martes, 2 de agosto de 2011

No es una voz clamando en el desierto

No es la mía una voz clamando en el desierto, ni es que yo sea un purista, un excéntrico o, en el mejor de los casos, una persona atrabiliaria y poco moderna que no admite neologismo alguno, o que está en contra del habla popular, o de las expresiones de los jóvenes y que se queja constantemente de que se habla y se escribe de tal o cual manera.
El prestigioso escritor español Javier Marías, habitual columnista del diario El País de Madrid, se ocupa del mismo asunto, sin que le duelan prendas, en un artículo (relacionado) cuya lectura recomiendo para que quede claro, si es que no lo estaba, que no soy yo el único que se queja de lo que mal que se trata a nuestra lengua hoy en día, y desde hace tiempo.
No sólo en Argentina, y en algunos pocos países latinoamericanos -en la mayoría de ellos lo que se hace es usar localismos, lo cual es perfectamente lícito-; también en España está destrozándose el español, lo cual parece inverosímil.
Si se resisten a creerlo, lean la columna de Marías y enterénse de cómo se atenta contra uno de los idiomas más ricos y más eufónicos del mundo, en el que se expresan casi 400 millones de personas -según la Unesco-, ocupando el segundo puesto de los más hablados, después del chino mandarín.
Como aquí, las barbaridades saltan con más frecuencia en los medios de comunicación, y en especial en los audiovisuales.
Esto pasa en la España de Lope, Cervantes, Calderón, Quevedo, Benavente, Cela –los dos últimos galardonados con el Premio Nobel de literatura-, y tantos magníficos escritores que enriquecieron y dignificaron la lengua española.
Mientras tanto, la Real Academia Española castellaniza macarrónicamente términos ingleses, contribuyendo al enriquecimiento del spanglish, el lenguaje, por llamarlo de alguna manera, que sustituirá muy pronto al español y al inglés.

© José Luis Alvarez Fermosel

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