lunes, 28 de diciembre de 2009

Los riñones del pollo

He citado en alguna de estas reuniones de Navidad y Año Nuevo a amigos y maestros de mucha más edad que la mía con los que alterné sin ningún problema en España, en Argentina y en otros países. No he tenido mala mano para tratar a las personas mayores que yo, que me interesaron siempre más que las de mi misma edad.
Hace poco pronuncié una conferencia sobre Agustín de Foxá, conde de Foxá, de la Real Academia Española, que fue amigo de mi padre y mío. Otro maestro inolvidable, César González-Ruano, era muchísimo mayor que yo cuando empecé a hacer periodismo en Madrid, lo cual no fue óbice para que fuéramos amigos.
Del gran actor y mejor persona que fue Alberto Closas -cuyo nombre sonó en una de las reuniones a las que me referí antes- también fui muy amigo. Cuando Alberto estaba en Buenos Aires nos reuníamos siempre los jueves con otros amigos en el Club Francés, en divertidos almuerzos que animaba magistralmente otro personaje inolvidable que también nos dejó hace algún tiempo: Mario Blanco.
Recuerdo a Alberto Closas en un Madrid lejano en el tiempo y brumoso en la memoria, tripulando un imponente automóvil Pegaso deportivo de color rojo, jugando a los dados en la barra con las camareras de una cafetería de la calle del Príncipe, frente al teatro La Comedia, donde protagonizaba “Blas”, de Claude Magnier, con Susana Campos, Gracita Morales y José Luis López Vázquez en los principales papeles.
En un momento de la obra, Alberto tenía que comerse un pollo asado, o parte de él, que le traían todas las noches del vecino restaurante L’Hardy –uno de los mejores de Madrid-.
El día que yo fui a ver la comedia, pues de una comedia de enredos se trataba, Alberto manipuló el pollo de tal manera que los riñones del ave saltaron de su interior y cayeron sobre mis inmaculados pantalones grises, dejando sobre ellos una gran mancha. Convendría aclarar que yo estaba en la fila cero.
Algún tiempo después me lo presentaron en una fiesta y yo le conté la anécdota. Se echó a reir y me dijo que me debía una cuenta de tintorería. Nos vimos después muchas veces y siempre me recordaba la supuesta deuda: un pretexto para reirnos un rato.
Closas hizo luego aquella memorable trilogía de Joaquín Calvo Sotelo: “Una muchachita de Valladolid”, “Cartas credenciales” y “Operación Embajada”.
Poco antes de morir en Madrid dispuso que, cuando llegara el momento, todos sus amigos argentinos, o que vivieran en Buenos Aires, fueran de la nacionalidad que fueran, se reunieran una noche en el vestíbulo del teatro El Globo de Buenos Aires -que le pertenecía en parte- y tomaran una copa de champán en su memoria.
Su última voluntad de amigo y caballero se cumplió religiosamente.

Foto de archivo del autor. De izquierda a derecha: Alberto Closas, el actor uruguayo Gastón Milli y José Luis Alvarez Fermosel en la cantina “Il Vero Fechoría” de Buenos Aires.

© José Luis Alvarez Fermosel

No hay comentarios: