martes, 5 de julio de 2011

Farol, faroles, farolas...

El farol es un utensilio para alumbrar, constituído básicamente por una caja o receptáculo con paredes de cristal u otra materia transparente, dentro de los cuales se pone una luz. Es también un pie de hierro con un farol de gas o eléctrico en su parte superior que sirve para iluminar las calles.
La farola es un farol grande de varios brazos.
Farol, farola, faroles… Adornan las esquinas de calles, plazas y fachadas y contribuyen eficazmente a su ornato. Jamás dejarán de estar presentes en la ciudad, de la misma manera que permanecerán en la literatura, el tango, el refranero, los dichos populares y hasta en la tauromaquia.
El farol sirve de apoyo, a fin de no irse al santo suelo, después de haber ingurgitado mucho alcohol, noble o no tanto: imagen muy divulgada por los chistes de los periódicos.
Antes formaba, en las esquinas tangueras de Buenos Aires, una estampa lunfarda con un malevo recostado en él con el ala del sombrero caída sobre la frente, un cigarrillo en la boca y el facón al cinto. También sirvió de ilustración a tapas de discos de tangos y publicaciones diversas.

Animo

Se da ánimo cuando se dice: “¡Adelante con los faroles!”, expresión con la que se exhorta a seguir adelante, o perseverar en algo que ya se ha empezado, principalmente cuando se trata de un emprendimiento difícil.
A veces las cosas se ponen mal, y todo termina como el Rosario de la aurora: ¡a farolazos!
Un farolero, además del operario que encendía los faroles, es un hombre vanidoso, que se echa o se tira faroles: dicho jactancioso que carece de fundamento.
Ir de farol es hacer una oferta o proposición que se supone que no se va a aceptar.
El farol del póquer y otros juegos de naipes es un envite hecho con un mal juego para hacer creer que se tiene bueno.
En tauromaquia el farol es un lance de adorno que ejecuta el torero con las dos manos, levantando el capote sobre la cabeza del toro y dando al mismo tiempo una vuelta sobre sí mismo, de modo de hacer pasar al toro por la espalda.

El farol en el tango

Carlos A. Manus nos recuerda en Política y algo más que son muchísimos los tangos que hablan del farol como vigía, testigo o confidente “(…) con su luz temblona ora débil, ora quieta, ora mortecina, alumbrando el conventillo, balanceando en la farola o ‘plateando’ el fango de algún callejón”.
¿Quién que peine canas no recuerda “el farolito de la calle en que nací” de Alfredo Lepera, que en colaboración con Mario Batistella cita en “Melodía de arrabal” a “una pebeta, /linda como una flor, / que espera coqueta/ bajo la quieta luz de un farol”
El farol dio título a un par de tangos, que recordemos ahora: “Farol”, un tango precioso de Homero Expósito y “El último farol”, de Cátulo Castillo.
Toña “La Negra” interpretaba magistralmente “Farolito que alumbras mi calle dormida” –que no era un tango-, de Agustín Lara. Los novios adolescentes del Sacromonte granadino le pedían al farolero, que “iba siempre alumbrao”, que dejara “(…) ese farol apagao”. Antonio Molina cantaba “El Cristo de los Siete Faroles” en un “tablao” de la Plaza de Santa Ana de Madrid. Y los niños desgranaban en la Plaza de Oriente con su voz de pan y manteca la copla que decía: “Yo soy el farolero de la Puerta del Sol,/ cojo la escalera y enciendo un farol”.

Dos faroles de gas y un flexo

Juan Benet se refería en “Nunca” a “(…) los árboles de un jardín auguralmente iluminado por dos faroles de gas y un flexo”. Aquel individuo era muy alto para Alvaro Cunqueiro, que decía en “Un Hombre” que “casi ponía los rizos de su frente en el farol de aceite que colgaba de la bóveda del arco”. A J. Lozano, en “Des”, le parecía que “(…) sobre su nombre pendía como una especie de farolillo rojo de casa de mala nota".
El farolero del barrio -de ese barrio…-, cuando llegaba a La Paloma (la Iglesia de San Pedro el Real), se paraba un momento como si quisiera entrar a rezarle una Avemaría a la Virgen Dolorosa, cuya imagen habían encontrado unos chiquillos en el siglo XVIII, mientras jugaban en la calle. Pero el farolero prendía enseguida con su larga pértiga los dos faroles que flanquean los tres puertas en arco del madrileñísimo templo y se iba, cojeando ligeramente.
Fulgía la luz de fósforo violeta de los faroles encendidos, custodiados por oscuras acacias taciturnas en el sosiego del atardecer.

Foto:
Farolas en la Plaza de Oriente de Madrid
© Maite

© José Luis Alvarez Fermosel

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