El dibujo de R. Cobos reproducido arriba no puede ser más expresivo. Una imagen vale por mil palabras, ya se sabe.
Cobos resume, mejor aún, quintaesencia con cuatro trazos al periodista del pasado –de un pasado no remoto- que no tenía computadora, cámara fotográfica digital, motorola, teléfono celular, GPS para el coche y otras herramientas del presente.
En el dibujo hiperrealista, que tiene fuerza de instantánea, se ven los elementos definitorios, característicos del reportero de antaño: la pluma estilográfica en el bolsillo de la camisa, la máquina de escribir, los libros de consulta –uno de ellos parece un diccionario, por lo grueso-, los apuntes, el lápiz para corregir, la ínfaltable taza de café, el cenicero con colillas de cigarrillo.
Lo que tiene más garra es la fisonomía del viejo periodista bajo la visera verde para protegerse de la luz –que nosotros no llegamos a usar-. Un rostro anguloso con surcos, sombras, el ceño fruncido, incipientes bolsas bajo los ojos… Un gesto de cierta preocupación, la mano convertida en puño contra la boca, la otra apoyada negligentemente sobre un brazo de la silla, el aire un poco fastidioso de quien no acaba de encontrar una idea o una expresión, o trata de redondear un párrafo o conseguir un buen remate y se queda unos minutos en suspenso.
Cobos resume, mejor aún, quintaesencia con cuatro trazos al periodista del pasado –de un pasado no remoto- que no tenía computadora, cámara fotográfica digital, motorola, teléfono celular, GPS para el coche y otras herramientas del presente.
En el dibujo hiperrealista, que tiene fuerza de instantánea, se ven los elementos definitorios, característicos del reportero de antaño: la pluma estilográfica en el bolsillo de la camisa, la máquina de escribir, los libros de consulta –uno de ellos parece un diccionario, por lo grueso-, los apuntes, el lápiz para corregir, la ínfaltable taza de café, el cenicero con colillas de cigarrillo.
Lo que tiene más garra es la fisonomía del viejo periodista bajo la visera verde para protegerse de la luz –que nosotros no llegamos a usar-. Un rostro anguloso con surcos, sombras, el ceño fruncido, incipientes bolsas bajo los ojos… Un gesto de cierta preocupación, la mano convertida en puño contra la boca, la otra apoyada negligentemente sobre un brazo de la silla, el aire un poco fastidioso de quien no acaba de encontrar una idea o una expresión, o trata de redondear un párrafo o conseguir un buen remate y se queda unos minutos en suspenso.
El periodista del apunte de Cobos podría ser muy bien el redactor Lynge de la Gazetten de Oslo, inmortalizado por Knut Hamsun.
En fin, una estampa de otros tiempos, no muy lejanos pero ya olvidados. Viejos tiempos. Como los de un diario de ayer.
© José Luis Alvarez Fermosel
2 comentarios:
Sr. Alvarez Fermosel: Lo felicito por la estampa de los periodistas de raza que pinta. Nos ayuda a comprender más a esos profesionales que ponían todo lo que tenían que poner para dejar la actividad muy bien parada. Usted es de esos. Se nota. Soy un gran admirador suyo. Lo he seguido siempre por la radio y también he leído cosas suyas. Ojalá que hubieran muchos más de esa clase. Jorge Sánchez P. (Pcia. de San Juan)
Todo cambia, Jorge, y no siempre para mejor. El posmodernismo que vivimos en estado de azoramiento no es lo mejor que nos ha podido pasar. Gracias por tus elogios, por haberme seguido en la radio, haber leído cosas mías y por volver a leerme ahora.
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