La novela El destierro de la Reina, de la escritora y docente argentina Ana Bisignani, cuya portada ilustra estas líneas, es un diminuto prodigio orteguiano. Lo de diminuto es por la concisión: 190 páginas; hoy se escriben novelas de más de 1.000. Está editada por Corregidor.
Las circunstancias de los personajes son objeto de un tratamiento minucioso y efectivo, así como sus límites; tiene su importancia ésto de los límites, porque son, como bien dice Jorge Torres Zavaleta, el destino, y los personajes obedecen fielmente a lo que los ingleses llaman “fate”, que viene a ser una mezcla de destino y fatalidad, más de lo último que de lo primero.
Quizás la clave de la novela esté en la intención de escribirla, plasmada por la autora en unas líneas a modo de prólogo: “Me fue preciso escribir esta historia, que no es una biografía rigurosa, porque al faltar mi madre, se enardeció mi pluma, que necesitó revivir a todos para siempre”.
Ana Bisignani alcanzó su objetivo, manejando hábilmente una trama sin demasiadas complicaciones; pero hay luz, calor y color. Si de un cuadro se tratara, podríamos decir que es una espléndida acuarela.
Los personajes están muy lejos de ser de cartón piedra y de ahí que cobren vida y los veamos, y los oigamos, y sigamos su andadura vital, que es tan digna, y sus avatares, y nos parezca escuchar los latidos de su corazón.
Los corazones de varios de sus personajes están heridos por el zarpazo de la inmigración: una fiera implacable que aleja del terruño a los seres queridos, y convierte al inmigrante en alguien que no es de un sitio ni de otro, en definitiva.
Otra cosa es el deambuleo divertido del cosmopolita que se ancla al final en un lugar que le resulta simpático, o le queda cómodo, y tiene siempre el pasaporte al día en un cajón del escritorio y dinero para comprar un pasaje de avión de primera clase, rumbo a dónde sea.
Pero volviendo a El destierro de la Reina, una de las cosas buenas de esta novela tan lograda es que el tema de la inmigración no se toca de una manera expresa, como si fuera el “leit motiv” de la obra, aunque no deje de serlo, sino que va bocetándose, va fluyendo en un devenir sin sentimentalismos a la violeta, marcado por la hilación narrativa, que parece surgir como por generación espontánea, tales son la claridad y la naturalidad del relato y los diálogos.
No reconozco en la obra influencias ni derivaciones, al menos yo. Me parece que la autora habla de su propia gente, de sus propios sentimientos con un lenguaje sencillo, expresivo, pero sobre todo suyo, absolutamente.
La novela tiene para mí un interés especial, además del que pueda tener para todo español afincado en Argentina, o cualquier otro país latinoamericano, que recuerde poemas, coplas, canciones, versos y dichos que oyó en su infancia y se prodigan en las páginas de la novela de Ana.
Está presente Almería, una de las ocho provincias andaluzas, la más pobre, la menos lucida, la más yerma, por lo menos en una época.
Luego se convirtió en el Hollywood español, cuando los americanos llegaron a filmar en sus dunas películas del Oeste y, como es natural, surgieron hoteles, edificios de apartamentos, restaurantes, cafeterías…, y alguna aldea pudo tener agua corriente gracias a los 1.000 dólares que le pagó una productora yanqui por figurar la aldea entera como extra: habitantes, casas, comercios, graneros, caballos…
Yo, que trabajaba entonces de reportero en la agencia EFE, me pasaba la vida en Almería, entrevistando a actores y actrices estadounidenses. Con unos trabé amistad, con otras algo más… -permítaseme presumir un poco, pero uno tenía entonces poco más de 20 años, era delgado y moreno y reunía por lo menos un mínimo de “young latin lover”-.
Retorno a la novela de Ana. Creo que pudo escribirla tan bien al partir de lo individual para llegar a lo universal. Debe ser una de esas mujeres firmes, de carácter bien marcado desde su niñez, pero que lleva en su corazón una dignidad y una nobleza que ha vertido en sus personajes, plenos de una humanidad caliente y encantadora.
Ya me pareció a mí, cuando me dieron el libro en un programa de radio en el que ya no estoy, y lo hojée con cierto interés, que me iba a gustar. Así fue, y lo declaro a los cuatro vientos.
La novela de Ana Bisignani no tiene factura de “best seller”; por tanto, no lo será. No hay sexo apresurado, violento ni desmesurado, al uso corriente en tantas obras seudoliterarias y películas... "taquilleras"; ni violencia, ni espías traidores, ni se dicen palabrotas en ella. Tampoco es una novela marquetinera: tiene demasiada hondura, demasiado sentimiento.
© José Luis Alvarez Fermosel
Las circunstancias de los personajes son objeto de un tratamiento minucioso y efectivo, así como sus límites; tiene su importancia ésto de los límites, porque son, como bien dice Jorge Torres Zavaleta, el destino, y los personajes obedecen fielmente a lo que los ingleses llaman “fate”, que viene a ser una mezcla de destino y fatalidad, más de lo último que de lo primero.
