera, Mac Hannaford –el Dreyfus argentino-, Fritz Mandl –que estuvo casado con Heddy Lamarr, una de las actrices más bellas del Hollywood de todos los tiempos-, Zoé Martínez, Aristóteles Onassis, Alfredo Ryan, Thilo Martens… Todos ellos se movieron en un mundo signado por intrigas, conspiraciones, guerras, revoluciones, cuartelazos y actividades –algunas nefastas- de agentes secretos y truchimanes, unos de alto vuelo y otros de vuelo rasante.
La logia de los militares radicales, la diplomacia paralela de la Guerra del Chaco, las rutas de los nazis, espías vascos en Buenos Aires, Victoria Ocampo y el expediente Durán y la segunda muerte de Martín Bormann son los títulos de algunos capítulos de este libro fascinante que se lee de un tirón y con gran interés desde la primera página hasta la última.



© José Luis Alvarez Fermosel


viernes, 21 de septiembre de 2007

Llegó la primavera

La primavera ha venido, nadie sabe cómo ha sido, que dijo el poeta.
Una vez más, un año más, la primavera se instala con sordina en el calendario, desplazando a un invierno que este año nos trajo un poco de nieve pero que con harta frecuencia no hace bajar a menos de trece grados la “columna mercurial” –como decían antes algunos cronistas un poco rebuscados-.
Hubo inviernos que fueron casi veranos, lo cual determinó que los amantes del frío despotricaran de diciembre a marzo y temieran que la Argentina se convirtiera en un país tropical.
En el momento de escribir, los estudiantes abarrotan los bosques de Palermo –también es el día del estudiante, y a ellos felicitamos-. Todo es juerga y algazara.
Dentro de poco florecerán los jacarandáes, hermosos árboles bigonáceos que se agostan enseguida. Caen sus flores ténues sobre la ciudad, tiñéndola de azul.
Tendremos que renovar votos y hacer promesas, con el ánimo retemplado y el corazón alegre.
“Alégrate corazón/aunque sea por la tarde/corazón que no se alegra/no calienta buena sangre”. Así cantaban unas niñas en una plaza. Un pareja se abrazaba al fondo, detrás de un ombú.
Habrá que ir al Rosedal y al Jardín Japonés, estrenar un traje claro y liviano, comprar unas lilas y ponerlas en un jarrón en la sala.
La primavera la sangre altera. ¡Cuidado con los excesos!
Lo que no hay que hacer es estar triste, ni siquiera un día que llueva. Para estar triste siempre queda mucho tiempo. La tristeza es el tiempo. Lo máximo que uno puede permitirse es estar un poco “blue”, lo cual no es apropiado porque para eso está el otoño.
En fin, que ha llegado la primavera y hay quien está en un estado raro: ve la sombra mezclada con violetas, diría Ramón Gómez de la Serna.
“¡Primavera, primavera, yo quisiera que me dieras una flor…!”.


José Luis Alvarez Fermosel
© 2007

miércoles, 19 de septiembre de 2007

El macho posmo urbano


"Melenita de oro..."

