sábado, 2 de julio de 2011

Jiu-jitsu

Vi por primera vez la palabra jiu-jitsu en una de aquellas inolvidables novelas policiacas de Editorial Molino.
Sonaba fascinante y evocaba lejanías geográficas y sabe Dios qué esotéricas actividades.
En otra novela, ésta de A. A. Fair –uno de los muchos seudónimos que utilizó Erle Stanley Gardner, creador del abogado-detective Perry Mason-, Donald Lam, que era bajito y enteco, tomaba clases de jiu-jitsu con un profesor japonés por indicación de su jefa, Bertha Cool, directora de una agencia de investigaciones privadas.
Bertha era enorme, algo así como la versión femenina de Nero Wolfe (1), mientras que Donald Lam venía a serlo de Archie Goodwin, sino que de físico menguado.
En la novela quedaba claro que el jiu-jitsu era un método, técnica o sistema de lucha cuerpo a cuerpo en el que la fuerza física era lo de menos.
De cualquier manera, acudí al diccionario y me enteré de que el jiu-jitsu es “una lucha japonesa sin armas, basada en la fuerza de palanca y en el hábil manejo de los pies y las leyes del equilibrio”.
Seguí después los avatares de Donald Lam con el jiu-jitsu. No le iba muy bien, que digamos. Lo suyo era pensar.

Bushidokwai

Por aquel entonces se abrió en Madrid un gimnasio llamado Bushidokwai, que enseñaba jiu-jitsu. Fue el primero. Todavía sigue, pero en distinto lugar de la ciudad. Ahora entrena a practicantes de Judo, Kobudo, Kung-Fu, Capoeira, Karate y Tai-Chi.
Ni qué decir tiene que me entraron unas ganas tremendas de matricularme en el Bushidokwai para aprender jiu-jitsu, como Donald Lam. Pero en casa no me dejaron.
- Con lo loco que eres…; lo único que te hace falta es aprender a romperle la crisma al prójimo. Mejor sigue con la gimnasia del colegio, que te va muy bien; y si quieres hacer algo más, empieza a nadar, me dijo mi padre.
Andando el tiempo aprendí en París, junto con otros locos, un arte marcial comparado con el cual el Krav-Maga de hoy es un juego inocente para que se diviertan en el recreo educandas de las ursulinas.
Nos enseñaba un coreano de edad indefinida, que olía siempre a pescado. Era más ancho que alto, pesaría unos mil kilos de fibra y tenía las manos pequeñas y letales, de dedos cortos, duros como cuñas de madera de roble.
A partir de ahí recorrí una buena parte del espinel de las artes marciales, con la excepción de aquellas en las que se emplean armas: las que dominan los ninjas.
Hace unos días oí decir a no sé quién en la televisión algo sobre jiu-jitsu. Vino inmediatamente a mi recuerdo el milenario arte marcial japonés, más defensivo que ofensivo, que practicaban caballeros en dojos (2) de discreta elegancia, en justas deportivas en las que se aprovechaba la fuerza del contrario para hacerle perder el equilibrio, en lugar de patearle la cara.
¡Cuánto tiempo ha pasado desde que uno era un adolescente novelero y soñador que quería aprender jiu-jitsu como Donald Lam, el endeble, pero tan inteligente detective de A. A. Fair, o Erle Stanley Gardner!

(1) Detective privado norteamericano protagonista, junto con su ayudante Archie Goodwin, de una serie de novelas muy entretenidas, escritas por Rex Stout. Más de una vez se le ha citado en este blog.
(2) Gimnasio en el que se enseñan y practican artes marciales orientales.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:
En emergencia (y IV)

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