El término andrógino, o androginia, procede del griego; es la combinación de las raíces andro (masculino) y gym (femenino).
En El Banquete de Platón se habla de la existencia de una clase particular de ser humano denominado andrógino, de cuatro brazos, cuatro piernas y dos rostros (como Jano, pero la de Jano es otra historia).
Esos cuerpos eran extremadamente vigorosos. Júpiter decidió dividirlos en dos. Hecha la escisión, cada mitad se esfuerza por encontrar su otra mitad.
Calificada de tercer sexo, la androginia gana terreno en todo el mundo. No hay hombre alguno completamente masculino, ni mujer completamente femenina.
Ya lo dijo Margaret Fuller. Anahí Escobar, ex asesora de imagen de la Productora Mujer Milenio, sostiene por su parte que el posmodernismo pone cambios sobre el tapete.
No le falta razón. Dentro de este renacimiento, por llamarlo de algún modo, surgieron destacadas personalidades que ondearon banderas: Prince y Marilyn Manson, sembrando dudas acerca de su esencia sexual, hasta llegar a Paul Gaultier, vistiendo a los hombres con faldas y a las mujeres con trajes masculinos.
En Argentina tuvimos a los integrantes del conjunto de rock Miranda, que jugaron con el “look” andrógino imitando al, en su momento, homólogo Adrián Dárgelos, de los Babasónicos.
Inés M. Martínez-Mora dijo recientemente en el diario madrileño El País que la industria ha abrazado el tránsito de un género a otro como canon de belleza, lo cual sostiene con profusión de datos, cifras y nombres. Nada queda colgando.
La nota se titula “Más ambiguos que nunca”.
© José Luis Alvarez Fermosel
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