Ahí va el macho posmo, con su pelo cortado al rape o su melenita de oro, o endrina, hasta la cintura, su perdigón de plata incrustado en la nariz, sus anteojitos negros tan chicos que apenas le cubren la mirada vacua, su jubón oscuro, brillante por el uso, que se parece a los de los mujiks de las novelas de Tolstoi, sus jeans, que se tienen parados cuando se los quita, sus zapatillas enormes –el macho posmo suele calzar un 45- o sus borcegos con cordones, su walkman, su mochila tan pegada a la espalda que parece un dermatoesqueleto.
El macho posmo gasta barba de cuatro días, que se afeita de pronto para dejarse una mosquita bajo el labio inferior, o unas tiritas de pelo que enmarcan su rostro de un tono verde pálido, carente de expresión. Tiene los brazos delgados y cilíndricos, como largos mostacholes que le penden a los costados del cuerpo sin muscular.
El macho posmo usa celular, palm y motorola pero no se comunica, deja mensajes. Su totem es la Internet, de la que extrae informeta que no usa. Se pasa las horas muertas chateando.
Come comida chatarra –cuando estaba de moda la gastronomía mexicana hizo un gran consumo de nachos, burritos y fajitas...-. Nunca se sienta a comer porque no sabe manejar los cubiertos. Picotea por la calle paragüitas de chocolate. Le encantan las bananas. No bebe alcohol. Toma la lechona. Va a un... espacio y sorbe... ¡una lágrima!: una copa flauta llena de leche tibia con unas gotas de café o leche manchada, todavía con menos café.
Si sufre una pena de amor –cosa rara-, se manda al escuálido pecho un trago de agua mineral finamente gasificada con unas gotas de limón. Y dice acto seguido: "¡Ahhhhhh...!"
No trabaja. Sueña con ser marisquero artesanal, fangoterapeuta, hacer bricolage, ikebana o tocar el bombardino. También ha considerado la posibilidad de aprender esperanto. Pero la ilusión de su vida es ser chef étnico.
Vive con pá y má. Alguno se ha ido a vivir con varios congéneres a un departamento en régimen tribal, o a la casa de una amiga, pero no pasa nada, lo que no quiere decir que sea gay, es que hacer el amor es tan difícil, tan complicado, tan pegajoso... Al macho posmo le pone muy nervioso. Por eso no tiene pareja, ni siquiera novia, aunque sí muchas amigas.
Alguna de éstas se casa. El macho posmo la visita y, si su amiga tiene un niño recién nacido, él le cambia los pañales con mano maestra. Entiende una barbaridad de caca de niño: "Esta parece que está un poco durita" o "No me gusta el color demasiado amarillento de esta otra..."
A pesar de la vida que lleva, alguna vez sufre un pequeño accidente: por ejemplo, se pilla un dedo con la puerta de un armario y se le pone la uña negra. Hay que llevarlo al hospital, por supuesto. La primera vez que se encuentra con sus amigos después del... accidente, se lo cuenta con pelos y señales. Todos gritan a coro, estremecidos de horror: ¡Qué odisea!
Colecciona ositos de peluche a los que pone nombres tales como Sinesio, Hermenegildo, Lautaro, Hermógenes, Federico... Tiene en la mesita de luz una foto suya –en la que ha salido con un poco de cara de besugo, entre paréntesis-. Al pie ha escrito de su puño y letra: "Yo".
El calor lo aplana y el frío lo apichona. Cada dos por tres se toma un año sabático y se va con su amigo del alma a Machu Pichu, a la Isla de Pascua o a un lugar que no haya sido hollado por la planta del hombre.
Hace pipí sentado. Le pide a mamá que le peine todas las mañanas.
El macho posmo es blandengue, asustadizo, esquemático, comodón, irresoluto, no toma partido, no se juega, no se responsabiliza, no se compromete, se cuelga.
Dice que se busca a sí mismo pero que no acaba de encontrarse. Es una criatura. ¡Sólo tiene 39 años!
© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 17 de septiembre de 2007

Estofado de rabo de buey


(4/6 porciones)


Ingredientes:
1 ó 2 rabos grandes cortados en rodajas de 7 a 10 centímetros de ancho
3 ó 4 cebollas picadas
2 zanahorias cortadas en rodajas de 1 centímetro
1 cabeza de ajos
1/4 de litro de caldo de carne
1/2 botella de vino tinto
Pimentón dulce
Laurel
Pimienta negra en grano
Sal
Aceite de oliva


Preparación:
Sofreir las rodajas de rabo en una olla grande con el aceite de oliva. Cuando las piezas estén bien doradas incorporar las cebollas, los dientes de ajo enteros o aplastados y las zanahorias. Cuando las cebollas estén transparentes, echar el caldo, condimentar y dejar cocer a fuego lento con la olla semi tapada hasta que la salsa reduzca a la mitad. Luego, verter el vino tinto y terminar de cocinar sin tapar para que se evapore el alcohol y la salsa reduzca un poco más.
Cuando el guiso esté a punto, apagar el fuego, tapar la cazuela y dejarla en reposo unos minutos antes de servir.


