En primer plano, un farol, un banco de piedra, un quiosco. Una lejanía de árboles y gentes. Tonos azules, verdes y algún rosa claro. Sencillez y una estética expresiva. En la plaza de Zocodover de Toledo.
Un cuadro del pintor español José Lloréns, nacido en Bilbao, avecindado por un tiempo en Barcelona y trotamundos con frecuentes y prolongadas escalas en América del Sur.
La seguridad del trazo, el sentido de la perspectiva, la visión del color y el tratamiento de las lejanías constituyen las peculiaridades más sobresalientes de Lloréns, de quien se llegó a decir que “pinta el aire”.
“¿Por qué no considerar a José Lloréns como el Sorolla toledano?”, se pregunta Luis Moreno Nieto, Cronista Oficial de la Provincia de Toledo, para añadir a continuación que “la luz que penetra en sus lienzos parece levantina, diríase que trasplantada a Toledo, filtrada a través del aire de ‘la peñascosa pesadumbre’ cervantina, aliviada un tanto de la claridad deslumbradora del Mediterráneo”.
Toledo, apenas a 70 kilómetros de Madrid, en el corazón de Castilla, ha sido siempre una de las fuentes de inspiración de Lloréns.
Al uso de Toledo, pierda la dama y paga el caballero, reza un proverbio castellano muy popular.
Ciudad imperial, sede de la corte de Carlos I de España en los reinos hispánicos, crisol de las tres grandes culturas (cristiana, judía y árabe), Toledo fue siempre ciudad de damas elegantes y caballeros cortesanos, y mantuvo su rancio abolengo a lo largo de los siglos. En sus tortuosas calles coincidieron hombres ilustres y pícaros.
En el ambiente caballeresco y gentíl de los siglos XVI y XVII se decía que lo que las damas perdían en la mesa de juego lo pagaban sus maridos, sus amantes o sus pretendientes. Ese es el origen del refrán antes citado.
Pocos artistas supieron captar como Lloréns la cernida luz gris de Toledo y sus atardeceres violáceos y anaranjados, con ese estilo impresionista y la palpitación telúrica y pasional expresada con impresionante grafismo en sus cuadros pintados en las cálidas latitudes australes.
© José Luis Alvarez Fermosel
Un cuadro del pintor español José Lloréns, nacido en Bilbao, avecindado por un tiempo en Barcelona y trotamundos con frecuentes y prolongadas escalas en América del Sur.
La seguridad del trazo, el sentido de la perspectiva, la visión del color y el tratamiento de las lejanías constituyen las peculiaridades más sobresalientes de Lloréns, de quien se llegó a decir que “pinta el aire”.
“¿Por qué no considerar a José Lloréns como el Sorolla toledano?”, se pregunta Luis Moreno Nieto, Cronista Oficial de la Provincia de Toledo, para añadir a continuación que “la luz que penetra en sus lienzos parece levantina, diríase que trasplantada a Toledo, filtrada a través del aire de ‘la peñascosa pesadumbre’ cervantina, aliviada un tanto de la claridad deslumbradora del Mediterráneo”.
Toledo, apenas a 70 kilómetros de Madrid, en el corazón de Castilla, ha sido siempre una de las fuentes de inspiración de Lloréns.
Al uso de Toledo, pierda la dama y paga el caballero, reza un proverbio castellano muy popular.
Ciudad imperial, sede de la corte de Carlos I de España en los reinos hispánicos, crisol de las tres grandes culturas (cristiana, judía y árabe), Toledo fue siempre ciudad de damas elegantes y caballeros cortesanos, y mantuvo su rancio abolengo a lo largo de los siglos. En sus tortuosas calles coincidieron hombres ilustres y pícaros.
En el ambiente caballeresco y gentíl de los siglos XVI y XVII se decía que lo que las damas perdían en la mesa de juego lo pagaban sus maridos, sus amantes o sus pretendientes. Ese es el origen del refrán antes citado.
Pocos artistas supieron captar como Lloréns la cernida luz gris de Toledo y sus atardeceres violáceos y anaranjados, con ese estilo impresionista y la palpitación telúrica y pasional expresada con impresionante grafismo en sus cuadros pintados en las cálidas latitudes australes.
© José Luis Alvarez Fermosel
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