viernes, 16 de mayo de 2008

De cuentos, barcos y recuerdos

El cuento corto, cortísimo, más surrealista y más dis­paratado que yo he escu­chado en mi vida me lo contó mi colega y, sin embargo, amigo Alejandro Sáez-Germain, infaustamente desapare­cido hace ya varios años.
En realidad no es un cuento pro­piamente dicho, aunque sí lo es en esencia.
El padre de Alejandro, que era capitán de la marina mer­cante, viajaba una vez en su barco -Alejandro no recordaba de dónde venía, ni a dónde iba- y en un mo­mento dado tuvo que bajar a la sa­la de máquinas. Alli sorprendió parte de un diálogo entre dos fogoneros. Uno le decía al otro: "Eramo tre, yo, Pavazza y do má”. He aquí el cuento.
Como decía Alejandro, todo esta­ba mal, en muy pocas palabras. El narrador se comía las eses, se ponía en primer término (el burro delan­te para que no se espante, decía mi abuela en estos casos) y, lo más fas­cinante de todo, los nú­meros no daban.
Porque, ¿cómo diablos el que contaba lo sucedido, Pavazza y dos más podían ser tres, en vez de cuatro? El narrador, ¿habría leído a Jung (1) y conocería su teoría de la cuaternidad? De cualquier manera, superó con creces lo que dijo aquél: “Eran apróximadamente entre 8 y 9”.
El padre de Alejandro no supo nunca el final del cuento porque, después del formi­dable introito, el fogonero dejó de hablar al ver a su capitán y éste, Alejandro y nosotros nos perdimos una historia extraordinaria, según prometía el principio.
Alejandro Sáez-Germain y yo nos veíamos mucho en una época. Casi siempre en bares, donde bebíamos nobles alcoholes en amor y compañía con otros colegas y amigos y con alguna que otra señorita
Muchos de los amores de urgencia, casi todos desastrosos, que tuvi­mos Alejandro y yo fueron de barra de bar, quiero decir que florecieron y se agostaron en alguna de las muchas barras que conoci­mos.
Siempre recordábamos, entre whisky y whisky, el cuen­to de Pavazza, quien con otros dos marineros integraba, con realismo mágico, un terceto que en realidad era un cuarteto,
Corrían otros tiempos. Los com­pañeros, los amigos, nos veíamos más. Ya dije, teníamos tertulias en tal o cual bar y de ellas surgían chistes, anéc­dotas y cuentos como el de Pavaz­za que nos alegraban la vida y, en más de una ocasión, nos dieron pie para escribir una columna. Esto es lo que estoy terminando de hacer yo.
Eramos más jóvenes y aguantábamos mejor los alcoholes nobles y otros que no lo eran, en absoluto. Teníamos más tiempo libre y, aunque parezca mentira, más di­nero, o el que teníamos nos rendía más.
Ya casi no nos quedan amigos. Uno va solo al bar, lo cual no es bueno. Y se siente un solitario en un lugar que a veces está lleno de gente. Pero no es la de uno.

(1) Carl Gustav Jung (1875-1961). Psiquiatra y psicólogo suizo, discípulo de Sigmund Freud, de quien se apartó en varios puntos de doctrina. Fundó la psicología analítica o psicología de los complejos.



© José Luis Alvarez Fermosel

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