Guarniciones (opcional): Patatas fritas o al horno o puré.

"La Criolla", café concert

Yo, marinero, estoy aquí en la tierra
donde las aventuras y las muertes son más pequeñas.
Nosotros, nosotros podemos hallar al mar
dentro de un caracol, o de una taberna.
Taberna La Criolla encendida de letreros, estallada
de gritos
en el costado infamante de esta ciudad mediterránea.
Taberna
de gruesa voz enronquecida y mantones desflecados
y mujeres que despiden olor a estufa de posada
y tienen la vidriosa mirada
de la morfina.
Taberna que me atraes con tus dos alas grandes,
la una verde, la otra roja
y tu música apretada y loca.
Yo he pagado la peseta del ponche, el real de gambas
y esta gorra, un duro.
Me empujas a la danza, la boca hinchada, los senos blandos,
la media agujereada.
Tu alegría es española, legítima, y escupes como un carretero.
Me darás una noche.
Generosa. Tú eres cordial y me darás una noche.
Mañana La Criolla estará vacía y un vaho espantoso
empañará los cristales de las puertas.
Habremos andado un paso más en nuestras pobres vidas
cuando La Criolla se abra nuevamente a los hombres de la tierra
donde las aventuras y las muertes son más pequeñas.
.


© Raúl González Tuñón
De “La Calle Del Agujero En La Media”, 1930.

Nació en 1905 y murió en 1974. Fue uno de los más grandes poetas de Argentina. Como todo lo que escribía, en verso y en prosa se entendía perfectamente, no gozó del favor de la... Academia, la quintaesenciada "elite" de la "Culture" local. "Nunca negoció con los 'agrios sectarios' -de izquierda o de derecha- que se ocupan de encajonar la poesía y producen teorías muy gordas y poemas muy flaquitos. Raúl tiene comercio sólo con el juego y el fuego de la palabra". Esto lo dijo Juan Gelman, comentando la tercera edición de "La rosa blindada", uno de los libros de González Tuñón.

sábado, 15 de septiembre de 2007

El mayordomo cantante

El cuadro, del pintor escocés Jack Vettriano, está calcado de una lámina del Compendio de Figuras para Ilustrar Libros –que cuesta 30 dólares- de Peter Hince, quien se tomó el asunto con calma: “Al fin y al cabo, para eso se hizo el manual”, dijo. El dibujante británico Sandy Robb denunció al Daily Telegraph el calco en cuestión. El agente de Vettriano, Tom Hewlett justificó a su representado diciendo que durante muchos años no tuvo tiempo ni dinero para trabajar con modelos de carne y hueso.
De cualquier manera, el cuadro fue vendido por 1.300.000 dólares en una subasta, hace tres años.
Se deduce del título del cuadro en cuestión, “El mayordomo cantante”, que es el servidor bajo el paraguas quien canta para que el señor y la señora –no se sabe a cuál de los dos sirve- puedan bailar vestidos de etiqueta en una playa con resolana en la que de pronto empezó a llover.
Da la impresión de que alguien –ella o él- se va a ir pronto. A los pies de la fámula hay un maletín, de ella o de él, que uno u otro tomará después de bailar unos minutos y se irá con él quien sabe si para no volver.
El cuadro es precioso y tiene fuerza de cartel. Su autor, Jack Hoggan Vettriano, es un pintor escocés autodidacta de 56 años, que utiliza el apellido de su madre italiana.
Vettriano trabajó en minas de carbón en su Escocia natal. Empezó a pintar a partir de los 21 años, cuando una novia le regaló una caja de pinturas para acuarela.
Se le ha incluído en una escuela de pintores escoceses formados en 1980 en Glasgow. A ellos les siguieron Damien Hirst y su grupo del Brit Art. Vettriano ha dejado en pañales a este último y a quienes se empeñan en convertir las cosas vulgares en obras de arte, como Tracey Emin con su cama deshecha.
Sus cuadros presentan casi siempre personajes un tanto enigmáticos bajo una cernida luz de atardecer. Recuerdan los del estadounidense Edward Hopper.
Según Sampson Spanier, critico del Financial Times, Vettriano acusa influencias de los impresionistas del siglo XIX. El dice que se considera un director de cine que sólo tiene un fotograma.
Jack Vettriano gana unos 750.000 dólares al año sólo por los derechos de reproducción de sus cuadros.


