miércoles, 10 de octubre de 2007

El macho posmo en el gimnasio


“Gorrioncillo, pecho amarillo…”
La sala de musculación del gimnasio está frente a la fachada de una casa antigua y noble. A la altura del tercer piso hay una gran flor de lis tallada en la piedra. Balcones con geráneos rojos. Una señora mayor se asoma a veces a la calle en bata, una bata de color púrpura que ha conocido mejores tiempos.
El gorrión entró en el gimnasio como un pelotazo. Se coló por una de las tres grandes ventanas que se mantienen abiertas de par en par en verano. Revoloteó unos segundos cerca del techo. Bajó luego en picado y casi se estrella contra la máquina (“chest press”) que se utiliza para hacer ejercicios que desarrollen y fortalezcan el tórax. Al cabo, encontró la ventana y salió por ella como una exhalación, tal como había entrado.
La presencia del gorrión, a pesar de que duró muy poco, revolvió el avispero ya que en la sala había varios machos posmo.
(Según el gurú estadounidense de las tendencias, Fred Montalvo, este arquetipo humano va al gimnasio aunque no haga ejercicio en él sino, mayormente, monerías, zapatetas, cucamonas, pasee y se mire al espejo. También cotorrean entre ellos, dicen: “chapita”, “flashear”, “catarsear”, “flipar”, “chas chas”, “grosso”, “lo más”, “lo menos”, “me da cosa”, “bocho”, “bochín”, “mantreando”, “lookearme” y “tomar la lechona”.)
Un macho posmo que va todo de negro y luce barba de una semana gritó al ver el gorrión y se llevó una mano al pecho. “¡A éste le da un infarto!” –pensé yo-. Pero por fortuna se recuperó en algunos minutos. Otro, con remera carmesí, que estaba a su lado, cerró el puño y se lo mordió.
Alfonso XIII se quedó petrificado en el centro de la sala. Yo le llamo así “in mente” porque se parece mucho al rey Alfonso XIII, que rigió los destinos de España entre 1902 y 1931. Este es más bien alto, tiene los mismos ojos caídos, la misma nariz y el mismo bigote que tenía el monarca español, así como el característico prognatismo de los Borbones. Debe tener poco más de cuarenta años. Camina lentamente, con una larga toalla sobre el hombro izquierdo que le cuelga como un manto llevado al desgaire. Es de los que más se miran al espejo y de los que más mira a su alrededor a ver si lo miran y cuántos.
Protestó “sotto voce” por la intrusión del pájaro otro personaje que andaba con zapatillas verdes y lucía una mosquita rubiasca bajo el labio inferior, atravesado por una suerte de tornillo de escaso calibre. (¿Cómo se las arreglarán para besar a la novia en el caso de que la tengan y quieran besarla alguna vez? ¡Claro, por eso las chicas se dan piquitos entre ellas!)
Por la irrupción del pajarito en el gimnasio el macho posmo estuvo a punto de perder los papeles, por así decirlo, lo cual no hubiera tenido nada de particular puesto que pierde todo, incluso las hebillas para el pelo –si es que no lleva la cabeza afeitada-, las pulseritas de cuero que se pone alguna vez en torno al tobillo y las galletas bañadas de chocolate que guarda en la mochila, y saca a veces para ir mordisqueándolas distraídamente cuando va por la calle a cortos trancos, parece mentira, con esos pies enormes que tiene.
El macho posmo también le hace los honores al tofu, al té de duzarno y en la heladería pide una capelina o un cono de turrochele, kiwi, papaya, cacahuete, “lemon grass”, mango y encima una gruesa capa de dulce de leche.
El macho posmo representa la nueva masculinidad. Su biblia es el libro “Iron John”, que salió a la venta en 1990 y se convirtió enseguida en un texto de autoayuda para hombres con ganas de llorar, andar desnudos por los bosques y coleccionar cajitas de pañuelos de papel, envoltorios plateados de alfajores, figuritas, bolígrafos que ya no escriben y todo lo que les recuerda su mundo infantil, porque lo que más les preocupa es crecer y perder así la inocencia y la sensibilidad de los niños.
Me fui del gimnasio tarareando aquella ranchera de Tomás Méndez que cantaba Miguel Aceves Mejía: “Ay, pajarillo, gorrioncillo pecho amarillo, no más de verte ya estoy llorando...”.

© José Luis Alvarez Fermosel

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimadísimo Caballero Español: ¡Cómo me río con su descripción de este ¿joven o cosa? que usted describe tan bien! Vivo en el barrio de Belgrano, solemos ir al cine con mi mujer y después a tomar un cafecito o a cenar. ¡No sabe lo bien que identificamos a estos engendros gracias a usted! En lo personal, tenemos 2 hijos, la parejita. Mi hija con 18 años es una mujer hecha y derecha en comparación al varón que va a cumplir 26. Ella estudia, va a comenzar en la facultad y dice que quiere trabajar. Yo no creo que le de el tiempo pero mi hijo lo único que realmente sabe hacer y muy bien es nadar pero no le digamos que le enseñe a otros o algo así para ganarse unos pesitos porque todavía, dice, "no encontró su destino". No se imagina cómo lo gasta y lo desgasta la hermana. Seguiré aprendiendo de sus escritos a ver como puedo encarrilar a mi hijo. Un gran abrazo de mi mujer, Carmen, y mío. Oscar.

Anónimo dijo...

Cada vez hay más machos posmo, querido Oscar. Yo vivo en estado de terror, tanto más cuanto que su modo, sus (malas) maneras, su moda y su módulo se extienden como una mancha de aceite sobre un papel de estraza. El otro día ví a un señor de unos 60 años largos vestido de macho posmo. Aguantemos nosotros de espaldas a un muro. Gracias por escribir.