Quizás la clave de la novela esté en la intención de escribirla, plasmada por la autora en unas líneas a modo de prólogo: “Me fue preciso escribir esta historia, que no es una biografía rigurosa, porque al faltar mi madre, se enardeció mi pluma, que necesitó revivir a todos para siempre”.
Ana Bisignani alcanzó su objetivo, manejando hábilmente una trama sin demasiadas complicaciones; pero hay luz, calor y color. Si de un cuadro se tratara, podríamos decir que es una espléndida acuarela.
Los personajes están muy lejos de ser de cartón piedra y de ahí que cobren vida y los veamos, y los oigamos, y sigamos su andadura vital, que es tan digna, y sus avatares, y nos parezca escuchar los latidos de su corazón.
Los corazones de varios de sus personajes están heridos por el zarpazo de la inmigración: una fiera implacable que aleja del terruño a los seres queridos, y convierte al inmigrante en alguien que no es de un sitio ni de otro, en definitiva.
Otra cosa es el deambuleo divertido del cosmopolita que se ancla al final en un lugar que le resulta simpático, o le queda cómodo, y tiene siempre el pasaporte al día en un cajón del escritorio y dinero para comprar un pasaje de avión de primera clase, rumbo a dónde sea.
Pero volviendo a El destierro de la Reina, una de las cosas buenas de esta novela tan lograda es que el tema de la inmigración no se toca de una manera expresa, como si fuera el “leit motiv” de la obra, aunque no deje de serlo, sino que va bocetándose, va fluyendo en un devenir sin sentimentalismos a la violeta, marcado por la hilación narrativa, que parece surgir como por generación espontánea, tales son la claridad y la naturalidad del relato y los diálogos.
No reconozco en la obra influencias ni derivaciones, al menos yo. Me parece que la autora habla de su propia gente, de sus propios sentimientos con un lenguaje sencillo, expresivo, pero sobre todo suyo, absolutamente.
La novela tiene para mí un interés especial, además del que pueda tener para todo español afincado en Argentina, o cualquier otro país latinoamericano, que recuerde poemas, coplas, canciones, versos y dichos que oyó en su infancia y se prodigan en las páginas de la novela de Ana.
Está presente Almería, una de las ocho provincias andaluzas, la más pobre, la menos lucida, la más yerma, por lo menos en una época.
Luego se convirtió en el Hollywood español, cuando los americanos llegaron a filmar en sus dunas películas del Oeste y, como es natural, surgieron hoteles, edificios de apartamentos, restaurantes, cafeterías…, y alguna aldea pudo tener agua corriente gracias a los 1.000 dólares que le pagó una productora yanqui por figurar la aldea entera como extra: habitantes, casas, comercios, graneros, caballos…
Yo, que trabajaba entonces de reportero en la agencia EFE, me pasaba la vida en Almería, entrevistando a actores y actrices estadounidenses. Con unos trabé amistad, con otras algo más… -permítaseme presumir un poco, pero uno tenía entonces poco más de 20 años, era delgado y moreno y reunía por lo menos un mínimo de “young latin lover”-.
Retorno a la novela de Ana. Creo que pudo escribirla tan bien al partir de lo individual para llegar a lo universal. Debe ser una de esas mujeres firmes, de carácter bien marcado desde su niñez, pero que lleva en su corazón una dignidad y una nobleza que ha vertido en sus personajes, plenos de una humanidad caliente y encantadora.
Ya me pareció a mí, cuando me dieron el libro en un programa de radio en el que ya no estoy, y lo hojée con cierto interés, que me iba a gustar. Así fue, y lo declaro a los cuatro vientos.
La novela de Ana Bisignani no tiene factura de “best seller”; por tanto, no lo será. No hay sexo apresurado, violento ni desmesurado, al uso corriente en tantas obras seudoliterarias y películas... "taquilleras"; ni violencia, ni espías traidores, ni se dicen palabrotas en ella. Tampoco es una novela marquetinera: tiene demasiada hondura, demasiado sentimiento.
© José Luis Alvarez Fermosel
2 comentarios:
Hola, Caballero: Tan recomendado viene por ud. el libro que lo compraré el lunes mismo. De casualidad, ¿sabe si la escritora lo presentará en la Feria del Libro? Me encantará ir y... si lo puedo ver a ud. también, más me gustará. ¿Ud. lo presentará? Un gran abrazo. Sigo pendiente siempre de su blog más ahora cuando me doy cuenta de que no está en en el programa de Hanglin. Un gran abrazo. Carlos Alberto.
Carlos Alberto: Espero que la novela de Ana te guste tanto como a mí. Su autora la presentará el 26de abril en la Feria del Libro. Yo estaré. Ella tiene ya gente que le va a hacer la presentación. Gracias por ser tan fiel. Un abrazo.
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