© José Luis Alvarez Fermosel

Los mismos



están muy altas las ramas de ese árbol
pero ascendemos por el aire
por la fragancia
hasta ser los mismos
que el recuerdo y la luz hospedan

la misma enredadera
el mismo búho
reciben la mirada
la palabra que entonces ofrecimos

y la pasada unión
pero el alba
en el silencio de la playa
del bosque antiguo nos desprende

renacemos con el gallo y la tórtola
en tierras distintas
y el agua del arroyo nos lleva de la mano
al móvil reposo

ahora claramente veo
la circular andanza
la puerta de aquel día
la estela azul y la fugaz victoria
estuvo todo bien
está muy bien

por el sendero desciende un leñador
hasta el arroyo
y nos saluda.

© Edgar Bayley

Nacido en 1919 y muerto en 1990, fue un gran poeta y representó fielmente los movimientos vanguardistas argentinos de finales del siglo pasado.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

El macho posmo gastronómico




Cocina, modos y lenguaje posmodernos

La cocina, cocinar -sobre todo en televisión- es hoy en día una moda: una más de esta sociedad posmoderna tan esnob de los prolegómenos del siglo XXI que se caracteriza, entre otras cosas, por el mal gusto: confundir la moda que no vive más que de cambios con lo hermoso que perdura. Dijo Stendhal.
Los cocineros, que ahora son “chefs” o jefes, diseñan platos en eventos, restós y frente a las cámaras de televisión buscando el maridaje de la preparación con el vino, que ha de ser varietal, si es posible bivarietal y, en cuanto a los tintos se refiere, de color púrpura.
Los cocineros mediáticos aderezan sus explicaciones con la memez del posmodernismo. Dicen emplatar en vez de servir o pasar al plato y realizar por guisar, cocinar o preparar: realizar un estofado, por ejemplo; es decir, un estofado no, que es muy vulgar: una “blanquette”.
Nada está bueno o es rico; todo es… interesante. Las verduras son vegetales, traducción literal del inglés “vegetables”. Las ensaladas son “salads”, también en inglés y se aliñan con aceite de oliva extra virgen y aceto balsámico de Módena. Lo que pica no es picante sino picoso. El puré de papa es papa batida, “… que es más cheto” (sic).
Lo que se va a preparar, o sea, elaborar, es… la idea. A las viandas hay que tratarlas con cariño o más aún, con mimo. (Mimo, mimo, mucho mimo, susurran los muchachos mientras acarician con ternura echalotas, puerros, nabos y zanahorias).
El sentido posesivo de estos cocineros se patentiza cuando hablan de nuestro pato o nuestra boga.
Convertir algún alimento en crocante es crocantizar. Jamás dirán añadir ni incorporar sino agregar, que suena más fino a sus oídos. Estar a dieta es adietarse. Y los programas están guionados.
Tanto manierismo y, sin embargo, algunos de estos “chefs” tan “cool” dicen querramos por queramos, crosta por costra, medias hechas -las perdices, por caso- en vez de medio hechas, mucho hambre en lugar de mucha hambre, aprete por apriete y hubieron por hubo.
Los muchachos “trendy” han tomado los fogones como quien toma la Bastilla.
Señoras con delantal en sus casas y señores con gorro blanco en hoteles y restaurantes cocinaban antes lentejas con chorizo, mejillones a la provenzal, canelones a la Rossini y otras exquisiteces que ahora son "delikatessen".
Todos llamaban a las cosas por su nombre, hablaban correctamente, eran discretos, concretos, sencillos y carecían de afectación y rebuscamientos.
Ah, un día de estos tenemos que hablar de la cocina molecular.

