El escritor chileno Luis Sepúlveda publicó en la revista de los domingos del diario "El País", de Madrid, un artículo titulado "Gásfiter" (1), que es como llaman en Chile a los plomeros.
Sepúlveda se refiere a un “gásfiter" en particular, el maestro Correa, quien estaba orgulloso de su oficio. Y dice de él: "Todo tiene arreglo menos la muerte, rezaba el código ético escrito en su viejo maletín de herramientas, y, consecuente con tal máxima, recorría las calles de San Miguel, la Cisterna y La Granja reparando tuberías, eliminando el goteo de las canillas causantes de noches insomnes, soldando las grietas de la vida con su soplete de queroseno".
El "gásfiter" de Sepúlveda debió ser un hombre enjuto y canoso, de ojos claros y manos nudosas, amante de los niños y los perros callejeros. No se privaría, tal vez, de piropear a cualquier buena moza que se cruzara en su camino.
Jamás salía de sus barrios, dice Sepúlveda, quien añade que el maestro Correa no bebía, porque consideraba el buen pulso como algo fundamental de su quehacer.
Un día el "gásfiter" se sintió mal y los médicos le diagnosticaron un cáncer. Pero no se amilanó, todo lo contrario: convocó a sus dientas más conspicuas y les reveló los secretos de su oficio, que ellas aprendieron con bastante facilidad, constituyendo una suerte de batallón de mujeres "gásfiter".
Sepúlveda termina su articulo diciendo: "Es un alivio saber que las discípulas del maestro Correa, con las herramientas al hombro, recorren las calles de mi barrio, entran en las casas y se ocupan de que el agua fluya libre y pura, sin escorias, como la gran verdad solidaria de los pobres, esa que jamás se oxida". Buen remate.
Días después de leer el artículo de Luis Sepúlveda empecé a releer “Fahrenheit 451”, uno de los clásicos de Ray Bradbury, junto con “Crónicas marcianas” y “El país de octubre”. Me topé, naturalmente, con Montag, el bombero incendiario, con su casco, en el que aparecía el número 451 (2), y el pesado deflagrador entre sus manos enormes enguantadas de amianto.
La misión de Montag, paradójicamente, no es la de sofocar incendios, sino la de provocarlos para quemar libros, a fin de que nadie lea, nadie piense y nadie sea feliz porque sí, por las buenas, sino a la fuerza.
Tal como hice con el artículo de Luis Sepúlveda, transcribo un párrafo de la novela de Bradbury: "Un chorro llameante salió desde la boquilla del aparato y golpeó los libros contra la ventana. Montag entró en el dormitorio y disparó dos veces, y las camas gemelas se volatilizaron exhalando un susurro, con más calor, pasión y luz de las que él había supuesto que podían contener. Montag quemó las paredes del dormitorio, el tocador, las sillas, las mesas, los platos de plástico y de plata...".
El "gásfiter" de Sepúlveda que soldaba las grietas de la vida y el Montag de Bradbury que quemaba libros son eslabones de una misma cadena, situados en los extremos: una cadena que tiene otros eslabones, otros hombres, otros personajes: positivos unos, negativos otros; reparadores, iconoclastas, sanadores, enfermantes, valientes, cobardes, agradecidos, ingratos, bondadosos, crueles, solidarios, envidiosos, leales, traidores...
Esa cadena es la vida y esos hombres -uno real, otro personaje de ficción- son las dos caras de la misma moneda. Uno es de un tiempo-tempo que termina. Otro pertenece a un futuro que ya asoma su rostro inquietante a la vuelta de la esquina.
El "gásfiter" y Montag... La luz y el poder de lo oscuro. El agua y el fuego.
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Sepúlveda se refiere a un “gásfiter" en particular, el maestro Correa, quien estaba orgulloso de su oficio. Y dice de él: "Todo tiene arreglo menos la muerte, rezaba el código ético escrito en su viejo maletín de herramientas, y, consecuente con tal máxima, recorría las calles de San Miguel, la Cisterna y La Granja reparando tuberías, eliminando el goteo de las canillas causantes de noches insomnes, soldando las grietas de la vida con su soplete de queroseno".
El "gásfiter" de Sepúlveda debió ser un hombre enjuto y canoso, de ojos claros y manos nudosas, amante de los niños y los perros callejeros. No se privaría, tal vez, de piropear a cualquier buena moza que se cruzara en su camino.
Jamás salía de sus barrios, dice Sepúlveda, quien añade que el maestro Correa no bebía, porque consideraba el buen pulso como algo fundamental de su quehacer.
