Los reporteros devenidos articulistas, o columnistas, que al cabo de tantos años de trabajar en la calle y redactar sin firma, pasamos a escribir artículos de opinión y columnas, y a firmar unos y otras, tenemos que verlo todo negro, hemos de escribir sólo acerca de lo mal que está el mundo: en unas partes mejor y en otras peor; pero en general, mal, muy mal.
Todo es negro, todo está negro. No hay leyes, es decir, no se respetan; no hay más que desastres por todas partes, todos los políticos son corruptos, todos los jueces están comprados, todos los militares son asesinos.
Todo es negro, está negro. No hay nada blanco, ni siquiera gris ni, ¡mucho menos!, de color de rosa. Si se nos ocurre hablar de alguien que ha tenido un gesto de grandeza, de honradez, de un perro que salvó a un ciego, de un muchacho que devolvió cien mil dólares que se encontró en un maletín en plena calle; si nos atrevemos a decir que ha llegado la primavera, o que las noches de luna son hermosas, se nos calificará en el acto de intranscendentes o de frívolos, cuando no de cursis.
El que hace notas de color, o viaja y escribe de las cosas positivas que le han pasado, de la bella gente que ha conocido, y le resta importancia a los inconvenientes, a los errores humanos, al ladrón que le robó en el autobús, porque eso pasa en todas partes, es un jodío inútil.
De humor: el humor inteligente, las bromas, los chistes, ¡ni hablar! Eso queda para periodistas de morondanga, que no saben hacer la o con un canuto. Además, aquí no hemos venido a reirnos, ¿eh? Aquí hemos venido a sufrir. Y tenemos que contar los sufrimientos de la gente y los nuestros. Y denunciar a quienes nos hacen sufrir –que suelen ser aquellas personas de ideas políticas contrarias a las nuestras o que, sencillamente, no nos caen bien-.
Los destinatarios de nuestro mensaje final no son tales o cuales empresarios, la propia tropa, amiguetes influyentes, el partido, el sindicato o el que nos trae los sobres. No tenemos que escribir para ellos. Quienes deben recibir nuestros escritos son el hombre de la calle, el ciudadano de a pie, a los que hacemos un gran favor si les damos un poco de alegría, de distracción o les hacemos sonreir.
Muere gente todos los días, en todas partes, violentamente, con harta frecuencia. Muchos se mueren de hambre. Pero también nacen niños todos los días y hay gente que come porque se gana el pan con el sudor de su frente. Eso hay que celebrarlo, y contarlo.
Gente se funde, gente se enriquece, se hunden países, emergen otros, unos están en crisis, otros salen de ellas, también hay países estables.
En muchos lugares se cumplen las leyes, y no hay injusticias, ni corrupción, ni cohecho, ni la gente se mata una a otra, ni se roba.
Pasan cosas agradables en esta vida, aleccionadoras, bien intencionadas, hermosas.
Hay calidez, buenas ideas, bellos gestos. No todo es maravilloso, desde luego, Ni aquí ni en Pekín. Pero tampoco todo es injusto, inhumano, ingrato, desastroso, ni está dejado de la mano de Dios.
No es que los periodistas que opinamos tengamos que volver constantemente la cara a otro lado, hurtarle el cuerpo a la realidad y decir que todo está bien y que todo el mundo es bueno. Hay que criticar, consignar cuanto de negativo nos mortifica a todos, lamentarnos, cantar la palinodia. Nos hemos equivocado, todo está manga por hombro, hemos hecho mal los deberes.
Pero el sol sigue saliendo todos los días, a la tempestad sigue la calma. Hay luces, risas, música, logros, éxitos, amor, amistad, compañerismo, solidaridad, generosidad. Quizás en dosis homeopáticas, pero suficientes como para que nos alegremos de que las haya y se las contemos a la gente, nosotros que podemos.
Todo es negro, todo está negro. No hay leyes, es decir, no se respetan; no hay más que desastres por todas partes, todos los políticos son corruptos, todos los jueces están comprados, todos los militares son asesinos.
Todo es negro, está negro. No hay nada blanco, ni siquiera gris ni, ¡mucho menos!, de color de rosa. Si se nos ocurre hablar de alguien que ha tenido un gesto de grandeza, de honradez, de un perro que salvó a un ciego, de un muchacho que devolvió cien mil dólares que se encontró en un maletín en plena calle; si nos atrevemos a decir que ha llegado la primavera, o que las noches de luna son hermosas, se nos calificará en el acto de intranscendentes o de frívolos, cuando no de cursis.