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 11 de septiembre de 2007

En La Suburra porteña (*)

-- ¡Está lloviendo a cántaros en Roma!, me dice Edgardo Ascune con voz de trueno.
-- La lluvia debe estar anegando la Suburra, un barrio que tiene el mismo nombre de tu restaurante. Para ser rigurosamente exacto debería decir que le has puesto a tu restaurante el mismo nombre del barrio.
-- ¿Sabes que en la Suburra nació Julio César?
-- Sí, debió ser el personaje más conspicuo de todos los que nacieron y se criaron en ese barrio romano tan pintoresco, cerca del Foro. Creo que antiguamente fue un lugar poblado de malevos y gente de avería.
-- Sí, pero ahora tiene otro aire. Remodelaron viejos edificios y los turistas alquilan departamentos y se pasean por las calles, que son muy estrechas.
-- Yo sigo prefiriendo el Trastevere.

Estamos en el feudo de Edgardo: su restaurante, que es grande y está muy bien puesto. Hay salones independientes uno del otro, algunos con carteles en las paredes que anunciaron en su tiempo películas como “La gran comilona” y otras anteriores, todas relacionadas con la gastronomía. Un largo pasillo, casi una crujía, corre paralelo a la cocina desde la entrada hasta el fondo, donde hay una gran palmera. En La Suburra, claro, se come italiano. Italianísimo y de primera.
Edgardo nació en Sicilia, fue recriado en Roma y lleva muchos años en Buenos Aires; es un hombrón macizo, muy fuerte, de espaldas anchísimas y una risa peculiar, apresurada y contagiosa. Está casado con Marita Conti, menuda y hermosa, descendiente de toscanos. Ambos se ocupan de su restaurante con verdadera dedicación o, más aún, con devoción.
No debe uno perderse en La Suburra las aceitunas “ascolane”, el “risotto”, los “bucatini alla matriciana” y el guiso de conejo. Hay, entre otros, un vino tempranillo de Mendoza, de 2004, que no está nada mal. Edgardo lo decanta al servirlo, pasándolo a una jarra de loza blanca.

-- Me pregunto –le digo a Edgardo después de apurar mi vasito de “grappa”- si habrá todavía “carrocellas” en Roma: esos coches parecidos al “landó viejo y violeta de caballos canela de mi niñez triste” del verso de Agustín de Foxá. Poetizaba también César González-Ruano: ”Las ‘carrocelas’ viven en nuestra feliz memoria. Parecen escuchar el rumor de las patas de sus caballitos los oídos, siempre vigentes de nuestro recuerdo, de nuestro sentimiento”.

Uno evoca una Roma abigarrada y policroma, con olor a pesto y a jazmines, abarrotada de gente, con fontanas y hornacinas por todas partes. Iglesias bellísimas y “trattorias” con mesas con manteles de pequeños cuadros rojos y blancos, como los que se ven en las películas. Recuerdo a Ilya Glazunov pintando al costado de Castelgandolfo, cerca de antañonas estatuas, a la vera del puente sobre el río que tantas veces reflejó nuestra imagen.

-- Y aquí, en América, en Argentina, ¿cómo te fue, Edgardo?
-- Bien. Aquí la gente sale mucho a comer afuera. Hay bastantes italianos como yo y descendientes de italianos que abrieron restaurantes en los que ofrecen platos típicos y nuestros vinos.
-- América Latina, dicho sea de paso, aportó muchas cosas a la cocina internacional: la batata, el tomate, el maíz, los pimientos, la mandioca…
-- Y el azúcar, el cacao, incluso el tabaco, del que ahora no se puede ni hablar.
-- Claro, por eso se dice que la América de habla española inventó la sobremesa, porque nos da el azúcar, el ron y el tabaco.
-- Tienes razón. Lo dijo Foxá
–vuelvo a citarlo-: "Los romanos que llegaron a la perfección en sus ‘menús’ ignoraron la perfección la sobremesa con ron, café y tabaco. ¡Cómo le hubiera gustado a Lúculo un buen café azucarado y un cigarro habano después de sus ostras y sus lenguas de ruiseñor! Y en el Banquete de Platón, ¡cómo el café habría prolongado y dado nerviosidad a los serenos diálogos!”.

