Uno de los muchos mitos que pasan por verdades como puños, y no lo son, es el del canto del cisne, como suele llamarse a la última obra o actuación de un artista.
El cisne no canta, ni segundos antes de morir, ni cantó segundos después de nacer, ni nunca. Como mucho, emite un sonido ronco, que nada tiene de melodioso.
Los poetas vienen equivocándose desde hace siglos con respecto al cisne y sus presuntas capacidades canoras.
El cisne tampoco vuela. Y no es dulce y noble. Antes bien, tiene una mala leche impresionante. No hay más que verlo pelear.
Es guapo, eso sí; es decir, bonito. Y tiene clase, lo cual se ve cuando se yergue y despliega sus alas, o cuando se desliza lentamente, con gran elegancia, por el agua verde del estanque de un gran jardín, al atardecer. Bella estampa, pero ahí queda todo.
Leonardo da Vinci, que sabía tantas cosas, cometió un error al escribir en una nota que se halló entre sus papeles: “El cisne canta dulcemente hasta morir; ese canto pone fin a su vida”. Pues no, señor, no es así. El cisne no canta.
El que canta hasta morir, al parecer, es el pájaro espino de la novela de Collien McCullough, que fue llevada a la televisión en una serie protagonizada por el actor estadounidense Richard Chamberlain. Pero no sabemos, por lo menos yo, si eso es verdad.
El artista que termina su última obra, el actor que da su postrera representación, el hombre al que le quitan su empleo, o lo tiene que dejar para no perder su dignidad, no cantan como el cisne, que no canta –no nos cansaremos de repetirlo-, sino que aúllan.
Ese aullido no se oye porque pertenece a la categoría de los alaridos internos, que son tremendos y se corresponden con una sonrisa en el rostro del hombre que ruge por dentro, que ha doblado el cabo de todas las tormentas y parece que ya no sintiera nada ni le importara nada, salvo jugar al póquer, para lo cual hay que saber poner cara de piedra.
No todo el mundo puede bramar por dentro y sonreir por fuera. Hay que tener clase. Como el cisne, que no canta, repitámoslo por última vez.
El cisne no canta, ni segundos antes de morir, ni cantó segundos después de nacer, ni nunca. Como mucho, emite un sonido ronco, que nada tiene de melodioso.
Los poetas vienen equivocándose desde hace siglos con respecto al cisne y sus presuntas capacidades canoras.
El cisne tampoco vuela. Y no es dulce y noble. Antes bien, tiene una mala leche impresionante. No hay más que verlo pelear.
Es guapo, eso sí; es decir, bonito. Y tiene clase, lo cual se ve cuando se yergue y despliega sus alas, o cuando se desliza lentamente, con gran elegancia, por el agua verde del estanque de un gran jardín, al atardecer. Bella estampa, pero ahí queda todo.
Leonardo da Vinci, que sabía tantas cosas, cometió un error al escribir en una nota que se halló entre sus papeles: “El cisne canta dulcemente hasta morir; ese canto pone fin a su vida”. Pues no, señor, no es así. El cisne no canta.
El que canta hasta morir, al parecer, es el pájaro espino de la novela de Collien McCullough, que fue llevada a la televisión en una serie protagonizada por el actor estadounidense Richard Chamberlain. Pero no sabemos, por lo menos yo, si eso es verdad.
El artista que termina su última obra, el actor que da su postrera representación, el hombre al que le quitan su empleo, o lo tiene que dejar para no perder su dignidad, no cantan como el cisne, que no canta –no nos cansaremos de repetirlo-, sino que aúllan.
Ese aullido no se oye porque pertenece a la categoría de los alaridos internos, que son tremendos y se corresponden con una sonrisa en el rostro del hombre que ruge por dentro, que ha doblado el cabo de todas las tormentas y parece que ya no sintiera nada ni le importara nada, salvo jugar al póquer, para lo cual hay que saber poner cara de piedra.
No todo el mundo puede bramar por dentro y sonreir por fuera. Hay que tener clase. Como el cisne, que no canta, repitámoslo por última vez.
© José Luis Alvarez Fermosel
4 comentarios:
Que curioso. Hasta la fecha he tenido la errónea idea de que el cisne emite un "canto" en el momento de su muerte, ya que incluso he llegado a estudiar que así era. Ahora sé que realmente el cisne no canta, que en realidad es algo que siempre me ha parecido subrealista.
Por cierto, he encontrado tu blog en una web de blogs de escritores y he tenido la tentación de echar un vistazo.
Yo tan sólo tengo 16 años y a pesar de eso estoy intentando escribir una novela. Siempre ha sido mi sueño tener 40 páginas escritas por mí entre mis manos, aunque nunca llegue a publicarse.
Si por un casual decides dejarte caer por alguno de mis blogs, el llamado Runaway contiene información sobre la novela, y el otro es referido al cine, música, literatura...
Un abrazo,
Lúa.
Querida Lúa: Veo que me escribes desde Madrid, pero no sé si eres madrileña como yo o de otra nacionalidad y estás viviendo ahí. Si perseveras en la escritura, aunque no hagas una novela, no tardarás en tener esas 40 páginas, y tal vez más, en tus manos. Me he dado un paseo por tus blogs y me han gustado. Insiste y vencerás. Un abrazo.
Un buen servicio a la verdad, el de tu artículo.
Lo que pasa es que el mito se sitúa muy por encima de la realidad, hasta el punto de que ésta importa muy poco. Y más si, como en este caso, la información que tiene la gente no procede directamente de la experiencia.
Un abrazo
Tienes razón, amigo Mariano. Los mitos, los rumores y las mentiras llega un momento en que, por lo menos, parecen verdades, cuando no se convierten en verdades. Todo por la repetición constante.
Gracias por tu mensaje y un abrazo.
Publicar un comentario