Para fumar en pipa hay que marcar un ritmo de fueye. Esto dice el experto Bernardo Schneider, nacido en Argentina de padre austríaco, madre inglesa y casado con una lituana de noble origen, que tiene una tienda llamada Antinoo en la porteña Galería del Sol, en pleno centro de Buenos Aires. (Antinoo, entre paréntesis, fue un joven griego de Bitinia, de gran belleza, esclavo del emperador Adriano, que hizo de él su favorito.)
“No es que la vaya de poeta y hable en verso..., pues no es precisamente... verso, como sinónimo de engaño lo que quiero transmitir”, sonríe Schneider, un hombre corpulento, de edad imprecisa y pelo gris, palabra fácil y una cordialidad que cuesta mucho encontrar hoy día en el ambiente del comercio capitalino.
-- Hay gente que se lo fuma todo en pipa, amigo Schneider.
-- Pero, seguramente, se lo fuma mal.
-- Muy bien, ¿pues cómo hay que fumar en pipa?
-- Primero hay que tomar una pequeña cantidad de tabaco entre los dedos, formar con él una bolita y depositarla en el fondo de la cazoleta de la pipa. Con el llamado trío o pisador --una especie de cucharita--, añadir otro poco de tabaco hasta llegar al tope deseado; si se quiere fumar mucho más se pondrá más cantidad de tabaco que si se quiere fumar poco, como es natural. Eso sí, lo que se coloque en la cazoleta hay que fumarlo hasta el final. Una vez cargada la pipa, encender un fósforo de madera, acercarlo a la cazoleta y aspirar profunda y tranquilamente hasta que la llamita del fósforo sea superada por la lumbre que sale de la cazoleta, a fin de exhalar el humo después con mucho cuidado y lentitud. También hay que acomodar la ceniza, tratando de formar una pequeña cúpula que ayudará a mantener la pipa encendida hasta el final.
“Para ser un buen fumador de pipa -añade Schneider- hay que elegir bien el tabaco y, desde luego, la pipa, cuya limpieza y mantenimiento son fundamentales. Cazoleta grande, pequeña, curva, recta... Tabaco dulce, seco, natural, latakia... La cazoleta y el tubo se limpian con papel tisú. Y para que fumar en pipa constituya un placer y no afecte la salud, no hay que hacerlo por las mañanas. La primera pipa debe disfrutarse con el café y la copa, después del almuerzo. Y luego otras cuatro distribuídas a lo largo del día”.
Pipas de todas clases en anaqueles, cajas de habanos, de tabaco para pipa danés, inglés, holandés, norteamericano, centroamericano, escocés, alemán, de Sumatra...
Tabacos argentinos como el Ranelagh, que a pesar de su nombre viene de la provincia de Misiones. Encendedores, tabaqueras.
Y las pipas, claro. Pipas de todos los tamaños, colores y de maderas de brezo, almendro, cerezo -una hecha en Vietnam durante la guerra con parte de la raíz de un árbol de la jungla, que no sabemos qué nombre tendrá-. Hay también pipas como las que se ven en antiguos grabados holandeses.
En un estante, arriba, una réplica en madera oscura de un galeón español, con su mesana y cañones en las dos bandas, la de estribor y la de babor.
Schneider, que practicó lucha grecorromana, donó sangre y jirones de su piel al Instituto del Quemado, fundó instituciones como la Fundación de Sordomudos Domingo Faustino Sarmiento, del barrio suburbano de Barracas, de la que es profesor. Tiene un cierto aire de marino retirado de cuento de Conrad, o de boxeador de película de John Ford. Es un hombre simpático y parlanchín.
Schneider, curioso personaje de la Buenos Aires posmoderna, recuerda al final de la entrevista una frase del poeta español Emilio Carrere: “Yo te guardo un devoto amor, magia del humo azul de mi pipa de artista, fiel amiga...”.
