El recitado de epigramas fue uno de mis “hits” en la radio.
Según el Diccionario de la Real Acadamia Española, un epigrama es “una composición breve e ingeniosa de carácter festivo o satírico”.
A la caza y captura de epigramas he abrevado en muchas fuentes, entre ellas los libros de mi compatriota y colega Carlos Fisas, autor de varios tomos de Historias de la Historia.
He aquí uno de los epigramas, publicado en el primer libro de Fisas, cuyo autor es Juan de Iriarte –que no tiene nada que ver con el conocido fabulista, también del siglo XVIII, Tomás de Iriarte-:
A la abeja semejante
para que cause placer
el epigrama ha de ser
dulce, pequeño y punzante.
De Tomás de Iriarte es la siguiente fabulilla:
Cerca de unos
prados que hay en mi lugar,
pasaba un borrico por casualidad.
Una flauta en ellos halló
que un zagal
se dejó olvidada por casualidad.
Acercóse a olerla el dicho animal,
y dio un resoplido por casualidad.
En la flauta el aire se hubo de colar,
y sonó la flauta por casualidad.
Varios escritores españoles –algunos del Siglo de Oro- escribieron epigramas, entre ellos Lope de Vega, a quien debemos el que sigue:
Doña Madama Ruanza
tan alta y flaca vivía,
que mandó su señoría
enterrarse en una lanza,
y aún hubo dificultad,
porque de lo alto faltó
y de lo ancho sobró,
la mitad de la mitad.
Juan de Tarsis Peralta, conde de Villamediana, fue autor de muchas de estas composiciones, que se hicieron tan populares. El conde tenía un humor vitriólico y una lengua viperina. Va a continuación una muestra de su feroz ingenio:
¡Qué galán que entró Vergel
con cintillo de diamantes!,
diamantes que fueron antes
de amantes de su mujer.
Villamediana, que llevó una vida disipada y turbulenta en la corte de Felipe III, murió asesinado a puñaladas una noche, nunca se supo por quién ni por qué, en una calle de Madrid.
Un epigrama de Calderón de la Barca sobre un pecado que sigue comentiéndose a troche y moche y corroe como el oxido:
En los extremos
del hado,
no hay hombre
tan desdichado,
que no tenga
un envidioso, ni hombre
tan venturoso
que no tenga
un envidiado.
Sobre libros y editoriales, o al menos una, escribió Pablo de Jérica, también con su poquito de mala leche:
Nos dices que tu
librejo
se vende en casa de
Bosc;
que allí se encuentra
es seguro; pero que se
venda, no.
Un epigrama de Miguel Príncípe que nos toca de cerca a los periodistas:
Por no saber Juan qué hacer
a periodista se echó,
y el público lo leyó,
por no saber qué leer.
Un poeta cubano, Narciso de Foxá, poetizó en pleno romanticismo, probablemente sobre un amor imposible:
Ese lugar, bella Luisa,
vale un mundo, vale dos,
y si lo anima tu risa,
vale cuanto se divisa,
entre los hombres y Dios.
Solía yo alternar los epigramas que recitaba en la radio con refranes, anécdotas, ocurrencias y dicharachos de los que se oyen a menudo en las calles de los llamados barrios bajos de Madrid. Muchos de ellos campeaban en pequeños letreros adosados a las paredes de bares, tabernas y otros de los llamados, un poco pomposamente, establecimientos de esparcimiento y diversión. Varios botones de muestra, algunos anónimos:
El signo más expresivo de la decadencia de Occidente es la desaparición del aperitivo de la tarde. (Luis Buñuel)
Para razón alcanzar,
dos cosas son menester:
primero razón tener,
y otra que te la quieran dar.
(Anónimo)
El escritor español Bretón de los Herreros y el médico Pedro Mata –que también escribía- vivían en la misma casa y, naturalmente, no siendo familiares, ni siquiera amigos, habitaban en pisos distintos. Como el cartero se equivocaba a veces, y le traía a uno la carta del otro, Mata, enfadado, colocó un pequeño cartel en su puerta que decía:
En ésta mi habitación,
no vive ningún Bretón.
A lo que Bretón de los Herreros contestó:
Vive en esta vecindad
cierto médico poeta,
que al pie de cada receta,
pone Mata, y es verdad.
Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar. (Ernest Hemigway)
Del cantante zaragozano Alberto Casañal:
Cuando hay tierra
de por medio,
no satisface el querer,
que el agua, bebida a morro,
es como quita la sed.
Ver venir, dejarse ir y tenerse allá. Esta es una regla de conducta en la vida, procedente de Andalucía, en el sur de España. Se trata de las tres normas básicas de la gramática parda para conducirse en este mundo traidor, sin que se lo lleven a uno por delante. A esta trinca de recursos se refirió, entre otros autores, la escritora española, de ascendencia alemana, Cecilia Böl de Faber, más conocida por su seudónimo de Fernán Caballero.
Según el Diccionario de la Real Acadamia Española, un epigrama es “una composición breve e ingeniosa de carácter festivo o satírico”.
A la caza y captura de epigramas he abrevado en muchas fuentes, entre ellas los libros de mi compatriota y colega Carlos Fisas, autor de varios tomos de Historias de la Historia.