Ya no se fuma, ya no fuma nadie en ningún sitio sino en la calle. Está prohibido fumar, o poco menos. El tabaco habría merecido en Atenas inteligentes tratados de los cínicos o de los estoicos.
Ya nadie viaja ni pasea en coche de caballos, entre otras cosas porque no hay coches de caballos. No deberíamos escribir esto. Nos van a tomar por ancianos o personas muy anticuados.
Van a pensar que no somos “fashion”, cuando hay que pertenecer a la paquetería “cool”, estar en el grupo de los muchachos “trendy”, comprar ropa “vintage” y tratar a toda costa de ser “groovy”, o sea, estar de onda.

-- Edgardo, ¡a Roma por todo!
-- O por lo menos a Ravena, a escoger un mosaico.


(*) La Suburra Ristorantino
Fitz Roy 2353. Teléfono: (54) 11-4776-2740
www.lasuburra.com.ar

José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 10 de septiembre de 2007

Luna

Jacobo, el niño tonto, solía subirse a la azotea y espiar la vida de los vecinos.
Esa noche de verano el farmacéutico y su señora estaban en el patio, bebiendo un refresco y comiendo una torta, cuando oyeron que el niño andaba por la azotea.
-¡Chist! -cuchicheó el farmacéutico a su mujer-.
Ahí está otra vez el tonto. No mires. Debe de estar espiándonos. Le voy a dar una lección. Sígueme la conversación, como si nada...
Entonces, alzando la voz, dijo:
-Esta torta está sabrosísima. Tendrás que guardarla cuando entremos: no sea que alguien se la robe.
-¡Cómo la van a robar! La puerta de la calle está cerrada con llave. Las ventanas, con las persianas apestilladas.
-Y... alguien podría bajar desde la azotea.
-Imposible. No hay escaleras; las paredes del patio son lisas...
-Bueno: te diré un secreto. En noches como ésta bastaría que una persona dijera tres veces "tarasá" para que, arrojándose de cabeza, se deslizase por la luz y llegase sano y salvo aquí, agarrase la torta y escalando los rayos de la luna se fuese tan contento. Pero vámonos, que ya es tarde y hay que dormir.
Se entraron dejando la torta sobre la mesa y se asomaron por una persiana del dormitorio para ver qué hacía el tonto. Lo que vieron fue que el tonto, después de repetir tres veces "tarasá", se arrojó de cabeza al patio, se deslizó como por un suave tobogán de oro, agarró la torta y con la alegría de un salmón remontó aire arriba y desapareció entre las chimeneas de la azotea.

©Enrique Anderson Imbert

Escritor argentino nacido en Córdoba en 1910 y muerto en Buenos Aires en 2000. Catedrático universitario, historiador y agudo ensayista, contribuyó eficazmente al conocimiento de la literatura latinoamericana. El relato “Luna” pertenece a su libro “El gato de Cheshire”, publicado en 1965.

