La filatelia es una inofensiva manía consistente en coleccionar salivas internacionales. Es un “hobby”, también. Y una forma de hacer dinero, o de invertirlo, que viene a ser lo mismo, porque las estampillas raras o antiguas se cotizan muy bien.
De cualquier manera, la filatelia está de capa caída desde hace ya muchos años, a no ser que siga funcionando como negocio.
Héctor Mitidiero, filatélico empecinado y empedernido, fue el primero en componer con pereza estival, entre persianas, una pavana de despedida a la filatelia.
Para Mitidiero, acopiar estampillas era, más que un “hobby”, una fuente de cultura por todo lo que se aprendía con ellas, o por ellas, sobre todo geografía e historia.
Además, esos cuadraditos de papel, dentados y policromos decoraban modestamente las cartas –que ya no se escriben-; eran como un rúbrica externa, una reafirmación de la misiva de amor, o de amistad y catalizaban, por así decirlo, la carta con un cheque dentro.
¡Cuántas cosas nos decían, o nos hacían evocar las estampillas, cuando no reproducían, minimizadas, efigies de próceres o prohombres!
Mulatas caribeñas de grandes ojos color de miel, con faldas rojas y pañuelos blancos. Coraceros de uniforme azul Prusia y afilados mostachos. Mapas que parecían… mapas para localizar tesoros y podían ilustrar relatos marineros de Allan Poe o John Hall. Animales exóticos y esotéricos, algunos casi heráldicos: ñandúes, ornitorrincos, elefantes marinos, lémures, pumas, unicornios... Poblados con casas con tejas de pizarra y un fondo lechoso de arrozales con búfalos, y pagodas chinas con cúpulas doradas por el sol.
Hubo sellos muy valiosos, como uno de la Guayana (1) inglesa del siglo XIX, que se vendió en los Estados Unidos, en 1975, por la friolera de 800.000 dólares.
Los filatélicos argentinos se reunían antes los fines de semana en el Parque Lezica de ésta cada vez menos romántica ciudad de Buenos Aires. En Madrid se juntaban los domingos en la Plaza Mayor.
Hubo coleccionistas de sellos, o de estampillas famosos, como Winston Churchill y el ex rey Constantino de Grecia. Las coleccionas más antiguas son las británicas (1840/41) y las españolas (1849/50)
El cine se ocupó alguna vez de las estampillas. La película “Charada”, dirigida por Stanley Donen en 1963 y protagonizada por Audrey Hepburn y Cary Grant, que de tanto en tanto se pasa por televisión, muestra cómo uno de los personajes invierte su fortuna robada de tres millones de dólares en dos sellos antiguos, valorados en un millón y medio cada uno, y los pega en un sobre, siguiendo el viejo principio de que para esconder una oveja no hay nada mejor que meterla en un rebaño de ovejas. ¿A quién se le ocurriría, si no, buscar tres millones de dólares en un sobre con dos estampillas pegadas en él?
De cualquier manera, la filatelia está de capa caída desde hace ya muchos años, a no ser que siga funcionando como negocio.
Héctor Mitidiero, filatélico empecinado y empedernido, fue el primero en componer con pereza estival, entre persianas, una pavana de despedida a la filatelia.
Para Mitidiero, acopiar estampillas era, más que un “hobby”, una fuente de cultura por todo lo que se aprendía con ellas, o por ellas, sobre todo geografía e historia.
Además, esos cuadraditos de papel, dentados y policromos decoraban modestamente las cartas –que ya no se escriben-; eran como un rúbrica externa, una reafirmación de la misiva de amor, o de amistad y catalizaban, por así decirlo, la carta con un cheque dentro.
¡Cuántas cosas nos decían, o nos hacían evocar las estampillas, cuando no reproducían, minimizadas, efigies de próceres o prohombres!
Mulatas caribeñas de grandes ojos color de miel, con faldas rojas y pañuelos blancos. Coraceros de uniforme azul Prusia y afilados mostachos. Mapas que parecían… mapas para localizar tesoros y podían ilustrar relatos marineros de Allan Poe o John Hall. Animales exóticos y esotéricos, algunos casi heráldicos: ñandúes, ornitorrincos, elefantes marinos, lémures, pumas, unicornios... Poblados con casas con tejas de pizarra y un fondo lechoso de arrozales con búfalos, y pagodas chinas con cúpulas doradas por el sol.
Hubo sellos muy valiosos, como uno de la Guayana (1) inglesa del siglo XIX, que se vendió en los Estados Unidos, en 1975, por la friolera de 800.000 dólares.
Los filatélicos argentinos se reunían antes los fines de semana en el Parque Lezica de ésta cada vez menos romántica ciudad de Buenos Aires. En Madrid se juntaban los domingos en la Plaza Mayor.
Hubo coleccionistas de sellos, o de estampillas famosos, como Winston Churchill y el ex rey Constantino de Grecia. Las coleccionas más antiguas son las británicas (1840/41) y las españolas (1849/50)
El cine se ocupó alguna vez de las estampillas. La película “Charada”, dirigida por Stanley Donen en 1963 y protagonizada por Audrey Hepburn y Cary Grant, que de tanto en tanto se pasa por televisión, muestra cómo uno de los personajes invierte su fortuna robada de tres millones de dólares en dos sellos antiguos, valorados en un millón y medio cada uno, y los pega en un sobre, siguiendo el viejo principio de que para esconder una oveja no hay nada mejor que meterla en un rebaño de ovejas. ¿A quién se le ocurriría, si no, buscar tres millones de dólares en un sobre con dos estampillas pegadas en él?
(1) Región de América del Sur, a orillas del Atlántico. Se divide en brasileña, francesa, holandesa y británica. Esta última es independiente desde 1966 y ha tomado el nombre de Guyana.
© José Luis Alvarez Fermosel
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