viernes, 10 de abril de 2009

Camino al colegio

Faltaba poco para que amane­ciera. Es decir, que todavía era de noche. Y allá íbamos los dos, caminando a largos trancos por calles oscuras y casi solita­rias, bajo un cielo congestio­nado, rojizo.
Un aroma desagradable de madera quemada, fruta podrida y almizcle. No era improbable que lloviera, más tarde.
Habíamos desayunado minutos antes en un bar de compatriotas míos, gallegos, para ser exactos: café con leche con medialunas -medialunas de manteca-. Yo había echado un vistazo rápido a un diario que pedí al mozo. Traía malas noticias, co­mo siempre.
Los dos teníamos sueño. Caminába­mos de prisa, ya digo. Hacía un poco de frío.
Pasamos por una zapatería, luego por un mercadito -me gusta más decir mercadito que mini “market”-. Todavía es­taba cerrado. Olía a yerbabuena mojada y a jabón blanco, de ese que se utilizaba para lavar la ropa antes de que se impu­siera el detergente en polvo.
De pronto, un extraño edificio de de­partamentos, cuyo fondo no se divisaba desde nuestra esquina móvil. El frente de la gigantesca caja de cemento y ladrillo se erguía como una tableta larguísima, aparentemente sin apoyo, como a punto de derrumbarse. Producía un raro efecto óptico, mareante, atemorizador.
Caminábamos y caminábamos. Y no amanecía. Algunos quioscos de diarios ya habían abierto, sin embargo. Y varios cafés, en los que se veía a gente somnolienta y entumecida, que también de­sayunaba café con leche y medialunas.
Por la calzada pasaban los colectivos a toda marcha, abarrotados. En su interior, entre la muchedumbre apretujada y gris, algún delantal blanco de colegial, o de colegiala, que daba la nota limpia y alegre, como el flamear de una bandera en un día muy ventoso.
De una panadería abierta salía un aro­ma riquísimo de pan malteado y hojaldre caliente. Estuve por entrar, comprar unos churros, tres, no más, e ir comiéndo­melos luego, calentitos, por la calle. Pero, al final, no sé por qué, no me atreví. Fui un bobo, porque los gustos hay que dárselos en vida. ¡Tres tristes churros…!
Un perrillo ceniciento cruzó la calle a la carrera. Abría su puesto de flores una viejecita de ojos azules, como el mar por la mañana.
Nosotros seguíamos caminando y ca­minando. Y no amanecía. Y, naturalmente, no cantaba ningún pájaro, lo cual era una pena, porque el canto de los pájaros siempre le anima a uno, le hace sentir que todo está bien.
Llegamos a la esquina de Corrientes y Medrano. El siguió por Medrano y yo por Corrientes. Me quedé un rato viéndole ir. Su blazer azul, su mochila grandota, lle­na de libros, sus zapatones negros bien sólidos, bien colegiales.
Hijo...



© José Luis Alvarez Fermosel

6 comentarios:

ShirAlmaBeatle dijo...

Hola Caballero Español, me encanto este relato.
hay muchas cosas interesantes, de a poco lo ire recorriendo.

saludos
Feliz Pascua de Resurreccion!!!!

Susan.B dijo...

Querido Jose, me has llevado nuevamente adonde se te ha antojado.A mis mañanas frías de caminatas a la escuela, a esos olores y sonidos de ciudad que despierta.Hasta los zapatones de colegio has traído a mi memoria.Todo desesperantemente inolvidable.Siento aquel aroma tan sabido a tiza y madera-Y los nervios del: "saquen una hoja"-Un abrazote .Te extraño en la radio.No sé lo que pasa-Susan4

Caballero Español dijo...

Shirley: muchas gracias por tu mensaje. Si te adentras en mi blog, espero que al menos te resulte entretenido. Cariños.

Caballero Español dijo...

Susan: ¡Qué recuerdos, no sé si dulces, tal vez agridulces, de aquellos tiempos que tú evocas con tanta justeza y expresividad! Muchas gracias por escribir y siempre tan amablemente. Un abrazo.

Anónimo dijo...

guau, que epocas viejo, nuestras mañanas eran increibles, caminabamos por el viejo cannig hasta corrientes y de alli para arriba, cuantos perfumes tiene la calle correintes!!!! pocas palabras pero nos deciamos muchisimo, ahora camino por madrid... tu madrid... y tambien estas ahi siempre, como extraño aquellas epocas, te quiero mucho papa...

Caballero Español dijo...

Juan Ignacio: Gracias por tu comentario. Sí, aquellas mañanas, aquellos días ya lejanos y siempre cercanos en el recuerdo fueron nuestros y, con el sentido egoísta inherente al ser humano, fueron muy buenos, muy nuestros. Algunos dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor. No estoy yo tan seguro. Lo mejor está por llegar. Yo también te quiero mucho. Un beso enorme.