sábado, 17 de mayo de 2008

Sábado quieto

Cae la tarde. Un cielo preñado de tormenta. Azules oscuros y platas velados. Desde los pisos altos, la calle se ve anaranjada por un resplandor tamizado de destellos de semáforos y el neón de los anuncios luminosos.
Lo rascacielos del subdesarrollo. Antenas parabólicas. La torre de una vieja iglesia. Poco tránsito rodado en la calle, poca gente.
Un sábado tranquilo, tedioso. El tiempo se precipita en medidas confusas.
Se van iluminando ventanas en edificios cercanos. Uno de ellos tiene parte de una pared pintada de azul. Se anuncia algo que no se distingue bien pero que parece estar relacionado con las vacaciones, pues se ven el mar, palmeras y una chica en bikini de largas y satinadas piernas.
En otra pared, encalada, hay un nú­mero de teléfono pintado en negro: es el 854-65O1. Pienso que se podrá poner en estas páginas, pues de lo contrario no campearía en gran tamaño en la pared de un edificio de la calle Corrientes. No siento curiosi­dad por llamar. Tiene que ser, también, un “reclame” -como se decía antes- publicitario.
Enciendo la radio. Alguien habla a gritos sobre fút­bol. ¡Pero si no es domingo! ¿Qué importa? El fútbol siempre está vigente y casi siempre se habla de él a voces, o con voces destempladas.
El rumor del tráfago llega como parte de la sinfonía callejera cotidiana e inevitable, compuesta por el bordoneo de los motores de los autobuses y los au­tomóviles, el petardeo de las motocicletas, algún bocinazo, el infaltable ulular de la sirena de un patrullero de la policía o de una ambulancia, un sonido inidentificable y estridente, el sollozo de un carillón…
Un número atrasado de “Cahiers du cinéma” sobre la mesa. A la izquierda hay un “derringer” de dos cañones que, en realidad, es un encendedor. Cua­dros, fotografías y libros por todas partes.
Un reflector despide de pronto un fogonazo blanco y enceguecedor y todo se ve, durante unos segundos, como en el nega­tivo de una fotografía.
Huele a salsa de tomate. Alguien está preparando el tuco para los fideos de la cena en algún departamento del mismo piso.
El teléfono mudo. Los libros sin leer se apilan en una mesita auxiliar. De tanto en tanto, se oye el subir y ba­jar de los ascensores, pero muy de vez en cuando.
Es sábado. La tarde ya se ha ido por Poniente dando una larga torera, que dijo el poeta. Relampaguea en el cielo cada vez más oscuro. Se avecina una tormenta.

Foto:
De la serie “Paisajes”
© Maite


© José Luis Alvarez Fermosel

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