Un día el "gásfiter" se sintió mal y los médicos le diagnosticaron un cáncer. Pero no se amilanó, todo lo contrario: convocó a sus dientas más conspicuas y les reveló los secretos de su oficio, que ellas aprendieron con bastante facilidad, constituyendo una suerte de batallón de mujeres "gásfiter".
Sepúlveda termina su articulo diciendo: "Es un alivio saber que las discípulas del maestro Correa, con las herramientas al hombro, recorren las calles de mi barrio, entran en las casas y se ocupan de que el agua fluya libre y pura, sin escorias, como la gran verdad solidaria de los pobres, esa que jamás se oxida". Buen remate.
Días después de leer el artículo de Luis Sepúlveda empecé a releer “Fahrenheit 451”, uno de los clásicos de Ray Bradbury, junto con “Crónicas marcianas” y “El país de octubre”. Me topé, naturalmente, con Montag, el bombero incendiario, con su casco, en el que aparecía el número 451 (2), y el pesado deflagrador entre sus manos enormes enguantadas de amianto.
La misión de Montag, paradójicamente, no es la de sofocar incendios, sino la de provocarlos para quemar libros, a fin de que nadie lea, nadie piense y nadie sea feliz porque sí, por las buenas, sino a la fuerza.
Tal como hice con el artículo de Luis Sepúlveda, transcribo un párrafo de la novela de Bradbury: "Un chorro llameante salió desde la boquilla del aparato y golpeó los libros contra la ventana. Montag entró en el dormitorio y disparó dos veces, y las camas gemelas se volatilizaron exhalando un susurro, con más calor, pasión y luz de las que él había supuesto que podían contener. Montag quemó las paredes del dormitorio, el tocador, las sillas, las mesas, los platos de plástico y de plata...".
El "gásfiter" de Sepúlveda que soldaba las grietas de la vida y el Montag de Bradbury que quemaba libros son eslabones de una misma cadena, situados en los extremos: una cadena que tiene otros eslabones, otros hombres, otros personajes: positivos unos, negativos otros; reparadores, iconoclastas, sanadores, enfermantes, valientes, cobardes, agradecidos, ingratos, bondadosos, crueles, solidarios, envidiosos, leales, traidores...
Esa cadena es la vida y esos hombres -uno real, otro personaje de ficción- son las dos caras de la misma moneda. Uno es de un tiempo-tempo que termina. Otro pertenece a un futuro que ya asoma su rostro inquietante a la vuelta de la esquina.
El "gásfiter" y Montag... La luz y el poder de lo oscuro. El agua y el fuego.
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Visto y oído en un café de la calle Córdoba. Cerca de un ventanal, sentados a una mesa con profusión de tazas y restos de medialunas y “sandwiches” de miga, un hombre de unos 45 años hablaba con un muchacho a punto de entrar en la adolescencia y una chica un poco menor.
El hombre dijo, en un momento dado:
- Pues, sí, hijos, es así; el 75 por ciento de las personas que pueblan este mundo son más malas que un dolor.
- Papá -dijo la niña-, ¿tan así es? Me parece muy alta la proporción de malos.
- Asi es, hija, por desgracia. Y no sé si me quedo corto. Por eso, hay que tratar siempre de juntarse con la buena gente.
El hombre dijo, en un momento dado:
- Pues, sí, hijos, es así; el 75 por ciento de las personas que pueblan este mundo son más malas que un dolor.
- Papá -dijo la niña-, ¿tan así es? Me parece muy alta la proporción de malos.
- Asi es, hija, por desgracia. Y no sé si me quedo corto. Por eso, hay que tratar siempre de juntarse con la buena gente.
La buena gente escasea, entre otras cosas porque se muere enseguida, mientras que la mala se eterniza en su perversidad.
El mediodía, maniqueo y delicuescente, se adentraba en la tarde.
(1) Sin acento y con doble f quiere decir plomero en inglés.
(2) Es la temperatura (233 grados centígrados) a la que los libros se inflaman y arden.
© José Luis Alvarez Fermosel
2 comentarios:
Que suerte la mía de haber recibido lo mejor del maestro Correa, hombre sencillo y cariñoso, preocupado de su gente, de quienes le rodeaban, amigo de la honradez y de la perfección, un hombre luchador. Si suerte la mia de ser parte de aquel batallón de mujeres gásfiter, suerte lamia de ser su nieta. Romy
Romy: Alegría la mía de habler establecido contacto con una de las integrantes del equipo del gásfiter Correa que, además, es su nieta. Por leer yo a Sepúlveda y usted por leerme a mí. Muy cordialmente.
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