El que hace notas de color, o viaja y escribe de las cosas positivas que le han pasado, de la bella gente que ha conocido, y le resta importancia a los inconvenientes, a los errores humanos, al ladrón que le robó en el autobús, porque eso pasa en todas partes, es un jodío inútil.
De humor: el humor inteligente, las bromas, los chistes, ¡ni hablar! Eso queda para periodistas de morondanga, que no saben hacer la o con un canuto. Además, aquí no hemos venido a reirnos, ¿eh? Aquí hemos venido a sufrir. Y tenemos que contar los sufrimientos de la gente y los nuestros. Y denunciar a quienes nos hacen sufrir –que suelen ser aquellas personas de ideas políticas contrarias a las nuestras o que, sencillamente, no nos caen bien-.
Los destinatarios de nuestro mensaje final no son tales o cuales empresarios, la propia tropa, amiguetes influyentes, el partido, el sindicato o el que nos trae los sobres. No tenemos que escribir para ellos. Quienes deben recibir nuestros escritos son el hombre de la calle, el ciudadano de a pie, a los que hacemos un gran favor si les damos un poco de alegría, de distracción o les hacemos sonreir.
Muere gente todos los días, en todas partes, violentamente, con harta frecuencia. Muchos se mueren de hambre. Pero también nacen niños todos los días y hay gente que come porque se gana el pan con el sudor de su frente. Eso hay que celebrarlo, y contarlo.
Gente se funde, gente se enriquece, se hunden países, emergen otros, unos están en crisis, otros salen de ellas, también hay países estables.
En muchos lugares se cumplen las leyes, y no hay injusticias, ni corrupción, ni cohecho, ni la gente se mata una a otra, ni se roba.
Pasan cosas agradables en esta vida, aleccionadoras, bien intencionadas, hermosas.
Hay calidez, buenas ideas, bellos gestos. No todo es maravilloso, desde luego, Ni aquí ni en Pekín. Pero tampoco todo es injusto, inhumano, ingrato, desastroso, ni está dejado de la mano de Dios.
No es que los periodistas que opinamos tengamos que volver constantemente la cara a otro lado, hurtarle el cuerpo a la realidad y decir que todo está bien y que todo el mundo es bueno. Hay que criticar, consignar cuanto de negativo nos mortifica a todos, lamentarnos, cantar la palinodia. Nos hemos equivocado, todo está manga por hombro, hemos hecho mal los deberes.
Pero el sol sigue saliendo todos los días, a la tempestad sigue la calma. Hay luces, risas, música, logros, éxitos, amor, amistad, compañerismo, solidaridad, generosidad. Quizás en dosis homeopáticas, pero suficientes como para que nos alegremos de que las haya y se las contemos a la gente, nosotros que podemos.
© José Luis Alvarez Fermosel
4 comentarios:
Bueno el informar de estas cosas tan desagradables creo que a fin de cuentas es parte de la vida aunque no sean muy agradables, si bien sabemos que no es ninguna novedad que hay corupcion, que hay acesinatos, y narcotrafico, es tomar consiencia de la realidad, pretender que se reflexione ante todos estos sucesos.
O sea, Perla -¡qué bonito nombre!-, que estamos de acuerdo: que hay que informar de lo bueno y de lo malo, y si me apuras hasta de lo regular. Es bueno que la gente se entienda. Gracias por tu mensaje.
¡¡¡ Qué acertado artículo José Luis !!!.
Me viene a la memoria, aquél californiano que creó un periódico que ofrecía al lector la parte menos amarga de la noticia.....La peor noticia que dió, fué cuando tuvo que cerrarlo por falta de lectores.
Parece que a algunos seres humanos o humanoides, les complace ver, como sufre la humanidad.
Un saludo
armando moyano ( Las Palmas )
Estimado Armando: lo bueno, o lo sensato, se centra en el sentido común, en el equilibrio. Yo creo que no es que no haya que dar las malas noticias. Pero hay que dar también las buenas, que como las brujas, que las hay, las hay. El ser humano, por lo general, es más bien carroñero. No me extraña que el pobre californiano se arruinara. Muchas gracias por escribir y un abrazo.
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