Pero ya no se fuma, ni siquiera en pipa. Los datos de Schneider servirán sólo como una curiosidad del pasado. No se fuma en ningún lugar público por ley. De ahí que se vea a mucha más gente que antes fumando por la calle, sobre todo a mujeres. Las veredas y la calzada rebosan de colillas de cigarrillos aplastadas.
“No es que la vaya de poeta y hable en verso..., pues no es precisamente... verso, como sinónimo de engaño lo que quiero transmitir”, sonríe Schneider, un hombre corpulento, de edad imprecisa y pelo gris, palabra fácil y una cordialidad que cuesta mucho encontrar hoy día en el ambiente del comercio capitalino.
-- Hay gente que se lo fuma todo en pipa, amigo Schneider.
-- Pero, seguramente, se lo fuma mal.
-- Muy bien, ¿pues cómo hay que fumar en pipa?
-- Primero hay que tomar una pequeña cantidad de tabaco entre los dedos, formar con él una bolita y depositarla en el fondo de la cazoleta de la pipa. Con el llamado trío o pisador --una especie de cucharita--, añadir otro poco de tabaco hasta llegar al tope deseado; si se quiere fumar mucho más se pondrá más cantidad de tabaco que si se quiere fumar poco, como es natural. Eso sí, lo que se coloque en la cazoleta hay que fumarlo hasta el final. Una vez cargada la pipa, encender un fósforo de madera, acercarlo a la cazoleta y aspirar profunda y tranquilamente hasta que la llamita del fósforo sea superada por la lumbre que sale de la cazoleta, a fin de exhalar el humo después con mucho cuidado y lentitud. También hay que acomodar la ceniza, tratando de formar una pequeña cúpula que ayudará a mantener la pipa encendida hasta el final.
“Para ser un buen fumador de pipa -añade Schneider- hay que elegir bien el tabaco y, desde luego, la pipa, cuya limpieza y mantenimiento son fundamentales. Cazoleta grande, pequeña, curva, recta... Tabaco dulce, seco, natural, latakia... La cazoleta y el tubo se limpian con papel tisú. Y para que fumar en pipa constituya un placer y no afecte la salud, no hay que hacerlo por las mañanas. La primera pipa debe disfrutarse con el café y la copa, después del almuerzo. Y luego otras cuatro distribuídas a lo largo del día”.
Pipas de todas clases en anaqueles, cajas de habanos, de tabaco para pipa danés, inglés, holandés, norteamericano, centroamericano, escocés, alemán, de Sumatra...
Tabacos argentinos como el Ranelagh, que a pesar de su nombre viene de la provincia de Misiones. Encendedores, tabaqueras.
Y las pipas, claro. Pipas de todos los tamaños, colores y de maderas de brezo, almendro, cerezo -una hecha en Vietnam durante la guerra con parte de la raíz de un árbol de la jungla, que no sabemos qué nombre tendrá-. Hay también pipas como las que se ven en antiguos grabados holandeses.
En un estante, arriba, una réplica en madera oscura de un galeón español, con su mesana y cañones en las dos bandas, la de estribor y la de babor.
Schneider, que practicó lucha grecorromana, donó sangre y jirones de su piel al Instituto del Quemado, fundó instituciones como la Fundación de Sordomudos Domingo Faustino Sarmiento, del barrio suburbano de Barracas, de la que es profesor. Tiene un cierto aire de marino retirado de cuento de Conrad, o de boxeador de película de John Ford. Es un hombre simpático y parlanchín.
Schneider, curioso personaje de la Buenos Aires posmoderna, recuerda al final de la entrevista una frase del poeta español Emilio Carrere: “Yo te guardo un devoto amor, magia del humo azul de mi pipa de artista, fiel amiga...”.
Pero ya no se fuma, ni siquiera en pipa. Los datos de Schneider servirán sólo como una curiosidad del pasado. No se fuma en ningún lugar público por ley. De ahí que se vea a mucha más gente que antes fumando por la calle, sobre todo a mujeres. Las veredas y la calzada rebosan de colillas de cigarrillos aplastadas.
© José Luis Alvarez Fermosel
Anterior:
“El último organito” (http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/02/el-ltimo-organito.html)
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