Salí del Jockey Club de almorzar con mi amigo el Duque –no estoy presumiendo, si no me creen, llamen al Duque, o llamen al club-.
Salí del Jockey Club, decía, y en cuestión de segundos me encontré en la recova de Posadas.
Tomé la avenida Nueve de Julio, llegué a la calle Arroyo y seguí por ella hasta el hotel Sofitel. Entré y estuve brujuleando un rato por el bar, la biblioteca, la tienda de regalos; me senté ante un escritorio del saloncito del fondo, donde están los ascensores, pero no escribí nada.
Al cabo, llegué a la Plaza San Martín, una de las más bonitas de Buenos Aires, si no la que más, y recordé mis antiguos barrios.
La plaza está más limpia, más cuidada. Arboles frondosos con pájaros que no cantan, aterrados, seguramente, por cómo están las cosas. No vi ninguna de las aves azules de Manuel Vicent…
Han puesto bancos hechos con listones de madera, pintados de verde, y juegos para niños. En los bancos se besan parejas. Le dan vida a la plaza y adornan la tarde.
Mucha gente cruza la plaza, o pasea por ella. Está bien, porque las plazas vacías dan la impresión de que hubieran sido abandonadas.
Parece que estuvieran esperando a que lloviera y los flecos de agua las difuminaran, y así no pasaran vergüenza por estar solas, cuando están para que en ellas se besen los novios, jueguen los niños, retocen los perros, algún señor con gafas lea un libro sentado en un banco y las palomas picotéen las migas de una merienda tranquila.
La Plaza San Martín alberga el majestuoso monumento al general San Martín. En ella confluyen algunas calles y avenidas muy elegantes, como la calle Florida, que en la plaza deja de serlo, y las avenidas Santa de Fe y del Libertador. Desde la plaza es posible elegir caminar hasta los residenciales y lujosos barrios de Retiro –donde hay varios hoteles de cinco estrellas- y Recoleta.
Muy cerca están el palacio San Martín (ex Anchorena), el Palacio Paz, con el Círculo Militar, el edificio Kavanagh, la basílica del Santísimo Sacramento, la Torre de los Ingleses y el hotel Marriot Plaza.
Las estatuas de piedra miran sin ver un horizonte que todavía no ha delineado la blanda tarde de otoño.
Salí del Jockey Club, decía, y en cuestión de segundos me encontré en la recova de Posadas.
Tomé la avenida Nueve de Julio, llegué a la calle Arroyo y seguí por ella hasta el hotel Sofitel. Entré y estuve brujuleando un rato por el bar, la biblioteca, la tienda de regalos; me senté ante un escritorio del saloncito del fondo, donde están los ascensores, pero no escribí nada.
Al cabo, llegué a la Plaza San Martín, una de las más bonitas de Buenos Aires, si no la que más, y recordé mis antiguos barrios.
La plaza está más limpia, más cuidada. Arboles frondosos con pájaros que no cantan, aterrados, seguramente, por cómo están las cosas. No vi ninguna de las aves azules de Manuel Vicent…
Han puesto bancos hechos con listones de madera, pintados de verde, y juegos para niños. En los bancos se besan parejas. Le dan vida a la plaza y adornan la tarde.
Mucha gente cruza la plaza, o pasea por ella. Está bien, porque las plazas vacías dan la impresión de que hubieran sido abandonadas.
Parece que estuvieran esperando a que lloviera y los flecos de agua las difuminaran, y así no pasaran vergüenza por estar solas, cuando están para que en ellas se besen los novios, jueguen los niños, retocen los perros, algún señor con gafas lea un libro sentado en un banco y las palomas picotéen las migas de una merienda tranquila.
La Plaza San Martín alberga el majestuoso monumento al general San Martín. En ella confluyen algunas calles y avenidas muy elegantes, como la calle Florida, que en la plaza deja de serlo, y las avenidas Santa de Fe y del Libertador. Desde la plaza es posible elegir caminar hasta los residenciales y lujosos barrios de Retiro –donde hay varios hoteles de cinco estrellas- y Recoleta.
Muy cerca están el palacio San Martín (ex Anchorena), el Palacio Paz, con el Círculo Militar, el edificio Kavanagh, la basílica del Santísimo Sacramento, la Torre de los Ingleses y el hotel Marriot Plaza.
Las estatuas de piedra miran sin ver un horizonte que todavía no ha delineado la blanda tarde de otoño.
© José Luis Alvarez Fermosel
“El Duque”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/03/el-duque.html)
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