Suele proclamarse que se tiene la edad que se representa. De ciertas personas se dice que no tienen edad porque siempre están lo mismo, afortunadas mortales.
Los chinos aseguran que la mejor edad es la del té, es decir, la comprendida entre los 35 y los 55 años. A los chinos –y a otros orientales- no se les nota la edad. Pueden tener 25 ó 65 años y lucen igual.
También se ha dicho que hoy en día no hay jóvenes ni viejos, sino gente madura. Digamos que sí.
¿Tenemos la edad que queremos? Con los nuevos descubrimientos de la ciencia y la técnica y los aportes de la psicología -¡ah, la psicología, ah, los psicólogos…!- las imágenes de nuestra vida pueden ordenarse de tal modo que no nos presionen para mirar hacia el futuro con temor y nos sintamos libres de avanzar y ensayar nuevos papeles, lo que entraña el grave riesgo de hacer el ridículo, lugar del cual no se regresa, como es público y notorio.
Los psicólogos -¡ah, los psicólogos!- dicen que las imágenes mentales influyen en la biología, que al estar organizada con criterios de juventud permanente, genera una vida sana, plena y feliz hasta alta edades.
¡Sólo falta que nos atrevamos a creer en esa posibilidad y nos lancemos alegremente a proceder en esa línea, generando expectativas hasta la cuarta, la quinta, y la sexta edad!
Hay algo, hay muchas cosas imposibles de evitar, por más que nuestro juicio madure. Ya lo dijo Macaulay: “No podemos disfrutar al mismo tiempo de las flores de la primavera de la vida y de los frutos del otoño, de los placeres de la investigación rigurosa y de los del error agradable”.
Es imposible estar presente al mismo tiempo en las candilejas y entre bastidores.
© José Luis Alvarez Fermosel
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