viernes, 7 de septiembre de 2007

El macho posmo a lo que pinte


Eterno adolescente

Dice Javier Marías: “Nuestra época glorifica la infancia, la hace durar más que nunca en la historia, la estira y alarga, e incluso la contagia o instila a quienes hace mucho que debieron dejarla atrás”.
De ahí que el macho posmo se sienta como el pez en el agua en esta sociedad infantil, o por lo menos adolescente y tilinga en la que nos debatimos. Por eso va por la vida sin pensar nada, sin tomar ninguna determinación; va a lo que pinte, seguro de que pá y má, su hermana menor, Laura o alguno de sus muchos amigos le va a sacar las castañas del fuego.
Aquí está el macho posmo mirándose al espejo. Cuando sale a la calle lleva una mochila a la espalda como una jiba y, ajustada a la cintura, una riñonera oscilante que le golpea rítmicamente los aparatos del regocijo a cada paso que da: plas, plas, plas, plas…
No podemos abrigar muchas esperanzas de que nuestro querido macho posmo crezca y deje de ser un adolescente.
El macho posmo se irá este verano con su amigo del alma a una playa remota de Ghisonaccia, Kenitra, la Costa Malabar, Paimpol o Sopelana: allí desplegará al viento, contra el cielo terso, el barrilete que le regaló su tía Matilde.
El padre –que según el macho posmo es nazi- insiste en que tiene que encontrar un trabajo, iniciar una carrera, aprender un idioma o seguir un curso de algo que le sirva para ganarse la vida. No es fácil porque las profesiones u oficios que abrazaría el macho posmo son bizarras, como se dice ahora y, lo que es peor, casi no tienen salida laboral.
El macho posmo quisiera hacer biosíntesis, centramiento, fangoterapia o diseñar cojines. También le gustaría ser facilitador holístico de recursos endógenos, tirar las runas, tocar la tuba y vender lámparas de Iguzzini.
Hace los honores a la cocina indonesia y come tofu goreng, gado gado y tempu banda, todo aromatizado por albahaca china, rosa mosqueta, cúrcuma, cilantro, alcaravea, eneldo, estramonio y raíz de chopo.
El macho posmo come pochoclo, también: en el cine, en grandes cantidades y ruidosamente. Va poco al cine porque en realidad lo suyo es bajar informeta de la compu. No hace nada con la informeta en cuestión, la deja tirada en cualquier sitio impresa en hojas tamaño oficio que Dios sabe dónde irán a parar.
Cuando habla por teléfono parece un agente de algún servicio secreto:
“Sí, dos por tres, afirmativo, Chichito, porfi, te veo en quince, ¡bancá, bancá, bancá...!, negativo. ¡Obviooo...!”
Hay que oirle al macho posmo decir obvio. Se le llena la boca, el término retumba, adquiere tonos de bongó, parece cobrar vida propia y no nos extrañaría que saliera de su boca convertido en un globo rojo y se remontara en el éter, trazando arabescos surrealistas como dibujados por Magritte, el callado pintor belga que hacía volar panes dorados en el azul del mediodía.
Si uno cae en un negocio en el que hay un vendedor macho posmo, que no se moleste en pedirle lo que vaya a comprar; por más sencillamente que hable, el macho posmo no le entenderá. Cuando esté a punto de sufrir un soponcio pedirá ayuda a gritos a su jefa, Lidia, que es competente y servicial y nos entenderá perfectamente.
Dan las once de la mañana en un reloj con autómatas de una cúpula de la zona de Congreso. La ciudad bulle: el tránsito rodado es muy intenso, la gente va de prisa y corriendo de un lado a otro, cada uno a lo suyo; manifestantes caminan a paso de marcha por la avenida de Mayo, desplegando cartelones y percutiendo tambores y bombos.
El macho posmo duerme como un ángel, abrazado a su osito de peluche favorito, Hermógenes y ajeno a las pompas mundanas y el trajín de la vida del resto de los mortales. ¡Sólo tiene 39 años!

© José Luis Alvarez Fermosel

Oh Marì, oh Marì...


Si el chotis “Rosa de Madrid” meció con su música alegre pero triste, como un bombón de licor amargo, la niñez de uno y se le quedó prendida en el alma como una condecoración, “Maria, Marì” (Oh, Marì) forma parte de la ajetreada vida de uno, la lleva uno a todas partes en su maletín de mano cantada por Luciano Pavarotti, que nos acaba de dejar para quedarse con nosotros para siempre.
Cantaba Pavarotti Oh, Marì (Maria, Marì) y uno sentía alegría, gratitud a la vida, uno se enamoraba, se enardecía como cuando uno está a punto de tomar una decisión trascendental que se debe a un rifi rafe del espíritu; sentía un calor como si la sangre le hirviera en las venas y ya no hubiera modo de bajar el fuego.
Todo esto nos daba Luciano Pavarotti. Nos daba la alegría y la emoción. No hay mejores dones.
No hubieran tenido que dejar que se fuera para seguir quedándose con nosotros, y ya uno se ha hecho un lío y no sabe lo que dice ni lo que hace, ni puede poner a todo volumen la vieja canción napolitana con nombre de mujer porque son las tres de la mañana, hay gente durmiendo y a lo mejor alguien, en vez de aplaudir, le toca a uno la puerta.
Otra vez, como en el caso de Paco Umbral, uno se lamenta de que se vaya la bella gente, la gente buena, mientras que la otra se queda, cerril y ominosa.
Hay un silencio extraño. Relámpagos en el cielo negro. El ulular de la sirena de una ambulancia. Empieza a llover.

