jueves, 30 de abril de 2009

Banco vacío en la niebla

Imagen más que inquietante, no exenta de cierta belleza melancólica.
No por la niebla que vela contornos y los tiñe de gris, e incluso tamiza las luces potentes de los faroles eléctricos, charolando un pavimento de pequeñas baldosas rectangulares.
La bruma opalina en la alta noche, claroscuros, árboles esqueléticos; es invierno, se ve que hace frío.
Lo peor es el banco, que sabemos que en realidad no está vacío porque en él se ha sentado un fantasma. Los fantasmas rondan por los parques y las plazas las noches de niebla y cuando se cansan se sientan en los bancos.
¡A ver quién es el guapo que se atreve a sentarse en ese banco! Si alguien lo hiciera escucharía en el acto una voz de ultratumba, como la del Comendador cuando fue convocado por don Juan Tenorio, pidiéndole que se levantara.
¿Y si el fantasma fuera del sexo femenino y uno sintiera que unos dedos helados le revolvieran el pelo?
Al pasar por un paraje así, determinados caballeros se tientan los bolsillos del impermeable cruzado buscando el frío alentador de un revólver.
En estos casos lo mejor es pasar de largo, cuanto más aprisa mejor, silbando una cancioncilla cualquiera, de una opereta, por ejemplo, algo alegre que distraiga a los fantasmas, que se despistan con la música ligera.
A los fantasmas les va Wagner, pero se encrespan si oyen, un suponer, un fragmento de “Tannhäuser”, o se ponen tristísimos si los acordes son de “Tristán e Isolda”.
De cualquier manera, qué sensación de soledad tan categórica, tan expresiva en su inmovilidad y su silencio. Ese banco vacío entre las largas sombras color mercurio, en la humedad, tan ostensible, casi tan terroríficamente vacío.
Para mí que esta fotografía la tomó un fantasma que quiso tener una instantánea de su novia sentada en el banco. Naturalmente, nosotros no la podemos ver.


© José Luis Alvarez Fermosel

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