Podríamos mejorar nuestra vida, quizás, si tuvieramos en cuenta un par de cosas, o unas pocas más, referentes a nuestras relaciones con el prójimo.
Vayan a continuación algunas observaciones al respecto, sin ninguna pretensión didáctica: con la mayor humildad.
Recordemos que nuestra familia no somos nosotros. Está a nuestro lado, pero no hará exactamente todo lo que esperamos, o queramos, como tampoco lo hacemos nosotros.
El excesivo rigor en nuestras convicciones puede malograr la acción y la búsqueda de nuevas experiencias, lo que es siempre apasionante. Se trata de no ser dogmático. Tampoco es cuestión de caer en el otro extremo y tener convicciones débiles o, lo que es mucho peor, no tenerlas. Tampoco es cosa de caer en la inconsistencia y la frivolidad.
Es muy importante contar siempre con alguien de confianza, a quien podamos contar nuestras cosas; que nos atienda, que nos entienda, que sepa aconsejarnos bien, aunque por lo general uno no se deja aconsejar porque sabe equivocarse solo.
Hay que tener el don, y si no se tiene hay que inventarse algo parecido, de saber retirarse a tiempo: de un campo de batalla, de un matrimonio que naufraga, de una amistad que resulta que no lo es, aunque uno lo haya creído así durante varios años –esto ocurre con mucha frecuencia, y tienen mucho que ver la envidia y los celos-. En un orden más mundano, por así decirlo, también hay que saber cuando uno debe abandonar una reunión, o irse de un trabajo, lo cual no es nada fácil, ni mucho menos aconsejable, con los tiempos que corren.
Algo que no debe preocuparnos: que hablen bien de nosotros. Que hablen de uno…, aunque sea bien, decía aquél, que era un poco cínico. Uno debe saber quién es y qué es, y si hablan de uno, bien o mal, pues que hablen. Lo que uno no debe hacer es hablar bien de sí mismo. Dejemos que lo hagan los otros. El presumido, el que se alaba, es un inseguro, y si lo hace desaforadamente –hay casos- padece un tipo de paranoia protagónica o de egocentrismo llevado a la enésima potencia. Suele caer mal, y hacer el ridículo.
Por encima de todo, hay que tener sentido de la realidad, y no comprometerse a hacer algo que no puede hacerse. No hay que porfiar, ni discutir, ni asegurar nada sin saber a conciencia que se está en lo cierto, e incluso así no hay que imponerse, ni hacer prevalecer nuestra verdad a machamartillo. Cada uno puede tener la que considera suya. Pero realidad, lo que se dice realidad no hay más que una. Al día sucede siempre la noche. Y la primavera al invierno.
Vayan a continuación algunas observaciones al respecto, sin ninguna pretensión didáctica: con la mayor humildad.
Recordemos que nuestra familia no somos nosotros. Está a nuestro lado, pero no hará exactamente todo lo que esperamos, o queramos, como tampoco lo hacemos nosotros.
El excesivo rigor en nuestras convicciones puede malograr la acción y la búsqueda de nuevas experiencias, lo que es siempre apasionante. Se trata de no ser dogmático. Tampoco es cuestión de caer en el otro extremo y tener convicciones débiles o, lo que es mucho peor, no tenerlas. Tampoco es cosa de caer en la inconsistencia y la frivolidad.
Es muy importante contar siempre con alguien de confianza, a quien podamos contar nuestras cosas; que nos atienda, que nos entienda, que sepa aconsejarnos bien, aunque por lo general uno no se deja aconsejar porque sabe equivocarse solo.
Hay que tener el don, y si no se tiene hay que inventarse algo parecido, de saber retirarse a tiempo: de un campo de batalla, de un matrimonio que naufraga, de una amistad que resulta que no lo es, aunque uno lo haya creído así durante varios años –esto ocurre con mucha frecuencia, y tienen mucho que ver la envidia y los celos-. En un orden más mundano, por así decirlo, también hay que saber cuando uno debe abandonar una reunión, o irse de un trabajo, lo cual no es nada fácil, ni mucho menos aconsejable, con los tiempos que corren.
Algo que no debe preocuparnos: que hablen bien de nosotros. Que hablen de uno…, aunque sea bien, decía aquél, que era un poco cínico. Uno debe saber quién es y qué es, y si hablan de uno, bien o mal, pues que hablen. Lo que uno no debe hacer es hablar bien de sí mismo. Dejemos que lo hagan los otros. El presumido, el que se alaba, es un inseguro, y si lo hace desaforadamente –hay casos- padece un tipo de paranoia protagónica o de egocentrismo llevado a la enésima potencia. Suele caer mal, y hacer el ridículo.
Por encima de todo, hay que tener sentido de la realidad, y no comprometerse a hacer algo que no puede hacerse. No hay que porfiar, ni discutir, ni asegurar nada sin saber a conciencia que se está en lo cierto, e incluso así no hay que imponerse, ni hacer prevalecer nuestra verdad a machamartillo. Cada uno puede tener la que considera suya. Pero realidad, lo que se dice realidad no hay más que una. Al día sucede siempre la noche. Y la primavera al invierno.
© José Luis Alvarez Fermosel
2 comentarios:
Es un gusto haberlo reencontrado Caballero!!!!
Es muy lúcido todo lo que Ud.expresa en este post, indudablemente para acariciar algo parecido a lo que llamamos felicidad es necesario el desapego.
Adriana
El gusto es mío, Adriana. Gracias por tu elogio. Cariños.
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