martes, 16 de agosto de 2011

También a la Richmond se la llevó la trampa

Va desapareciendo todo lo que sea, o parezca distinguido, fino, elegante, de buen gusto:  los atuendos, los modales, la manera de hablar, los lugares donde reunirse a tomar un café, o una copa, las tiendas, o muchas…
Se entiende, también muchos lo entienden, que todo eso es fascista, o “facho”, como dicen que son ciertas prendas, como la corbata.
No diré yo que la confitería Richmond haya cerrado sus puertas  por las razones consignadas arriba. Es, fue una casualidad, ya lo sé.
Van a instalar en el lugar que dejará vacío un enorme local de venta de alpargatas, ¡perdón, de zapatillas deportivas! Eso se dice, al menos. Es natural, es lo que vende, y no los negronis que bebía Mario Benedetti, cómodamente arrellando en un sillón junto a la entrada de la Richmond, en la calle Florida, quizás la más emblemática de Buenos Aires, junto con Corrientes, en cuya esquina con Esmeralda subsiste a duras penas La Ideal en estado de perenne agonía, poblada por fantasmas.
La tradicional confitería Richmond, que era a la vez “snack bar” y salón de té, y tenía un subsuelo donde se jugaba al billar y al ajedrez, era uno de los bares notables porteños y había sido declarado recientemente Patrimonio Cultural de la Ciudad de Buenos Aires. (“¡Cada vez que oigo la palabra cultura, saco la pistola…!”).
Aprovechando que el domingo no hubo actividad alguna porque se celebraron  las llamadas elecciones primarias, manos anónimas empuercaron entre gallos y medianoche las antañonas y nobles vidrieras con basta pintura blanca, o yeso, oscuramente, en una actitud rastacueril, no de ellos, sino de sus mandantes, que podían haber hecho a plena luz diurna un anuncio oficial con sentido de réquiem. (Uno sigue pidiéndole peras al olmo.)
No vamos a entonarlo nosotros. La procesión va por dentro. Vamos a los hechos: ha cerrado la casi centenaria Richmond, que se lleva en su amplio salón con los sillones rojos una parte de la historia de Buenos Aires.
Dicen que últimamente el servicio era malo. Otros lo niegan. Para otros es que las cuentas no cerraban. En fin…
Termino de escribir y me entero de lo peor de todo: los empleados de la Richmond se han quedado en la calle y nadie habla de indemnizarlos.
Todos los medios recogen las tristes noticias.   
  
© José Luis Alvarez Fermosel

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