Ya casi nadie regala flores en Buenos Aires. Y los vendedores que constelan con sus simpáticos tenderetes la avenida Santa Fe de la capital del Plata, probablemente la calle con mayor cantidad de floristas del mundo, melancolizan al anochecer, cuando las flores languidecen y el arqueo arroja un balance deprimente.
No es negocio vender flores, que están caras, como todo hoy en día en Buenos Aires. Pero la merma de la venta de flores no se debe sólo a razones de tipo económico, a juicio de más de un vendedor de los que hemos entrevistado.
Uno de ellos, Mateo García, jubilado, que tiene un puesto en Santa Fe y Callao, se lamenta de que la gente se ha olvidado de lo que significan las flores, que con tanta frecuencia se regalaban antes a las madres y a las novias, sobre todo a las últimas. (Las más románticas, y me parece que me estoy yendo al siglo diecinueve, guardaban siempre alguna flor entre las páginas de un libro de versos de tapas de cuero de Rusia color corinto…).
Según el bueno de Mateo García, las nuevas generaciones son poco románticas y, además, ven mucha televisión, razón por la cual compran los artículos que se anuncian por ese medio, incluso para regalar. Y asi los chicos obsequian a sus novias o amigas con chocolatines, buzos, pulseras de plata, agendas electrónicas, fundas de cuero o de plástico para los teléfonos celulares…
Otro vendedor, Guido Bevilacqua, dice que con lo que gana con la venta de flores no le alcanza ni para pagar los impuestos. Los jóvenes ni siquiera las ven, pasan de largo, siempre de prisa, preocupados por sus problemas, como los viejos. Y éstos ya no compran flores, que antes se regalaban a destajo.
Algunos floristas son un poco más optimistas. Como, por ejemplo, Ricardo Saldías, un chileno afincado en Argentina desde niño, quien afirma que tiene una clientela fija, casi toda del barrio. Hay, además, una maternidad muy cerca de su puesto, lo cual le favorece, pues algunos hombres conservan la bella de regalar flores a sus esposas cuando éstas les hacen padres.
Lo que más se vende son claveles y rosas, unos y otras de color rojo, preferentemente.
En determinadas fechas o festividades, como el Día de la Madre o de la primavera, las ventas suben, los vendedores se animan y se los ve regando sus flores con grandes regaderas de gastada hojalata, mientras a su lado ruge el tráfico.
Pero, en general, cada vez se venden menos flores en Buenos Aires, ciudad florida que se tiñe de azul cuando caen, en primavera, las flores color lavanda de los jacarandaes sobre los tejados, las marquesinas, los automóviles estacionados y las calles.
Casi nadie regala flores, ni se las lleva a sus muertos, ni las luce en el ojal. Los tiempos han cambiado. La gente es más pragmática.
De cualquier manera, es grato pasear, sobre todo en primavera, por la florida avenida Santa Fe, con sus mil y un puestos de venta de flores, en una y otra acera, que ponen un contrapunto multicolor y perfumado a la larga arteria, plagada de galerías comerciales, sastrerías de lujo y casas de decoración, en cuyas vidrieras se ven preciosidades -pero tan caras, ¡ay…!-.
Santa Fe, una importante avenida de la ciudad que algunos comparan con la calle Serrano de Madrid, la avenida de La Libertad de Lisboa o la Via Condotti de Roma, impuso modas y conserva tradiciones.
Entre las últimas la de ser la preferida de los floristas callejeros, otro oficio como el de organillero, vendedor de barquillos o auriga de coches de caballos para pasear niños y parejas de novios que desaparece, que se extingue como el perfume de las flores cuando se repite la danza de las horas.
No es negocio vender flores, que están caras, como todo hoy en día en Buenos Aires. Pero la merma de la venta de flores no se debe sólo a razones de tipo económico, a juicio de más de un vendedor de los que hemos entrevistado.
Uno de ellos, Mateo García, jubilado, que tiene un puesto en Santa Fe y Callao, se lamenta de que la gente se ha olvidado de lo que significan las flores, que con tanta frecuencia se regalaban antes a las madres y a las novias, sobre todo a las últimas. (Las más románticas, y me parece que me estoy yendo al siglo diecinueve, guardaban siempre alguna flor entre las páginas de un libro de versos de tapas de cuero de Rusia color corinto…).
Según el bueno de Mateo García, las nuevas generaciones son poco románticas y, además, ven mucha televisión, razón por la cual compran los artículos que se anuncian por ese medio, incluso para regalar. Y asi los chicos obsequian a sus novias o amigas con chocolatines, buzos, pulseras de plata, agendas electrónicas, fundas de cuero o de plástico para los teléfonos celulares…
Otro vendedor, Guido Bevilacqua, dice que con lo que gana con la venta de flores no le alcanza ni para pagar los impuestos. Los jóvenes ni siquiera las ven, pasan de largo, siempre de prisa, preocupados por sus problemas, como los viejos. Y éstos ya no compran flores, que antes se regalaban a destajo.
Algunos floristas son un poco más optimistas. Como, por ejemplo, Ricardo Saldías, un chileno afincado en Argentina desde niño, quien afirma que tiene una clientela fija, casi toda del barrio. Hay, además, una maternidad muy cerca de su puesto, lo cual le favorece, pues algunos hombres conservan la bella de regalar flores a sus esposas cuando éstas les hacen padres.
Lo que más se vende son claveles y rosas, unos y otras de color rojo, preferentemente.
En determinadas fechas o festividades, como el Día de la Madre o de la primavera, las ventas suben, los vendedores se animan y se los ve regando sus flores con grandes regaderas de gastada hojalata, mientras a su lado ruge el tráfico.
Pero, en general, cada vez se venden menos flores en Buenos Aires, ciudad florida que se tiñe de azul cuando caen, en primavera, las flores color lavanda de los jacarandaes sobre los tejados, las marquesinas, los automóviles estacionados y las calles.
Casi nadie regala flores, ni se las lleva a sus muertos, ni las luce en el ojal. Los tiempos han cambiado. La gente es más pragmática.
De cualquier manera, es grato pasear, sobre todo en primavera, por la florida avenida Santa Fe, con sus mil y un puestos de venta de flores, en una y otra acera, que ponen un contrapunto multicolor y perfumado a la larga arteria, plagada de galerías comerciales, sastrerías de lujo y casas de decoración, en cuyas vidrieras se ven preciosidades -pero tan caras, ¡ay…!-.
Santa Fe, una importante avenida de la ciudad que algunos comparan con la calle Serrano de Madrid, la avenida de La Libertad de Lisboa o la Via Condotti de Roma, impuso modas y conserva tradiciones.
Entre las últimas la de ser la preferida de los floristas callejeros, otro oficio como el de organillero, vendedor de barquillos o auriga de coches de caballos para pasear niños y parejas de novios que desaparece, que se extingue como el perfume de las flores cuando se repite la danza de las horas.
© José Luis Alvarez Fermosel
2 comentarios:
Querido Caballero: Es tan cierto lo que dice! Yo tenía siempre la ilusión de recibir flores de mi esposo cuando yo cumplía años (de edad) y en nuestros aniversarios. Lamentablemente, desde que él falleció, todo cambió. Pero un día mi único hijo empezó con la costumbre que tenía mi esposo y me hace muy bien recibirlas aunque no tenga a mi compañero. Lo felicito por la nota. Es usted admirable. María Luisa de Berazategui.
María Luisa: El día que yo vaya a Berazategui te llevaré flores. Gracias por tu mensaje y felicitación. Cariños.
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