He aquí uno de los epigramas, publicado en el primer libro de Fisas, cuyo autor es Juan de Iriarte –que no tiene nada que ver con el conocido fabulista, también del siglo XVIII, Tomás de Iriarte-:
A la abeja semejante
para que cause placer
el epigrama ha de ser
dulce, pequeño y punzante.
De Tomás de Iriarte es la siguiente fabulilla:
Cerca de unos
prados que hay en mi lugar,
pasaba un borrico por casualidad.
Una flauta en ellos halló
que un zagal
se dejó olvidada por casualidad.
Acercóse a olerla el dicho animal,
y dio un resoplido por casualidad.
En la flauta el aire se hubo de colar,
y sonó la flauta por casualidad.
Varios escritores españoles –algunos del Siglo de Oro- escribieron epigramas, entre ellos Lope de Vega, a quien debemos el que sigue:
Doña Madama Ruanza
tan alta y flaca vivía,
que mandó su señoría
enterrarse en una lanza,
y aún hubo dificultad,
porque de lo alto faltó
y de lo ancho sobró,
la mitad de la mitad.
Juan de Tarsis Peralta, conde de Villamediana, fue autor de muchas de estas composiciones, que se hicieron tan populares. El conde tenía un humor vitriólico y una lengua viperina. Va a continuación una muestra de su feroz ingenio:
¡Qué galán que entró Vergel
con cintillo de diamantes!,
diamantes que fueron antes
de amantes de su mujer.
Villamediana, que llevó una vida disipada y turbulenta en la corte de Felipe III, murió asesinado a puñaladas una noche, nunca se supo por quién ni por qué, en una calle de Madrid.
Un epigrama de Calderón de la Barca sobre un pecado que sigue comentiéndose a troche y moche y corroe como el oxido:
En los extremos
del hado,
no hay hombre
tan desdichado,
que no tenga
un envidioso, ni hombre
tan venturoso
que no tenga
un envidiado.
Sobre libros y editoriales, o al menos una, escribió Pablo de Jérica, también con su poquito de mala leche:
Nos dices que tu
librejo
se vende en casa de
Bosc;
que allí se encuentra
es seguro; pero que se
venda, no.
Un epigrama de Miguel Príncípe que nos toca de cerca a los periodistas:
Por no saber Juan qué hacer
a periodista se echó,
y el público lo leyó,
por no saber qué leer.
Un poeta cubano, Narciso de Foxá, poetizó en pleno romanticismo, probablemente sobre un amor imposible:
Ese lugar, bella Luisa,
vale un mundo, vale dos,
y si lo anima tu risa,
vale cuanto se divisa,
entre los hombres y Dios.
Solía yo alternar los epigramas que recitaba en la radio con refranes, anécdotas, ocurrencias y dicharachos de los que se oyen a menudo en las calles de los llamados barrios bajos de Madrid. Muchos de ellos campeaban en pequeños letreros adosados a las paredes de bares, tabernas y otros de los llamados, un poco pomposamente, establecimientos de esparcimiento y diversión. Varios botones de muestra, algunos anónimos:
El signo más expresivo de la decadencia de Occidente es la desaparición del aperitivo de la tarde. (Luis Buñuel)
Para razón alcanzar,
dos cosas son menester:
primero razón tener,
y otra que te la quieran dar.
(Anónimo)
El escritor español Bretón de los Herreros y el médico Pedro Mata –que también escribía- vivían en la misma casa y, naturalmente, no siendo familiares, ni siquiera amigos, habitaban en pisos distintos. Como el cartero se equivocaba a veces, y le traía a uno la carta del otro, Mata, enfadado, colocó un pequeño cartel en su puerta que decía:
En ésta mi habitación,
no vive ningún Bretón.
A lo que Bretón de los Herreros contestó:
Vive en esta vecindad
cierto médico poeta,
que al pie de cada receta,
pone Mata, y es verdad.
Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar. (Ernest Hemigway)
Del cantante zaragozano Alberto Casañal:
Cuando hay tierra
de por medio,
no satisface el querer,
que el agua, bebida a morro,
es como quita la sed.
Ver venir, dejarse ir y tenerse allá. Esta es una regla de conducta en la vida, procedente de Andalucía, en el sur de España. Se trata de las tres normas básicas de la gramática parda para conducirse en este mundo traidor, sin que se lo lleven a uno por delante. A esta trinca de recursos se refirió, entre otros autores, la escritora española, de ascendencia alemana, Cecilia Böl de Faber, más conocida por su seudónimo de Fernán Caballero.
Pablo Picasso, además de ser un gran pintor, tenía la suficiente sabiduría como para sostener que cuando me dicen que soy demasiado viejo para hacer una cosa, procuro hacerla inmediatamente.
Del prolífico y tan popular en su tiempo comediógrafo español Enrique Jardiel Poncela: El amor es como la mayonesa: cuando se corta hay que tirarlo y empezar otro nuevo.
Como colofón, un exabrupto mío que se convirtió en un clásico, y no exagero ni presumo. A mis fieles oyentes me remito:
¡El día menos pensado me levanto por los pies de la cama, me lío la manta a la cabeza, tiro por la calle de en medio y salga el sol por Antequera!
O si prefieren:
¡Leña, leña al mono, que es de goma!
© José Luis Alvarez Fermosel
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