Una nocha abbracciato cuté
Oh Marì, oh Marì...

© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 1 de septiembre de 2007

Ha bajado la niebla



Niebla en la ciudad
Foto: Maite - ©2007

Ha bajado la niebla a la ciudad a paso de lobo y todo está gris: como si un hada juguetona y caprichosa se hubiera dedicado, a falta de mejor cosa qué hacer, a emborronar fachadas, muros, automóviles y transeúntes con difuminos invisibles.
Son apenas las cinco, y parece que ya hubiera caído la tarde. Se ha quedado todo quieto, mudo. Flotan en el aire jirones de nubes blancas, algodonosas.
Da gusto avanzar por la calle arrebujado en el impermeable y abrir de vez en cuando la boca, sin que nadie nos vea, para sacar la lengua y sentir ese sabor a polvo que no es desagradable, o en todo caso se parece al de un raro azúcar impalpable y desabrido; a eso, y no a otra cosa sabe la neblina.
Después de varios días de calor, con muy baja presión atmosférica y mucha humedad uno disfruta de un buen día de frío, o de niebla: da gusto en esos días citarse con una mujer en un café de barrio, entrar en un bar y pedir una ginebra o pasear por un bulevar solitario soñando despierto.
Sacar al perro, o adentrarse en una plaza para ver los amables fantasmas de la bruma enredarse en las ramas de los árboles y sentirse completamente solo, sin ruido y sumido en esa opaca luminosidad de plata antigua de la niebla sutilizada y vagorosa.
Uno tiene voluntad de perderse sin que le importe no volver a donde está, o a donde pertenece con tal de ir a un lugar nuevo y hermoso sin políticos, ni gente irritada que quiera discutir ni siquiera el envarado esnob de guardia con un libro de Joyce bajo el brazo: el Ulises, con toda seguridad.
La niebla parece más clara, de pronto. Pero se espesa en un dos por tres y se convierte en una jalea finísima; en una telaraña cerrada y prieta, más acariciante que ominosa.
El fragor del tránsito rodado se deslíe y las palabras se esfuman, apenas salidas de la boca y se pierden entre las flores húmedas de los jardines solitarios, y no tienen sentido. Sólo se escuchan con nitidez las campanadas del reloj de alguna iglesia cercana. Caen, una tras otra, con más lentitud que nunca y rebotan dulcemente contra el asfalto charolado por la niebla.
La luz de las farolas del alumbrado público se ve tamizada y rebajada y se torna ambarina. Va a hacer frío. Palpita en el ámbito urbano, difuso y agrisado, un leve escalofrío con el alma de greguería ramoniana.
Ha bajado la niebla de las alturas y, la verdad, nos ha obnubilado un poco, a tal punto que muchos creemos, iluminados por esta afelpada resolana sin sol, que mañana todo estará lavado y reluciente, incluso las conciencias y todo será distinto porque habrá cambiado para mejor, en virtud de este benigno fenómeno atmosférico.
Antes de que la niebla se disipe será bueno escribir un poemita en un café céntrico, con ventana a la calle, desfacer algún entuerto, ponerse a bien con algún amigo con el que uno se peleó hace tiempo, olvidarse de las cuentas que tiene que pagar, recordar un buen momento vivido del que ya casi nos hemos olvidado y hacerse a la idea de que mañana, si la niebla sigue baja, de ninguna manera podremos ir a trabajar.
Porque tendremos que seguir caminando sin rumbo por la ciudad con el cuello de la gabardina subido, las manos en los bolsillos sin dinero, silbando una cancioncilla sentimental, sintiéndonos libres y ligeros de esperanza, puede ser, pero también de cargos y culpas, de odios y temores. Es que no se ve a nadie, ni nada.
Y todo está deliciosamente gris.


José Luis Alvarez Fermosel
© 2007